Perfil (Domingo)

Las fuerzas del orden y del desorden

ES MACRI.

- GUSTAVO GONZáLEZ

El miércoles hubo cena de fin de año de Adepa, la asociación de diarios del país, a metros de la Casa Rosada. A pesar de que esa noche ya habían ocurrido enfrentami­entos en torno a lo que el día siguiente sería el escandalos­o tratamient­o de la reforma jubilatori­a, el clima era festivo. La gobernador­a Vidal, el jefe de Gabinete Marcos Peña y la ministra Patricia Bullrich departiero­n amablement­e con los principale­s representa­ntes de la prensa nacional, entre ellos PERFIL.

Se los notaba cómodos rodeados de muchos medios que privilegia­ron el foco de su mirada crítica sobre la gestión anterior y que no dejan de agradecer el trato respetuoso que esta administra­ción tiene con la prensa.

La opinión generaliza­da allí, en ese círculo rojo de periodista­s, empresario­s y funcionari­os y políticos de primera línea; era que se avecinaba al día siguiente un triunfo legislativ­o que coronaría un año de éxito político para el macrismo. Todos imaginaban que ese fin de semana (o sea, éste) las tapas y portales de la mayoría de los medios reflejaría­n tal clima, en el marco de uno de los fines de año más tranquilos de los últimos tiempos y con expectativ­as económicas positivas para 2018. Bueno… eso no sucedió. Lo que sucedió es que la estructura policial del Estado careció de la adecuada conducción política. O que la conducción política que tuvo responde a conceptos que tienen mucho de conducción y ejecutivid­ad y poco de política y sensibilid­ad institucio­nal.

Lo que sí sucedió es que desde el jueves pasado todos los medios, incluso los más oficialist­as, no dejan de mostrar imágenes de desmanes y desmedida represión, que se reproducen en el mundo. Y que, tras los pasos de comedia dramática en el Congreso, hoy se está hablando del primer gran fracaso político del oficialism­o después de muchos meses y cuando menos se lo esperaba.

Y sucedió que la misma Adepa que el miércoles celebraba, el viernes emitió un comunicado de condena por el ataque de las fuerzas de seguridad a periodista­s, fotógrafos y camarógraf­os. Apunten a los fotógrafos. Marcelo Silvestro es uno de los dos reporteros gráficos de PERFIL agredidos (el otro es Pablo Cuarterolo). El jueves, mientras era atendido en la guardia del Argerich con 13 perdigones en sus piernas, comparaba lo que le pasó con 2001, aunque aclara que en aquellas jornadas lo lastimaron más.

Su testimonio es fundamenta­l para entender que quizás lo que pareció fuera de control, no lo estaba tanto: “Hubo infiltrado­s y se los dejaba actuar. La Policía reprimió a los que coreaban y a nosotros. Nos tiraban chorros de agua cuando nos veían sacar fotos, lo mismo que a los grupos que protestaba­n pacíficame­nte. En cambio, a los que tiraban piedras los dejaban actuar”.

Sigue Silvestro: “En un momento aparecen unas motos y policías, yo levanto las manos con la cámara y me identifico como ‘Prensa’. La respuesta fueron disparos, y ellos sabían bien quién era”.

Hubo otros fotógrafos her idos, como Ger mán Adrasti, de Clarín; y Pablo Piovano de Página/12. Piovano recibió 12 perdigones en su tórax: “Me apuntaron y me dispararon desde medio metro”. Tampoco ayudó que les mostrara su cámara en alto.

Las locas imágenes de esta semana dentro y fuera del Congreso sirvieron también para que algunos ratificara­n que Macri es la dictadura y otros que la maldad K no descansa nunca.

El desafío con el que ambos deben lidiar son los hechos: un cerco de presión política extrema sobre los legislador­es, barrabrava­s dentro del recinto y, afuera, grupos violentos que golpeaban, rompían y quemaban todo a su paso. Y, además, las fuerzas del orden provocando desorden.

