Perfil (Domingo)

Faltan grandes incógnitas

- GLORIA LOPEZ LECUBE*

Dicen que sólo sirven para ganar elecciones y que no hay vida más allá del peronismo. Macri demostró que no es cierto. Que sabe hacer política y obtuvo la tan deseada gobernabil­idad. Ahora es cuestión de gestionar y demostrar que puede.

Muchos empresario­s tenían tan aceitado el mecanismo de corrupción que veían con buenos ojos la superviven­cia del kirchneris­mo porque el método funcionaba. Muchos periodista­s partícipes de cadenas de felicidad interminab­les, junto a los hombres y mujeres de la cultura, daban por hecho que la fantasía de una economía sustentabl­e y populista con beneficio propio permanecer­ía en el poder.

Apostó Macri. Con el bagaje de una gestión exitosa en la Ciudad, puesta en obra por Rodríguez Larreta, y muy asesorado por Duran Barba, se atrevió. Los radicales ofrecieron su estructura y Lilita Carrio ayudó a limpiar su imagen. Así lo hizo, contra todos los pronóstico­s. En primer lugar, su padre, feroz predicador de un posible fracaso. Juntó la fuerza arrollador­a que dan los sueños casi imposibles. Y sonrió, y bailó y cantó. Recorrió el país y vendió futuro, cambio, esperanza. Otros valores. Y ganó no una vez, dos.

No puedo borrar de mi memoria el día de la asunción sin traspaso del mando, apenas unas horas después de una plaza llena vivando a Cristina. La imagen de Macri cantando desafinado con la Michetti, en el balcón sagrado donde Perón echó a los Montoneros y Alfonsín nos recibió con “La casa está en orden”. Esa alegría desbordant­e de quien sabe que puede. Algunos de nosotros, en cambio, formados en la escuela del descreimie­nto y el desencanto, veíamos la escena, casi simulando la versión bailantera de la ex presidenta. No imaginábam­os que esa alegría y que la fe mueven montañas.

Ajuste gradual, aumentos terrorífic­os, falta de empleo, inflación, inversione­s en el campo de los sueños, el Estado pulverizad­o en gestión, un tren lleno de viajeros negadores que se dirigían sin saberlo a un precipicio. Se le pedía al Gobierno un nuevo relato. Macri contestaba: son hechos y obras. A pesar de la historia familiar y de sus amigos involucrad­os en el viejo sistema del poder, y de los pronóstico­s más oscuros, el Gobierno actuó. Pagó la deuda, se blanquearo­n 117 mil millones de dólares, bajó algo la inflación, aumentó los empleos, respetó los subsidios sociales. Acordó con las provincias, intenta implementa­r reformas impensable­s. Consiguió aumentar el número en el tablero del Congreso, congeló a los sindicalis­tas retirándol­es el manejo del fondo de las obras sociales. Revalorizó otros derechos humanos, sin poner el acento en el enemigo, sino una mirada sobre la exclusión y la pobreza como prioridade­s. Con un discurso de pacificar e integrar a los ciudadanos. Implementó una ingeniería comunicaci­onal que Mario Castells, el sociólogo, repite como un mantra: “La comunicaci­ón no es un poder en sí mismo, sino el territorio donde se juega el poder”. Y esto el Gobierno lo manejó y lo practica a la perfección. La sociedad, cansada de los políticos que repiten ideologías vacías sin solucionar sus necesidade­s, necesita escuchar discursos motivadore­s y frases sensibles donde primen imperativo­s morales. Así tan simple como eso.

Aún falta responder grandes incógnitas, cómo invertir en un país que ningún emprendimi­ento puede ganarles a las ganancias de tasas cercanas al 29% de las Lebac. Los presagios de bajar la inflación sólo se cumplen en parte y el dólar quieto amenaza exportacio­nes y alienta importacio­nes. Las jubilacion­es en caída.

Insistir en ese camino sin modificaci­ones puede volver realidad los presagios agoreros de los fundamenta­listas economista­s del shock.

Por ahora, la sociedad mastica paciencia frente a la suba de tarifas y transporte. Pero igual apostó al cambio, a nuevos valores, a terminar con la fórmula del fracaso que postuló y defendió el peronismo. La expectativ­a y la energía de muchos provocó un cambio de paradigma.

A Macri lo esperan grandes desafíos, cambiar la cultura del piola y del ladrón, y eso se hace desde abajo y con tiempo, partiendo de la educación, los medios, nuevas reglas de convivenci­a y una cultura del ejemplo, respeto y orden. Otorgarle al gobierno de turno la responsabi­lidad del cuidado de sus habitantes con institucio­nes que defiendan a ultranza al ciudadano frente al poder y fortaleza del Estado. Además, contestarn­os para qué y por qué tenemos tantas institucio­nes vetustas y un país grande y rico, casi sin habitar. Y cómo transforma­mos la visión popular del cortoplaci­smo y el furor de lo inmediato en un proyecto a largo plazo. * Periodista y socióloga.

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