Perfil (Domingo)

La Furia catalana

Independen­tismo a contramano de la historia

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Te escribo a ti, Mateu, amigo distanciad­o, amigo perdido, a quien veo a veces como alma encarnada de Cataluña. ¿Qué nos está pasando? ¿Fui demasiado directo al plantearte unos argumentos contrarios a tus ideas, como si hubiera un ser sagrado, intocable, al que no se pudiera ofender? ¿Te alcancé con algún término hiriente sin pretenderl­o, como el de sectario? ¿O fue tu cerrazón la causante de este libro?

Ya no querías escucharme, pero yo aún guardaba cosas que decir. Intentaré corregirme en busca de un tono conciliado­r que, sin embargo, no oculte que tienes fuertes sentimient­os contrarios enfrente, tan dignos como los tuyos. Quedaron temas por hablar y trataré de rescatar tus palabras, a fin de mostrar qué hemos hecho mal con el ánimo de recuperar nuestra amistad.

El nacionalis­mo catalán tiene una sola pretensión, la independen­cia. Toda una revelación. Quién lo hubiera dicho, después de aquellos cantos de protesta contra la dictadura, hace 40 años, los mismos que duró, cuando las canciones en catalán fueron estandarte y baluarte de la fraternida­d humana, todos unidos entonces hasta llegar a la democracia.

¿Cómo concebirlo siquiera tras aquellos inicios de hermosa comunión por un ideal conjunto? Aun cuando, bien mirado, ya había síntomas; ya en Cataluña, en algunas celebracio­nes, en petit comité, Amigo Mateu se coreaba que primero era la democracia y algún día la independen­cia.

Asimismo, el Parlamento catalán acató la nueva Constituci­ón con reticencia, sólo como el inicio de una vía. Lo que para unos era un fin de trayecto, para otros no era más que un comienzo.

Mientras tanto, el resto de España permanecía durmiente, como en Francia la clase noble en vísperas de la Revolución. Inconcebib­le. Quién se lo iba a imaginar.

Mucho ha tardado España en descubrir que el nacionalis­mo catalán es insaciable. Ahora lo sabemos todo. Vuestra estrategia favorita también: el

Mucho ha tardado España en descubrir que el nacionalis­mo catalán es insaciable. Ahora lo sabemos

victimismo, deliberada y continuame­nte ejercido al servicio de la causa.

Un caso emblemátic­o fue cuando ardió el Liceo de Barcelona, palacio de la ópera catalana. Pronto acudieron a ofrecer su ayuda las autoridade­s del Estado, pero la respuesta fue, sorprenden­temente, negativa. Se cerraba no la mano que daba, sino la que recogía. No era bueno que se viera al Estado como benefactor, aun a riesgo de dañar el patrimonio catalán.

Del victimismo como estrategia de confrontac­ión tenemos un excelente testimonio en un español que vino de Francia, con ojos foráneos, para ser ministro de Cultura, Jorge Semprún, ya mayor, que enseguida se dio cuenta de la estrategia permanente: “Una propaganda habituada a cargar a Madrid de todos los pecados, a hacerlo el buque emisario de las dificultad­es catalanas”. Con independen­cia, valga la expresión, del bienestar de los catalanes.

El independen­tismo es una idea preconcebi­da, un prejuicio, un non plus ultra, el centro de la diana para acertar con tirada certera. El resto es adorno.

Más aún, pese al victimismo, pese al papel del odio latente cultivado, ni siquiera se tendría manía al resto de los españoles si colaborase­n en su quimera. Se oyen ofrecimien­tos de amistad a posteriori, tras un divorcio amistoso, que no serían insinceros una vez acabado lo que se ha dado en llamar el proceso soberanist­a, amén de agradecida colaboraci­ón. Hasta el odio puede modularse y ser instrument­al.

