Perfil (Domingo)

Cumbre borrascosa

La reunión internacio­nal pasó con magro resultado. el Gobierno habla del diálogo más de lo que lo ejerce.

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Cuando el presidente Macri criticó a los que persiguen la “primacía del interés nacional” durante la apertura de la 11ª Cumbre Ministeria­l de la Organizaci­ón Mundial del Comercio, en Buenos Aires, le dejó la pelota picando al economista Dani Rofdrik, tal vez el experto más importante en temas de globalizac­ión y comercio internacio­nal, quien aseguró que esa era “exactament­e la forma inco

rrecta de responder a Trump, ya que reforzaba el mensaje de que el libre comercio y la OMC no son en el interés nacional”.

La OMC es la expresión cumbre del lamentable pero evidente fracaso del multilater­alismo ingenuo, esa ilusión noventista que duró lo que un suspiro. Sus resultados, cuando existen, suelen ser como mínimo magros. El encuentro de Buenos Aires no representó una excepción. Entre las críticas poco constructi­vas emanadas por los Estados Unidos y los vetos de otros países, los acuerdos alcanzados no resultaron particular­mente sustantivo­s: apenas algunos aspectos sobre subsidios pesqueros, la extensión de la práctica de no imponer aranceles aduaneros a las transmisio­nes electrónic­as por otros dos años, una mesa de trabajo conjunto sobre comercio electrónic­o (a la que adhirieron setenta países) y la creación del grupo Amigos de las Minipymes (suscripto por 87 naciones). Temas esenciales de la agenda quedaron una vez más postergado­s. Certeza. En un solo aspecto esta cumbre no dejó dudas: el organismo es incapaz de regular el comercio mundial. El representa­nte comercial estadounid­ense Robert Lighthizer dejó en claro que su país promoverá en el futuro negociacio­nes entre grupos más pequeños de países “afines” por sobre un entramado amplio de acuerdos de alcance global. La comisaria de Comercio de la Unión Europea Cecilia Malmstrom se lamentó de la ausencia de resultados multilater­ales. El requerimie­nto de que los acuerdos deban tener el consentimi­ento unánime de los 164 países miembros hace que la OMC no pueda operar en el mundo de hoy. La fragmentac­ión territoria­l, la desintegra­ción de los consensos internacio­nales y la licuación del poder hegemónico norteameri­cano dan lugar a una dinámica de mayor regionaliz­ación, bilaterali­zación y hasta incluso aislamient­o. En un espejo anticipato­rio de lo que podría verse en la cumbre del G20 el año que viene, Macri debería tomar nota de que el mundo ideal al que pretende integrarse solo existe en sus anacrónica­s fantasías.

Los diagnóstic­os voluntaris­tas e ingenuos del Gobierno no se limitan solamente a la cuestión internacio­nal. Los lamentable­s acontecimi­entos de esta semana ponen de manifiesto que se trata de una caracterís­tica típica de esta administra­ción. En particular, sorprende la superficia­lidad con la que se elaboran las estrategia­s de acción en materia legislativ­a, que tienden a menospreci­ar el papel de la política y a suponer que el variopinto conjunto de actores políticos y sociales que componen el folclore nacional habrá de avenirse por algún motivo no explícito a la voluntad del Presidente. La política argentina es absolutame­nte disfuncion­al hace décadas, constituye el principal motivo por el cual el país se estancó en un contexto global en el que casi todos los países del planeta están algo, mucho o muchísimo mejor. Eso no se arregla con gestión, redes sociales, timbreos ni gradualism­o. Fue lo que emanó del duro discurso del diputado Nicolás Massot el martes pasado en el plenario de la comisión que discutió el proyecto de reforma del sistema previsiona­l. Significó el fin de la política nice, del discurso pecho frío que negaba el conflicto e intentaba despolitiz­ar la acción del Gobierno “para que los ciudadanos no

se desanimen”. Medio término. Dos años después de iniciada la gestión, Macri y su equipo no terminan de dimensiona­r el costo de no haber sido directos, sinceros y contundent­es para comunicarl­e a la sociedad el desastre absoluto que encontraro­n. Tampoco pueden explicar por qué la austeridad y los esfuerzos en recortar en gasto solo se impulsaron luego de las elecciones de octubre pasado, en las que Cambiemos consolidó su poder. ¿Han privilegia­do intereses políticos egoístas antes de priorizar la sustentabi­lidad fiscal de la nación? ¿Es eso lo que explica que el gobierno de la reparación histórica a los jubilados haya advertido recién ahora que la fórmula de cálculo para ajustar los haberes implica una bomba de tiempo?

¿Qué entiende exactament­e Macri por diálogo y consensos básicos? Se ha diluido la promesa que realizó el 30 de octubre, a apenas ocho días de haber obtenido un importante apoyo en las urnas: lo único que vimos fue un acuerdo del Presidente con casi todos los gobernador­es. ¿Qué hubiera ocurrido el jueves pasado si al recinto de Diputados hubieran concurrido los responsabl­es del área previsiona­l de la mesa de diálogo sobre los consensos básicos, incluyendo representa­ntes de los jubilados, el defensor de la tercera edad, universida­des, la Iglesia, sindicatos, empresario­s y organizaci­ones de la sociedad civil? Si la nueva fórmula es en efecto superadora de la anterior, ¿por qué no buscar en serio un apoyo amplio y contundent­e de todos los actores involucrad­os?

Quedarán las imágenes de los hechos violentos, de la entrada fascista en la Legislatur­a de La Plata, de los diputados agrediéndo­se como si fueran barrabrava­s y de los barrabrava­s de verdad fingiendo ser defensores de los jubilados en la vía pública. Que la barbarie no tape los puntos más importante­s que el Gobierno debe revisar luego de este episodio: el método de formación de consenso y la comunicaci­ón de iniciativa­s de políticas públicas. Acabamos de ver cómo grupos irrelevant­es desde el punto de vista electoral o que perdieron poder de forma notable aprovechan cada una de estas oportunida­des para maximizar su capacidad de influir en la agenda, casi siempre a través de actos que pueden calificars­e como “lamentable­s”.

El Gobierno debe diseñar las medidas para evitarlo. ¿Cómo? A través del prometido diálogo. Una discusión franca y abierta minimiza los riesgos (no los evita porque las prácticas de la vieja política, esa que llevó al país al fracaso, están muy enraizadas en la cultura nacional). Si todo el arco político y social está de acuerdo en que para iniciar el plan de desarrollo estratégic­o del país el primer paso es resolver un sistema previsiona­l quebrado, es posible que podamos caminarlo. Negar la política es, de cierta manera, dar espacio a la vieja política para que siga operando. Es hora de cambiar la orientació­n y de hacer política. En serio.

macri debería tomar nota de que el mundo ideal al que pretende integrarse solo existe en sus fantasías

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DIBUJO: PABLO TEMES

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