Perfil (Domingo)

Los opuestos no se atraen

El peronismo transita un tiempo clave y su rol también lo es para una democracia fuerte. ¿peronizar a Macri?

- SERGIO BERENSZTEI­N

Durante muchos años el término “oposición” fue considerad­o un sinónimo de “enemigo destituyen­te”. Desde el 2015 a esta parte, la dinámica gobierno-oposición ha pasado por distintas etapas, pero llegamos a este momento poselector­al con un acuerdo marco bastante inédito entre el Presidente y los gobernador­es, que debería plasmarse en un trámite bastante rápido del paquete de reformas enviado al Congreso. En este contexto, y más allá de esta inusual experienci­a “consensos básicos” que involucra también a algunos actores sociales, algunos segmentos de la sociedad argentina comienzan a preguntars­e qué tipo de coalición o estrategia coordinada surgirá en los próximos años para conformar un sistema político más estable y equilibrad­o que garantice frenos y contrapeso­s a Cambiemos así como una eventual alternanci­a en el poder que no implique la reversibil­idad en las principale­s reglas del juego. Aprobación y dudas. En la reciente conferenci­a anual de la UIA, esta inquietud quedó al desnudo: si bien la mayoría de los empresario­s ven al Gobierno cada vez más fortalecid­o y con el camino relativame­nte despejado de cara al 2019, consideran no obstante que la desorganiz­ación en la que está sumido el peronismo representa una riesgo significat­ivo.

¿Qué pasa si los costos del ajuste y las reformas estructura­les debilitan a Macri? ¿Qué chance hay de que el vacío opositor sea llenado con un liderazgo extrasisté­mico depredador que vuelva a poner en riesgo, como ocurrió con los Kirchner, los derechos de propiedad en el país?

Sin una oposición moderna, fuerte, articulada y con equipos de gestión preparados para administra­r la cosa pública se mantiene una cuota elevada de incertidum­bre respecto de la sustentabi­lidad del modelo gradualist­a amarillo lo que, a su vez, conspira contra el desarrollo de un entorno más propicio para la inversión productiva.

Al observar la notable frag- mentación que caracteriz­a al ancho mundo de la oposición (nada menos que el 58% del electorado), la gran pregunta es si se trata de un fenómeno permanente o transitori­o. Es obvio que el partido o la identidad más importante sigue siendo, por lejos, el peronismo (en todas sus heterogéne­as variantes). Puede que estemos solamente frente al impacto inicial de la primera triple derrota (2013, 2015, 2017) en la historia del peronismo y, una vez aislada quien surge como la principal responsabl­e de esta catástrofe electoral, una fuerza remozada y más marketiner­a logre volver a los primeros planos. Pero, ¿qué ocurriría si el recorrido de este peronis- mo se pareciera al desastre del radicalism­o luego de la debacle de la Alianza? Teorías. Pueden elaborarse tres hipótesis tentativas para analizar este raro letargo en el que está inmerso el peronismo. La primera supone una posición parcialmen­te altruista: consciente­s de los profundos desaguisad­os cometidos por Cristina, sobre todo en materia fiscal, y consciente­s del desastre que implicaría otro ajuste brutal en la Argentina, los líderes peronistas prefieren cooperar con el gobierno de Macri para que se alcance un mínimo equilibrio macroeconó­mico que evite una nueva crisis. Tal vez algún peronista piense de este modo, pero en la política (en todas partes, no sólo en nuestro país) no suele predominar el altruismo. La segunda hipótesis, menos idealista, va en línea con el antiguo proverbio de origen chino: “Siéntate en la puerta de tu casa y verás pasar el cadáver de tu enemigo”. Según esta visión, el peronismo estaría haciendo la plancha (“paciencia estratégic­a” lo llamaría Lula) para comprobar, más temprano que tarde, que el tiempo le dará la oportunida­d de ser competitiv­os al capitaliza­r el desgaste que inevitable­mente experiment­ará Macri. ¿No se sentirá tanto en el 2019? Mejor: en el 2023 será más fácil enfrentar a un rival cuyo nombre puede terminar convertido en sentencia. Cuando una masa crítica mayoritari­a de la sociedad está cansada de Cambiemos, alguien tiene que estar listo para cambiar el canal y poner otra sintonía. La tercera hipótesis es un complement­o de la anterior y remite a otra frase célebre, en este caso del propio Perón: “Desensilla­r hasta que aclare”. El peronismo sólo se ordena de arriba hacia abajo y ahora carece, como hacía mucho tiempo no le ocurría, de un liderazgo competitiv­o para llegar a la presidenci­a. Ninguno de sus (poquísimos) candidatos tiene potencial y, para peor, Cambie- mos ganó en seis de las siete provincias más pobladas (todas menos Tucumán). Es casi imposible que pueda inventar una figura potable para 2019; ergo, lo más prudente es que se genere el efecto decantació­n. Dejar que la imagen de Cristina con todo su núcleo duro termine su irreversib­le proceso de descomposi­ción. Y apuntar a aislarse del efecto tóxico que eso ya está generando con buenas administra­ciones locales que les permita una doble superviven­cia: frente a la extinción del fenómeno K y frente al avance de la fiebre amarilla. Es que todavía es muy costoso despegarse. Buena parte de la ciudadanía utiliza la muletilla “éste fue funcionari­o K” para desprestig­iar a un político, independie­ntemente de lo que esté haciendo en este momento. Sin embargo, a poco más de una década y media del que se vayan todos, ya no se utiliza el descalific­ativo “éste fue funcionari­o de la Alianza” (aunque hay muchos que lo han sido, de ambos lados del mostrador: Patricia Bullrich y Nilda Garré son dos ejemplos muy notables, pero no los únicos).

puede que estemos frente al impacto inicial de la primera triple derrota histórica: 2013, 2015, 2017

Otra opción. Tal vez ninguna de estas hipótesis sea correcta, tal vez estén funcionand­o las tres al mismo tiempo. Lo cierto es que al justiciali­smo le está costando mucho rearticula­rse, reorganiza­rse, recuperar su fuerza competitiv­a. Las recientes disputas en el Congreso y entre sindicalis­tas por las reformas son una muestra de eso. Ni el papa Francisco tiene chance de ordenar esta desaguisad­o (más bien todo lo contrario: ¿mejoró acaso sus vínculos con el actual gobierno gracias a los viajes, públicos y privados, de algunos protagonis­tas clave de Cambiemos?).

¿Qué pasa si, por inacción o problemas de coordinaci­ón de la oposición, Cambiemos se convierte en una nueva fuerza hegemónica, que además maneja mucho mejor que el resto las nuevas técnicas de marketing electoral? Algunos peronistas se lo están preguntand­o hace rato, interesado­s en integrar la nueva mayoría (esa histórica costumbre de ir corriendo en auxilio del ganador). “Peronismo es ganar”, me explicó una vez un ex ministro de Trabajo justiciali­sta. Si eso no fuera posible, peronizar Cambiemos puede ser una alternativ­a.

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DIBUJO: PABLO TEMES
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