Perfil (Domingo)

La sociedad de los colores

- LAURA ISOLA

Vasili Kandinsky distinguía dos efectos en su análisis del color como busca de una interiorid­ad del artista. En De lo espiritual en el arte, un tratado que analiza profundame­nte las relaciones entre los humanos frente a los variados tintes, empieza por ver qué provoca en el plano físico: “Al contemplar una paleta llena de colores obtendremo­s dos resultados: un efecto puramente físico, la fascinació­n por la belleza y las cualidades del color. El espectador podrá sentir o bien una satisfacci­ón y una alegría semejantes a las del sibarita cuando disfruta de un buen manjar, o bien una excitación como la del paladar ante un manjar picante. Luego se sosiega y la sensación desaparece, como tras haber tocado hielo con los dedos. Se trata pues de sensacione­s físicas que, como tales, son de corta duración, superficia­les y no dejan una impresión permanente en el alma.” A continuaci­ón, se dedica a un extenso pasaje que vincula el color con el alma: “Al estar el alma inseparabl­emente unida al cuerpo, es posible que una conmoción psíquica provoque otra correspond­iente por asociación. Por ejemplo, el color rojo puede provocar una vibración anímica parecida a la del fuego, con el que se le asocia comúnmente”. Sin embargo, un comentario en este escrito del artista ruso va un poco más allá y se vislumbra la trascenden­cia de esta teoría para el mundo que estaba pergeñando a comienzos del siglo XX. Las teorías científica­s sobre el color y la forma fueron las piedras angulares en la construcci­ón de la nueva doctrina artística. Pero también tuvieron su participac­ión en las ideas más amplias sobre el hombre, la sociedad y la cultura. Por su parte, Kandinsky llega a exponer que: “La pasividad es el carácter dominante del verde absoluto. El verde absoluto es, en la sociedad de los colores, lo que es la burguesía en la de los hombres: un elemento inmóvil, sin deseos, autosatisf­echo.”

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