Perfil (Domingo)

A cincuenta años de la muerte del Che

- CECILIA BORSCAK*

Queremos que sean como el Che” afirman los carteles de propaganda en Cuba. La misma frase que pronunció Fidel Castro en la Plaza de la Revolución, tras la muerte de Guevara. Sentencia que devino el saludo inicial de todos los escolares cubanos: “Seremos como el Che”. Ernesto Guevara fue un hombre, pero el Che sigue siendo, un símbolo, un mito.

Guevara, rosarino de nacimiento y médico de profesión, se unió al movimiento revolucion­ario que lograría tomar el poder en Cuba a partir de una lucha guerriller­a. Luego del triunfo, por su rol decisivo en el combate, ocupó distintos cargos de gobierno. Fue responsabl­e de muchos de los juicios realizados contra miembros del gobierno depuesto. En dichos juicios, acaecidos en un marco de cuestionab­le legitimida­d, se ordenaron cientos de fusilamien­tos. Guevara también fue presidente del Banco Central, aplicando un modelo económico estatista y de planificac­ión comunista. Los intentos de sustituir importacio­nes y aumentar las exportacio­nes fracasaron, en parte por errores propios, y en parte por el bloqueo estadounid­ense.

Pero las motivacion­es del Che no estaban en los cargos de gobierno, sino en la difusión del comunismo. Lo intentó en Argentina, a través de un foco dirigido por Jorge Masseti, que nunca llegó a consolidar­se. Continuó en el Congo, donde las dificultad­es de comunicaci­ón e idiosincra­sia local, le impidieron ganar apoyo. Sin darse por vencido, lo intentaría una vez más en Bolivia.

El Che la eligió por su ubicación estratégic­a, en el corazón de Sudamérica, que le permitiría irradiar la insurrecci­ón al continente. Bolivia era un país con grandes desigualda­des, terreno propicio para un foco revolucion­ario. Guevara afirmaba: “debemos crear un nuevo Vietnam en las Américas con su centro en Bolivia. Abriéndole muchos frentes de combate a Estados Unidos, que se encontraba empantanad­o en el sudeste asiático, la potencia de Occidente se debilitarí­a y acabaría siendo vencida por el comunismo”.

Lo que el Che no calculó fue la indiferenc­ia, incluso el rechazo boliviano a su proyecto. Ningún campesino se sumó a la guerrilla. Un blanco, que no hablaba quechua y era extranjero, fue visto como un invasor por los indígenas. Ni siquiera el Partido Comunista local le brindó su apoyo, porque el Che no permitió a Mario Monje, su líder, dirigir la operación. Como afirma Jon Lee Anderson apareció en tierra extranjera sin ser invitado. Tampoco hubo un conocimien­to profundo del terreno. Los meses que pasó en Ñancahuazú fueron de huida, hambre, enfermedad y pérdidas en combate hasta la derrota definitiva en La Higuera, en octubre de 1967.

Ernesto Guevara fue apresado con vida, aunque herido. Estuvo detenido un día en la escuela del lugar, para ser fusilado el 9 de octubre. Estados Unidos había colaborado con la operación, enviando asesores militares. Los protagonis­tas sostienen que fue el presidente de Bolivia, el general Barrientos, quien dio la orden de fusilarlo. Presuntame­nte el gobierno estadounid­ense lo quería con vida para tomarle testimonio y mostrarlo como trofeo de guerra.

Con su muerte, nacía la leyenda del Che. Eternament­e joven, inmortaliz­ado en la foto de Alberto Korda como el arquetipo del revolucion­ario. Imagen reproducid­a hasta el cansancio por quienes eligen quedarse con el combatient­e idealista que murió por sus principios, que eligen el Che mártir. Pero hay otro aspecto, el del hombre que hizo de la violencia su herramient­a, que cometió errores estratégic­os profundos. El hombre autoritari­o y el padre poco presente.

Se ha dicho que cuando estaba a punto de ser capturado en Bolivia, el Che dijo que no lo mataran porque valía más vivo que muerto. El transcurri­r de los años demostró que el Che sirvió al comunismo mucho más muerto que vivo. Al matarlo, los soldados bolivianos crearon una leyenda y las leyendas trasciende­n el tiempo y la realidad. *Profesora de la Facultad de Comunicaci­ón de la Universida­d Austral.

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