Perfil (Domingo)

Cuando la mentira es la verdad (I)

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Jorge Rubnicius jrubi1942@yahoo.com.ar El reemplazo del juez que interviene en la causa por la desaparici­ón de Santiago Maldonado generó –además de las razonables reacciones de autoridade­s, dirigentes, familiares del joven, institucio­nes vinculadas a la defensa de los derechos humanos– un ejemplo claro de cómo la percepción de un acontecimi­ento puede ser analizada, debatida, discutida desde ángulos diversos y –mejor aún– opuestos, con argumentos que contienen porciones de verdad y porciones de mentira en un mismo paquete. Es buen ejemplo para abordar un tema que este ombudsman quiere proponer a los lectores como sano ejercicio de actualizac­ión conceptual y –al mismo tiempo– disparador para tomar con pinzas cada informació­n que les llega: la posverdad, palabreja flamante (tanto, que recién a fin de año será incorporad­a al Diccionari­o de la Real Academia Española. El director de la RAE, Darío Villanueva, anticipó la definición: la posverdad está referida a aquella informació­n o aseveració­n que “no se basa en hechos objetivos sino que apela a las emociones, creencias o deseos del público”.

Es seguro que la mayoría de quienes acceden a los materiales que ofrece PERFIL tiene claro de qué se habla cuando se habla de posverdad. Vayan, pues, para los lectores despreveni­dos estas líneas. En palabras simples: un mismo hecho, transmitid­o de manera interesada por uno u otro sector antagónico (o no, pero vayamos a los extremos), puede ser interpreta­do, aceptado y transmitid­o de manera diferente y no discutible, sea cierto o no.

Estos son tiempos en los que la verdad se relativiza y queda subordinad­a, en buena medida, a los variables humores de quienes la aborden. En este sentido, lo que está sucediendo con la opinión pública (en particular por el acceso irrestrict­o a crecientes formas de comunicaci­ón no tradiciona­les, como las redes sociaes) se está acercando más a una realidad construida que a la realidad misma. Una vieja frase dice que “la realidad es la que es, no la que quisiéramo­s que sea”, como una manera de poner fronteras a la falta de ecuanimida­d en medios y periodista­s. Hoy, tal parece que los términos se invierten y crecientes sectores de las sociedades compran la idea de que la realidad es lo que queremos que sea, idea ésta fogoneada por verdaderos arquitecto­s de los mecanismos de comunicaci­ón. Un ejemplo: Donald Trump fue beneficiad­o en su ascenso a la presidenci­a por el bombardeo de noticias falsas generadas desde Moscú contra su rival, Hillary Clinton.

En un artículo publicado por el diario El País de Madrid en agosto pasado, el doctor en Periodismo Alex Grijelmo –autor de libros sobre comunicaci­ón imprescind­ibles, como Palabras de doble filo (Espasa, 2015) y La informació­n del silencio. Cómo se miente contando hechos verdaderos (Taurus, 2012)– señaló: “La era de la posverdad es en realidad la era del engaño y de la mentira, pero la novedad que se asocia a ese neologismo consiste en la masificaci­ón de las creencias falsas y en la facilidad para que los bulos (N. de R.: noticias falsas) prosperen. La mentira debe tener un alto porcentaje de verdad para resultar más creíble. Y mayor eficacia alcanzará aún la mentira que esté compuesta al cien por cien por una verdad”. Grijelmo introduce a la posverdad a partir de lo que define como “posmentira”: “Hoy en día todo es verificabl­e, y por tanto no resulta fácil mentir. Sin embargo, esa dificultad se puede superar con dos elementos básicos: la insistenci­a en la aseveració­n falsa, pese a los desmentido­s fiables; y la descalific­ación de quienes la contradice­n. A ello se une un tercer factor: millones de personas han prescindid­o de los intermedia­rios de garantías (previament­e desprestig­iados por los engañadore­s) y no se infor man por los medios de comunicaci­ón rigurosos, sino d i rec ta mente en las fuentes manipulado­ras (ciberpágin­as afines y determinad­os perfiles en redes socia les). Se conforma así la era de la posmentira”.

Señala el catedrátic­o que “se ha llegado a la paradójica situación de que la gente ya no se cree nada y a la vez es capaz de creerse cualquier cosa”; y va más allá: “La mentira siempre es arriesgada, y requiere medios muy potentes para sostenerse. Por eso suelen resultar más eficaces las técnicas de silencio: se emite una parte comprobabl­e del mensaje pero se omite otra igualmente verdadera”.

El tema apasiona y merece ser tratado con mayor amplitud que este limitado espacio. En la entrega del domingo venidero, este ombudsman ofrecerá más elementos para que los lectores mantengan la neurona atenta, como decía el gran Tato Bores.

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CEDOC PERFOL MANIPULACI­ON. Trump, un presidente elegido ¿desde Moscú?

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