Un poco de amor francés
Margarita Paksa, como Borges, redefine la relación del artista (escritor) argentino y la tradición. Por lo pronto, esquiva de manera elocuente los estereotipos del “primitivismo” y el “exotismo” que fueron dados al arte latinoamericano en la segunda mitad de siglo XX. Los conceptos de real maravilloso y fantástico fueron la marca registrada del continente, al tiempo que la resistencia en algunos artistas y escritores. Saer, por ejemplo, pide que lo “incluyan afuera”, como Cabrera Infante, de esa división internacional de los temas por la cual a Latinoamérica le tocaba el espacio de la maravilla. Como reacción o falta de interés por abonar el arte latinoamericano con más de lo mismo, los 60 y los 70 abundan en un conceptualismo político como privilegio estético y descartan esa realidad hiperbólica de papagayos y mujeres que vuelan. Paksa transitó estas aguas a su mane- ra: de 1968, es un buen ejemplo. Una instalación sonora, un disco de dos caras para ser escuchado in situ. En una, es la repetición obsesiva de la descripción de un ambiente. Música para el relax que se multiplica y exaspera. En la otra, es la grabación de jadeos amorosos. Completa con un arenero en el que la artista “imprime” su cuerpo semana tras semana. La fecha de esta obra no es menor. Paksa deconstruyó ese año emblemático en el mismo momento que estaba ocurriendo. Liberó cuerpo y mente de las ataduras y convenciones. Hizo uso político de la palabra, desarmándola hasta el sinsentido, y colocó en escena al erotismo como máquina de guerra del arte. “Amo a los que sueñan imposibles”, reza uno de los afiches emblemáticos. Una boca carnosa parece comerse las palabras que ligan perfecto con el slogan modélico del Mayo Francés.