María Julia Kirchner
sobre su enriquecimiento que la llevó a prisión (me negué a responderle al juez sobre cuál era mi ideología), la que cajoneó la causa casi una década, fue la Justicia que puso las manos sobre su cabeza y la mandó a la cárcel. Al desierto social en el que fue apedreada y muerta mucho antes de la semana pasada. Reina Siglo XXI. Los ciclos políticos argentinos vienen cargados con una dosis envenenada de culpas compartidas que se deben exorcizar al final del camino. Antes de la complicidad con la fiesta menemista, había sido el to “a tasas chinas”. Con un apellido no contaminado con la vieja política, que aparecía respetuoso de los derechos humanos, crítico de la corruptela política e impulsor de un recambio refrescante de la Corte Suprema.
Durante años, las opiniones de políticos, empresarios, periodistas, medios, jueces e intelectuales, mostraban el alto nivel de aceptación que tuvo ese período. Si una amplia mayoría estaba tan conforme, para qué oír las denuncias de una opositora loca, algún empresario que se decía apretado o a medios como Noticias o PERFIL que hablaban de testaferros, coimas en la jor, lo que les otorga más beneficios. Y pueden ser beneficios importantes, como el mayor bienestar de una familia, un subsidio para llegar a fin de mes, la supervivencia de una empresa. No hay condena posible por mirar para otro lado. No hay jueces que eleven a juicio oral una causa así. Inocencia colectiva. Pero son las mismas sociedades las que en algún momento hacen su propio juicio de los procesos políticos de los que formaron parte. No es en los Tribunales ni es público. Es un ajusticiamiento lento y silencioso que comienza cuando esos procesos se deterioran generando más costos que beneficios, y se asienta cuando el viejo ciclo político es reemplazado por uno nuevo. Entonces, la sociedad (la opinión pública predominante, la voz políticamente correcta, los líderes que representan la moral media de cada época, los jueces) emitirá un veredicto que, en todos los casos, será exculpatorio de ella misma.
Los culpables serán otros, pero bien identificados, con historias y hechos que los desenmascaren. Porque la evolución social hizo que no cualquiera pueda ocupar el lugar del chivo expiatorio. Los elegidos tienen que estar cargados con sus propias culpas, no podrían ser absolutamente inocentes. Deben pagar por lo que de verdad hicieron y también para demostrar que fue su perversidad la que mantuvo engañada a una sociedad inocente.
El proceso de sacrificio con algunos emblemas del kirchnerismo (Boudou, Jaime, De Vido, López, Báez) comenzó hace tiempo y alcanzaría su mayor dramatismo con Cristina Kirchner presa. Como María Julia antes, hoy no hay nadie mejor que ella para representar el lado oscuro de su tiempo.
Cristina es soberbia, bonita pese a los años, inteligente, autoritaria. Responsable de una red corrupta parecida a la del menemismo y de una gestión que terminó con crisis económica, inflación, cepo cambiario, aislamiento internacional y 30% de pobres.
Con ella derrotada en octubre (“Yo te vi perder con Bullrich”, prepara remeras el macrismo), la economía despegando, gobernabilidad y un peronismo que halle un nuevo liderazgo no K, Cristina es candidata para una hoguera social que queme el pasado y exculpe a la mayoría. Una vez más.
Aunque con ella no será tan fácil. Es cierto que su imagen negativa crece, pero conserva un núcleo duro de adhesión del 20% que “da la vida por ella” y estaría dispuesto a defender el mito. (“No, por Mauricio nadie da la vida, no tenemos adhesiones patológicas”, se ríen en el Gobierno).
Cristina puede ser una representación adecuada del mal para una parte importante de la sociedad y cumpliría bien el rol de chivo expiatorio, pero no es María Julia. Es la líder indiscutida de un sector aún relevante, viene del peronismo (de un peronismo setentista, pero peronismo al fin) y tiene un relato mítico que le da sustento y la encubre. Pocos volvieron de las cenizas (Perón fue uno), pero ella es tan impredecible como la Argentina.