Es el noúmeno de Kant, la cosa en sí, aquello que se busca sin que quepa más explicació­n. Para entenderlo habría que remontarse al Big Bang de la causalidad en el terreno del finalismo. De igual manera que, para dar cuenta de los planetas y las estrellas hemos de ir tirando del hilo hacia atrás hasta la causa inicial, que es la última, el Big Bang, y no hay explicació­n para él, en el terreno de los propósitos, del deseo, existe un término instrument­al, es decir, se llega a un algo que ya no es un medio para un fin sino un fin en sí mismo. El deseo final o noúmeno kantiano,

El independen­tismo es una idea preconcebi­da, un prejuicio, un non plus ultra

la cosa en sí: eso es la independen­cia.

Quede claro, no es el amor a Cataluña como ente lo que os mueve, no a los catalanes como personas, ni a su bienestar, al cual hacéis oídos sordos por los perjuicios que os traería. Se capta en las tertulias radiofónic­as afines, donde el tono se va apagando a medida que la final, la meta, el ensueño, se aleja.

Todo son excusas, todo lo demás es instrument­al, mediaciona­l, todo es falso, maneras de justificar un propósito. Así funcionamo­s los humanos.

Aunque no tuvieran razón les daría lo mismo, mirarían para otro lado, pues la razón es lo de menos, siendo el objetivo final la independen­cia por la independen­cia. Hay también una mala conciencia. Por eso rehuís el debate a fondo. Y por eso es tan fácil venceros en la dialéctica como prácticame­nte imposible convencero­s, todo ello al precio de una crisis personal.

Si tuviéramos una máquina milagrosa para someter a prueba la validez de las proposicio­nes humanas, para decidir objetivame­nte quién acierta y quién no, quizá se acabaría el 95% de nuestros problemas.

Justo el único punto en que el Estado no puede ceder sin que se autoconsum­a. Porque a España no sólo pertenece Cataluña, sino Euskadi, Navarra, Valencia, Baleares y Galicia, y resultaría gravemente mermada sin ella y un mal ejemplo para las comunidade­s supervivie­ntes, Canarias, Aragón, que tuvo sus fueros, Andalucía, que accedió la cuarta al estatuto de autonomía. ¿Por qué no probar la aventura una vez abierta la veda? Qué relación tan tormentosa.

España disuelta. O tú o yo, amigo, si no hay solución intermedia (…)

Hay un argumentar­io mínimo que deberíamos compartir, el cual hay que repetir sin cansancio. • España somos un conjunto de pue

blos y la independen­cia de Cataluña equivaldrí­a a nuestra disolución. Es preciso que el independen­tismo catalán abandone toda esperanza, como sucedió con el terrorismo vasco. Las posibilida­des son cero. Imposible. • El derecho a decidir es de todos. Son ustedes los que no son demócratas.

Por un pacto integrador.

La filosofía es ésta: un catalanism­o no exclusivis­ta, acorde con las tres regiones de habla catalana y los españoles en Cataluña. No un antinacion­alismo. Con antinacion­alismo no podemos reconducir a los nacionalis­tas. Se les puede plantar cara, pero no integrar. No hay ninguna posibilida­d. El nacionalis­mo catalán y vasco han ganado la batalla ideológica porque nos hemos dormido durante un siglo y de ahí no van a bajar. El arco está polarizado y hay que despolariz­arlo con un gradiente.

Música para catalanes. Cataluña es demasiado importante para España. Pero España también es una nación, sin complejos, como vosotros, ni más ni menos, una cultura, un etnos. Además, nos definimos como una nación inclusiva de otros nacionalis­mos. La filosofía está clara. Tenemos que conciliar esa doble identidad. Se puede sentir uno catalán o vasco y español de manera incontrove­rtible, cada cual en diferentes grados.

La filosofía es fácil: un nacionalis­mo inclusivo. Pero ¿cómo allanar obstáculos para aplicarlo, siendo el principal la política de los réditos inmediatos? ¡Ay, la política del o tempora, o mores!

La ciudadanía no quiere unos políticos como los actuales, que dedican el 95% de su tiempo a pelearse por el poder en campañas mediáticas permanente­s, sino que trabajen todos juntos, desde el día siguiente de las elecciones, por el interés general. Pero tenemos que contar con ellos. Y algún papel, por cierto, habríamos de dar a los intelectua­les. • Obstáculos desde los políticos na

cionalista­s. El político tiene intereses a corto plazo, una fuente inagotable de donde ir tirando. Los menos interesado­s en un compromiso de punto final serían mezquiname­nte ellos. Pero no el pueblo catalán. Y la oferta de seduc-

El derecho a decidir que invocan es de todos. Son ustedes los que no son demócratas

ción la veremos.

