La sociedad de los colores
Vasili Kandinsky distinguía dos efectos en su análisis del color como busca de una interioridad del artista. En De lo espiritual en el arte, un tratado que analiza profundamente las relaciones entre los humanos frente a los variados tintes, empieza por ver qué provoca en el plano físico: “Al contemplar una paleta llena de colores obtendremos dos resultados: un efecto puramente físico, la fascinación por la belleza y las cualidades del color. El espectador podrá sentir o bien una satisfacción y una alegría semejantes a las del sibarita cuando disfruta de un buen manjar, o bien una excitación como la del paladar ante un manjar picante. Luego se sosiega y la sensación desaparece, como tras haber tocado hielo con los dedos. Se trata pues de sensaciones físicas que, como tales, son de corta duración, superficiales y no dejan una impresión permanente en el alma.” A continuación, se dedica a un extenso pasaje que vincula el color con el alma: “Al estar el alma inseparablemente unida al cuerpo, es posible que una conmoción psíquica provoque otra correspondiente por asociación. Por ejemplo, el color rojo puede provocar una vibración anímica parecida a la del fuego, con el que se le asocia comúnmente”. Sin embargo, un comentario en este escrito del artista ruso va un poco más allá y se vislumbra la trascendencia de esta teoría para el mundo que estaba pergeñando a comienzos del siglo XX. Las teorías científicas sobre el color y la forma fueron las piedras angulares en la construcción de la nueva doctrina artística. Pero también tuvieron su participación en las ideas más amplias sobre el hombre, la sociedad y la cultura. Por su parte, Kandinsky llega a exponer que: “La pasividad es el carácter dominante del verde absoluto. El verde absoluto es, en la sociedad de los colores, lo que es la burguesía en la de los hombres: un elemento inmóvil, sin deseos, autosatisfecho.”