Perfil (Domingo)

Los nn ocultos de Malvinas

- FACUNDO F. BARRIO

PERFIL comprobó que existe una lápida apócrifa en una tumba colectiva del cementerio de Darwin. Allí yacen cuatro soldados argentinos que fueron mal nominados. Hoy ese error impide identifica­r sus restos.

Pasaron ya veinte años desde la primera y única vez que María de las Mercedes Morales visitó las islas Malvinas. Fue el 19 de noviembre de 1997. Ese día deambuló un rato largo entre las tumbas del cementerio de Darwin en busca de su marido muerto. Había llevado consigo una placa de madera tallada con el nombre del soldado Héctor Walter Aguirre. Pero María no supo dónde colocarla: los restos de su esposo no habían sido identifica­dos después de la guerra. Si efectivame­nte yacían en Darwin, nadie sabía en qué tumba. Aguirre era un NN.

“Me dijeron que, si no encontraba a Walter, pusiera las flores en una tumba al azar –recuerda ahora María en un diálogo telefónico con PERFIL, desde su casa en Santiago del Estero–. Una cosa simbólica, desde el corazón. Así que anduve caminando por el cementerio hasta que elegí una cruz cualquiera y dejé las cosas que había llevado para él. Yo sé que los restos de mi marido están ahí,

Los forenses de la Cruz Roja sólo tuvieron permiso para exhumar las 121 tumbas que dicen “Soldado argentino sólo conocido por Dios”. en Darwin, pero en qué lugar exacto, yo no sé”.

En 2009 le tocó el turno a María Soledad Aguirre, hija de María y Walter, quien hizo su propio viaje a las islas en busca de algún rastro de su padre, a quien no llegó a conocer. Para entonces el cementerio de Darwin, remodelado en 2004, se parecía poco al sitio que varios años antes había visitado su mamá. En especial por un detalle: esta vez, el nombre de Héctor Walter Aguirre sí figuraba en una lápida. Y no en una de madera, sino de mármol. Estaba en el sector norte (C) del cementerio, primera hilera, tumba número 10.

Pero eso no era todo. Al parecer, los restos de su padre compartían fosa con otros tres caídos en el campo de batalla. En orden alfabético, los soldados Mario Ramón Luna, Julio Ricardo Sánchez y Luis Guillermo Sevilla acompañaba­n a Aguirre en la placa.

Hoy los cuatro nombres siguen allí. La tumba colectiva C.1.10 de Darwin no fue analizada por los expertos forenses del Comité Internacio­nal de la Cruz Roja (CICR) que este año exhumaron 121 tumbas con la inscripció­n “Soldado argentino sólo conocido por Dios” para identifica­r mediante análisis de ADN los restos de soldados argentinos NN. El Plan de Proyecto Humanitari­o firmado entre los gobiernos de la Argentina y el Reino Unido para la identifica­ción de los caídos no previó la exhumación de tumbas que tuvieran lápidas con nombres.

El problema es que, según pudo comprobar este diario, la lápida de la tumba C.1.10 está mal nominada. Los registros originales del cementerio indican que en esa fosa fueron sepultados como NN los restos de cuatro tripulante­s de una aeronave hallados en Monte Kent, cerca de Puerto Argentino. Esa informació­n concuerda en el caso de Sánchez, pero es inconsiste­nte en los casos de Aguirre, Sevilla y Luna, quienes murieron a varios kilómetros de allí, durante un ataque inglés contra la Base Aérea Militar Cóndor cerca de Pradera del Ganso, en la zona de Darwin.

Nadie explica por qué, cómo ni cuándo ocurrió, pero en el cementerio de Malvinas hay cuatro soldados NN invisibili­zados por una lápida apócrifa. Error garrafal. Cristina Lera es ya una señora mayor. A veces se le escapa el recuerdo de su hijo Luis Guillermo Sevilla, quien partió a la guerra a los 18 años y nunca regresó a su casa en Salta. En más de cuatro décadas, doña Cristina jamás tuvo idea del paradero cierto de los restos de Luis. Se quedó anclada en una versión incomproba­ble que, según recuerda, le llevaron unos “comodoros de la Fuerza Aérea” apenas terminó el conflicto bélico. “El cementerio es un simulacro –asevera doña Cristina–. Después de la guerra, a mí me dijeron que los huesos de mi hijo estaban en las fosas comunes. ¡Mi hijo! ¡En un pozo como los animalitos!”.

Al igual que María de las Mercedes Morales, Cristina Lera visitó las islas cuando aún existía el primer cementerio, en 1998. “El nombre de mi hijo no estaba en ningún lado. Anduve como una loca gritando por ahí, hasta que me dijeron que eligiera una cruz cualquiera, que no importaba”. Después, historia repetida: “Cuando inauguraro­n el cementerio nuevo, viajó mi hija. Ahí sí ya estaba el nombre de Luis, en una placa con otros compañeros suyos”.

¿Cómo llegaron los nombres de Aguirre, Luna y Sevilla a una tumba que no les pertenece? ¿Por qué comparten lápida con

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