Según pasan los años
SILVIA RENEE ARIAS Sabato escribió en El escritor y sus fan
tasmas que un creador es un hombre que en algo “perfectamente” conocido encuentra aspectos desconocidos y que, sobre todo, es un exagerado. Si entendemos “exagerar” como sobrepasar los límites de lo natural, justo o conveniente, en esta primera novela del escritor, cineasta y dramaturgo Santiago Loza esos límites se desplazan más allá de lo convencional en una conflictiva y trágica relación madre-hijo. Para ello, Loza encuentra en el punto de vista el acierto de esta novela que pone en primer plano aquello de lo que no se habla, y en esa apuesta no le concede nada a lo políticamente correcto.
Nelly, la voz predominante en esta historia, es una señora que, debido a algunos problemas de salud, se ve obligada a convivir con su hijo Mauro y el novio de éste, Daniel. Nelly no quiere a su hijo, y éste la soporta porque se siente en la obligación de hacerlo. En este ámbito irreconciliable, patético (que halla su justificación en la angustia que genera la vida mal vivida de Nelly y que recorre todas las páginas como una letanía), el autor se da el gusto de hablar de todo aquello que no queremos escuchar: prejuicios, ruindades, un cuerpo corrompido por los años. Y puede hacerlo porque Nelly es inimputable. Su tiempo se está acabando y necesita tomar revancha de una vida miserable. Ella vive con toda la realidad, y sólo en la conciencia y en la ficción eso puede ser posible. Hallará entonces en el hombre que es el reflejo de su primer y fallido único amor el centro al que apuntará para convertirse, por una sola y última vez, en la protagonista de su propia historia. Para decirnos cuánta locura puede engendrar el desamor. Para arrancarle por fin a esa vida amarreta que la lleva a decir “Me arrojaron al mal sin que importara mi voluntad” un pedazo de sueños. Los mismos que sumirán a su hijo en una pesadilla. ■