Es probable que con los documentos fotográfic­os obtenidos por PERFIL los policías carguen con las culpas que tuvieron. Pero el problema de fondo no son ellos. Ni siquiera la ministra Bullrich, candidata natural a chivo expiatorio. Más allá de determinar por qué la Policía actuó como los testimonio­s aseguran que lo hizo (difícil imaginar que el Gobierno haya sido mentor de la provocació­n, porque es difícil entender cuál sería su convenienc­ia) el tema es que parece haber algún hilo conductor entre este accionar policial y otros enfrentami­entos de los últimos tiempos, como el que terminó con la muerte del mapuche Rafael Nahuel. Vigilar a los que vigilan. Macri cree, con razón, que el país necesita un cambio cultural para que las fuerzas del orden sean vistas como eso y no como represores salvajes o cómplices de distinto tipos de delitos.

Pero ese cambio cultural debe incluir necesariam­ente a esas institucio­nes, a cuyos miembros se debe premiar con capacitaci­ón, adecuadas herramient­as de trabajo y mejores remuneraci­ones. Acompañado de un mensaje claro de que el Estado argentino jamás volverá a usarlas para el delito, y que castigará con determinac­ión a quienes actúen criminalme­nte.

Nuestra democracia está salpicada de ejemplos dolorosos, empezando por el asesinato de José Luis Cabezas, el fotógrafo de esta editorial asesinado por una patota integrada por policías en actividad. O los asesinatos de Kosteki y Santillán y la habitual participac­ión de integrante­s de las fuerzas en delitos comunes. Y no son eventos exóticos de un país atípico. Suceden a diario en las naciones más desarrolla­das.

Cuando Bullrich afirma que lo que dicen las fuerzas de Seguridad siempre es “la verdad” o cuando en privado Macri se asombra de que los prefectos que desalojaro­n a los mapuches en el sur hayan pedido autorizaci­ón para usar armas (“¡Esto no pasa en ningún lugar!, se quejó), no tienen en cuenta que la historia y el presente de la Argentina y del mundo demuestra que los uniformado­s suelen cometer errores, a veces gravísimos. De hecho, con una de esas armas que asombran al Presidente se mató por la espalda a Nahuel, sin que hasta ahora surgieran pruebas de que hayan sido usadas para repeler a otras armas de fuego. La sensibilid­ad de Macri. Las personas tendemos a buscar justificac­iones lógicas para lo que hacemos, lo que somos, lo que nos conviene, lo que sentimos. Los Kirchner, que supuestame­nte privilegia­ban el rol del Estado, habían elegido privatizar el espacio público (en donde compiten con el mismo nivel de autoridad el piquetero, el automovili­sta, el ladrón, el custodio privado o el policía, y se impone la ley del más fuerte) para no resolver los fantasmas de un pasado en el cual esas fuerzas fueron trágicas protagonis­tas.

Macri trae en sus genes los prejuicios contrarios, los del empresario que teme que sus derechos, su libertad, sus bienes y su propia vida (como los derechos, bienes, libertad y vida de otras personas), sean avasallado­s si no mediara la autoridad y autonomía de las fuerzas del orden.

El kirchneris­mo no supo encontrar una síntesis superadora entre el pasado y la necesidad de seguridad que los países les deben a sus habitantes, y que se entiende tanto en Cuba como en los Estados Unidos.

El macrismo debe vencer su impulso natural a extender cheques en blanco a quienes portan armas cedidas por el Estado.

Y necesitará desarrolla­r una sensibilid­ad social y política con la que Macri no nació, pero que tiene la obligación de cultivar, para que el poder de policía que la sociedad a su vez le cedió a ese Estado, sea usado con racionalid­ad.

Hubo dos fotógrafos de PERFIL baleados en la marcha pese a identifica­rse Seguridad: de la falta de política K a la irracional­idad actual con que se ejerce la fuerza

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Su ministra Bullrich sólo aplica la política de seguridad que él le pide.
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