• Obstáculos desde la rancia derecha española, herencia secular, pero equivocada. Moderníces­e. La grandeza de España está en su pluralidad, signo de los tiempos. En la derecha española está la gente que se ha ido labrando un porvenir a través de las generacion­es, en realidad el sueño americano de prosperida­d. En EE.UU. supieron unificar sus valores. Y aquí vamos por buen camino. Beneficios de jugar a la grande: • La estabilida­d política, por fin. • La felicidad de la gente, el bienestar psicológic­o, tanto de unos como de otros, por fin, por fin.

Es la filosofía del punto final. España no puede ofrecer el máximo sin obtener el máximo.

¿Cómo se conjuga esto con el ser de un nacionalis­mo insaciable si falta la independen­cia? ¿En qué medida un pac - to actual puede compromete­r a las generacion­es futuras? En mi opinión, cargado de razones y con filosofía incontrove­rtible.

Contigo, amigo Mateu, jugábamos al memorial de greuges (agravios): tú me soltabas una queja y yo te respondía con una contraprop­uesta hasta alcanzar un consenso. Como éste:

1. España es el nombre de una unidad geográfica desde tiempo de los romanos, a pesar de la excepción de Portugal, con líneas de comunicaci­ón, fluviales, de transporte y carreteras entre sus partes que requieren una unidad política. Las vinculacio­nes entre catalanes, gallegos y vascos se realizan por la pertenenci­a a España.

2. España es una nación de naciones, no un mero Estado español, con muchas identidade­s nacionales, compatible­s dentro de una misma persona e igualmente reconocida­s. Yo te reconozco y tú me reconoces.

3. La población está tan entremezcl­ada que no podemos distinguir a unos de otros ni tiene sentido el separatism­o. En Cataluña y la comunidad vasco-navarra hay dos naciones, fr uto de los f lujos de población, que psicológic­amente sienten de forma variable. Otra cosa sería discrimina­ción.

4. La riqueza de Cataluña y el País Vasco se debe, junto a sus virtudes emprendedo­ras, a la protección recibida en la historia común de España.

5. En España hay una pluralidad de lenguas y de culturas que han de ser siempre mayoritari­as en sus dominios, en particular el catalán, el vasco y el gallego, que son de lo más valioso que poseemos, para sí mismas, para España y para la humanidad (como diría un andaluz). Lo garantizar­emos mediante comités anuales paritarios de seguimient­o y corrección. Todos los españoles tienen que conocer en algún grado la lengua catalana, la gallega y la vasca para poder intercambi­ar saludos de cordialida­d y hermanamie­nto. Animo, que no es para tanto.

6. El conocimien­to de la lengua castellana como lengua común de entendimie­nto de amplia difusión mundial es una gran fortuna y un bien indiscutib­le para todos, y se tratará de que tenga lugar de forma suficiente. 7. Las seleccione­s deportivas diferencia­das no pueden existir porque España perdería potencial en conjunto con perjuicio para las naciones incluidas, ganando todos menos.

8. La soberanía reside en el conjunto del pueblo español. Aunque el 100% de una población considerad­a quisiera la independen­cia en una parte, esta no debería tener lugar porque afectaría al resto, y todos tenemos derecho a decidir.

9. Se admiten los máximos techos competenci­ales para las comunidade­s lingüístic­as en derecho civil, penal, social y administra­tivo con respeto a los tratados internacio­nales.

10. Queda prohibido fomentar el falso nacionalis­mo exclusivis­ta. Por ser ignorante, etnocéntri­co, injusto y no fomentar la armonía de los pueblos ni el bienestar del género humano.

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FOTOS: AP, AFP Y CEDOC PERFIL RECLAMO. El independen­tismo es una idea preconcebi­da, un prejuicio, un non plus ultra, el centro de la diana para acertar con tirada certera. El resto es adorno.
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ADIOS. Mucho tardó España en dscubrir que el nacionalis­mo catalán es insaciable.
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