Duro, de humor raro, generoso
La relación de Marcial Souto con Mario Levrero tiene algo de la de Porrúa con Cortázar: hizo un gran descubrimiento, y publicó sus dos primeros libros, La máquina de pensar en Gladys y La ciudad. Y lo siguió publicando cada vez que pudo.
Después tuvo una importancia creciente como traductor. Las versiones de J.G. Ballard, Cordwainer Smith y Bradbury, por ejemplo, son ejemplares. Cuando se mudó a Buenos Aires vivían con Jaime Poniachik en un departamento si no me equivoco de la calle Darwin, que no llegué a conocer. En esa época nos veíamos seguido. Cuando empezó con El Péndulo, me propuso la sección inicial (Polvo de Estrellas) que siempre hice con mucho gusto. En esa época tuvo mucha importancia la colección de autores argentinos que hizo para Minotauro, donde publicó mucha gente de buen nivel, algunos hoy famosos, como Ana María Shua, que empezó con él los microcuentos.
El mismo publicó un par de libros narrativos: Para bajar a un pozo de estrellas y Trampas para pesadillas. Como editor dirigió también Mundos Imaginarios, una colección para Plaza y Janés que alcanzó a publicar 12 títulos. Ahí incluyó un gran libro de Philip Dick ( Laberinto de muerte), otro de Jack Vance ( Mundo azul) y dos de Levrero ( La ciudad y El lugar). De hecho fueron siempre los que editó de él. Además de Shua, también publicó a otras autoras, como Luisa Axpe y Cristina Siscar.
Hemos seguido siendo buenos amigos. Es un gallego paradigmático: duro, impenetrable, de humor raro, pero también generoso, con sentido del humor y caballeresco. Me consta que desde hace tiempo tiene la idea de escribir sobre su relación con Levrero, y otro texto sobre la ciencia ficción.