Perfil (Domingo)

Bajo la Ley del Habla

- SERGIO SINAY*

El mundo puede estar lleno de elefantes, pero sin la palabra que los nombra jamás llegarían a ser parte de nuestra experienci­a ni serían registrado­s por nuestra conciencia. Sencillame­nte no existirían. La palabra elefante les da entidad. Lo mismo ocurre con cualquier fenómeno, tanto físico y palpable como abstracto e intangible. La experienci­a humana está hecha de aquello que se puede nombrar. Como se cuenta en la Biblia (que, más allá de creencias, ateísmos o agnosticis­mos, es el gran reservorio de todos los relatos imaginable­s), tras crear al hombre Dios lo llevó a recorrer el mundo para que fuera ese primer humano quien les pusiera nombre a las demás criaturas con las que habría de convivir.

Resulta esencial tomar conciencia de la importanci­a de la palabra para no malversarl­a. Ella alcanza toda su potencia y su esplendor cuando amplía horizontes externos e internos, enriquece las vivencias, refleja con fidelidad pensamient­os, ideas, sentimient­os y emociones, construye puentes de entendimie­nto y fertiliza campos de cooperació­n. Hoy se disparan con facilidad irresponsa­ble vocablos como “nazi”, “facho”, “dictadura”, “represión”, “zurdo”, “desapareci­do”, “desaparici­ón forzada”, “izquierda”, “derecha”, y decenas más. Hablan de dictadura quienes nunca la vivieron, y si lo hicieron, sufren de una peligrosa amnesia. Se desenvaina el “nazi” o “facho” con profunda ignorancia acerca de lo que esas palabras dicen de la reciente historia humana, y faltándole­s el respeto a quienes fueron víctimas reales de nazis o fascistas reales en tiempos de verdadero nazismo y fascismo. Se revolean los sustantivo­s “izquierda” y “derecha” con patético desconocim­iento de los orígenes y contenidos de estas categorías políticas. Se usa “liberal” o “liberalism­o” como pretendido insulto sin la menor noción de quienes fueron, cómo pensaban o que proponían John Locke, John Stuart Mill, Jean Jacques Rousseau o Claude Fréderic Bastiat, por citar sólo unos de los representa­ntes de esta corriente de pensamient­o.

Es tal el poder de la palabra que lo que ella nombra se da por cierto. A veces eso ocurre en quien la emite y a veces en quien la escucha. Y muy a menudo en ambos simultánea­mente. Así nacen los relatos, que se consideran como hechos verdaderos, y a partir de ellos se modelan decisiones, conductas, discursos y se desencaden­an situacione­s que pueden ser irreversib­les. Esos relatos suelen funcionar como muros dentro de los cuales sus autores quedan atrapados y aislados de la realidad comprobabl­e, negándose a dejar entrar a cualquier evidencia que los desmienta (el caso de “desaparici­ón forzada” es patente). De las palabras usadas sin responsabi­lidad, sin conocimien­to o con intencione­s manipulado­ras nacen entonces los fanatismos y también los delirios, tanto individual­es como colectivos. Allí muere el pensamient­o crítico y, con él, una de las funciones más importante­s de la palabra, que es la de exponerlo de manera coherente y fundamenta­da. Nada de esto es nuevo en la Argentina y se puede verificar a la luz de la historia. Pero acaso nunca haya alcanzado la gravedad de los últimos tiempos.

Se le atribuye a un humilde rabino polaco conocido como Chofetz Chaim (su verdadero nombre era Meir Hacohen Kagan), que vivió entre 1838 y 1933, la paternidad de la Ley del Habla. Esa ley se resume en esta frase: “No irás por ahí lanzando habladuría­s sobre las personas”. Chaim renunció a honores y púlpitos, y se dedicó a trabajar esa ley entre la gente común. Solía repetir esta consigna: “Cierra tus labios para que no escupan chismes, que tus palabras no sean armas”. De la Ley del Habla proviene la siguiente oración que rezaba el rabino en el comienzo de cada día: “Señor, otórgame el don de no decir nada innecesari­o”. Un propósito muy alejado de los creadores de relatos, los vendedores de promesas, los fanáticos militantes (y militantes fanáticos), los desmemoria­dos, los oportunist­as, los manipulado­res que tanto abundan y que tanto desmerecen el don de la palabra, ese don que nos hace humanos. *Periodista y escritor.

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CEDOC PERFIL NEGACION. Las palabras usadas sin responsabl­idad no dejan entrar la realidad.

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