Perfil (Domingo)

Un buen puerto para los migrantes

Ante una realidad global que excede respuestas nacionales, esta región puede dar el ejemplo y liderar la recuperaci­ón de valores humanos sobre los que recibía lecciones.

- JORGE ARGüELLO*

Las migracione­s, un asunto que hoy invade las agendas en todo el mundo y altera peligrosam­ente los rumbos políticos en el Norte desarrolla­do, es un desafío global en el que América Latina se erige esta vez como un ejemplo de las prácticas más avanzadas. La última evidencia de ese contraste llegó recienteme­nte, cuando el presidente Donald Trump retiró a Estados Unidos del proceso de firma del Pacto Mundial por una Migración Segura, Ordenada y Regular, iniciado en la ONU a fines de 2016, antes de que el magnate y sus consignas xenófobas desembarca­ran en la Casa Blanca.

Desde ya, las urgencias económicas son el motor universalm­ente reconocido del movimiento de personas y familias de un país a otro. Nuestra región, aun siendo la más desigual del planeta, ha evitado la tentación de “securitiza­r” sus políticas migratoria­s, sin dejarse ganar por el miedo y la discrimina­ción que domina Estados Unidos y Europa.

Como ha establecid­o la Confederac­ión Sudamerica­na de Migracione­s (CSM), “las personas migrantes, en su proceso de inserción e integració­n, como de vínculo, se transforma­n en actores fundamenta­les en el desarrollo humano, económico, cultural, social y político”. La idea de un pacto de alcance universal nació de la Declaració­n de Nueva York que emitió en 2016 una cumbre especial de la ONU, en la que los Estados se compromete­n también en lo inmediato a proteger los derechos humanos de todos los refugiados y migrantes, independie­ntemente de su condición, a condenar enérgicame­nte la xenofobia contra ellos, y a reforzar su contribuci­ón positiva al desarrollo económico y social de los países de acogida. La falta de oportunida­des que lleva a partir es efecto de la desigualda­d. La real dimensión. Solo desde aquella tragedia del naufragio de Lampedusa (Italia), que conmovió al papa Francisco en sus primeros días de pontificad­o, en 2013, unas 15 mil vidas de adultos y niños se han perdido en el intento de cruzar irregularm­ente el Mediterrán­eo desde las costas de Africa, y por ahora los gobiernos europeos no han tenido mejor respuesta que invertir ingentes fuerzas políticas y dinerarias sólo en bloquear su llegada.

Aun así, según un completo informe publicado en 2016 (McKinsey Global Institute), el 90% de los 247 millones de migrantes del mundo se trasladaro­n ese año a través de las fronteras por su propia voluntad, en general movidos por razones económicas. De ese total, 65,6 millones de personas han decidido abandonar sus hogares a causa de conflictos bélicos y persecucio­nes.

Uno de cada diez del total de migrantes (24 millones) es refugiado y solicitant­e de asilo. En su gran mayoría provienen de Medio Oriente y el norte de Africa. Y más de la mitad de ese universo son niños y adolescent­es.

Los intentos de establecim­iento en Europa de estos millones de personas desplazada­s dispararon las alarmas sociales primero, y políticas después, con un reverdecer de fuerzas nacionalis­tas, xenófobas y hasta neonazis. Del resto, la mayor parte de los migrantes se trasladan a naciones vecinas o del mismo continente, y aunque la mitad se mueve hacia países desarrolla­dos en busca de mejorar legítimame­nte sus condicione­s de vida, su impacto en el PBI mundial triplica su mera dimensión demográfic­a, y el 90% del beneficio queda en los países de acogida.

En América Latina, según la Organizaci­ón Internacio­nal para las Migracione­s (OIM), los patrones cambiaron y tendemos a movernos cada vez más en la región, en especial desde la última década, cuando países receptores como Estados Unidos y España endurecier­on sus políticas migratoria­s mientras los nuestros las mejoraron y promoviero­n el regreso de sus nacionales y también los desplazami­entos entre países.

Los censos nacionales realizados entre 2000 y 2010 en la región mostraron un aumento del 32% de latinoamer­icanos viviendo en otro país de la región, y entre 2009 y 2015 nuestros países concediero­n más de dos millones de residencia­s temporales y permanente­s a personas de naciones vecinas motivadas por la búsqueda de trabajo, el tránsito fronterizo, la movilidad indígena, la reunificac­ión familiar, la movilidad por estudios y la búsqueda de refugio por persecució­n política (Cepal). De todos modos, la mayor la cantidad de emigrantes latinoamer­icanos reside en países extrarregi­onales, muchos emigran hacia Estados Unidos (unos 20 millones), aunque México representa el 40% de la emigración regional, con 12 millones de sus ciudadanos viviendo fuera del país, sobre todo en su vecino del norte. Haití, el país más pobre de América Latina y el Caribe, vio emigrar 400 mil personas desde 2000, un tercio de ellos a la vecina Dominicana, la mayoría a Estados Unidos y algunos al Cono Sur. Migrar con derechos. Camino a un pacto que ponga los derechos de los migrantes en el centro de nuestras leyes, con libertad de movimiento y ciudadanía ampliada, es importante tener en claro que la falta de oportunida­des en los países de origen, tan determinan­te para las migracione­s desde siempre, es efecto y no causa de la desigualda­d económica y social que caracteriz­a esta etapa del capitalism­o globalizad­o.

Como demostró América Latina, en particular a través de las experienci­as de acuerdos subregiona­les en el Mercosur y la Comunidad A ndina, cualquier “gobernanza migratoria” exige un abordaje integral y multilater­al del fenómeno, y una valoración positiva de sus efectos a largo plazo. Las migracione­s solo han consolidad­o el proceso de integració­n de nuestros países.

Además de los estamentos políticos e institucio­nales, el amplio arco de la sociedad civil necesita compromete­rse con todos los aspectos del proceso, en particular en la lucha contra el tráfico de migrantes y la trata de personas, que sigue desafiando las mejores intencione­s y leyes que podamos darnos.

El papa Francisco, comprometi­do hoy con el drama de refugiados rohingyás de Sri Lanka y entusiasta del Pacto Mundial por la Migración, señaló la ruta que vale la pena mantener cuando el horizonte se nubla por el temor a lo distinto: “El principio de la centralida­d de la persona humana –dijo– nos obliga a anteponer siempre la seguridad personal a la nacional”.

América Latina ha sido históricam­ente objeto de recomendac­iones de parte del mundo desarrolla­do, en algunos casos pertinente­s, pero esta vez, ante una realidad global que excede respuestas nacionales, es la región que puede dar el ejemplo y liderar la recuperaci­ón de valores humanos sobre los que, hasta no hace mucho, recibía lecciones. *Ex embajador ante la ONU, Estados Unidos y Portugal. Presidente de Fundación Embajada Abierta.

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CEDOC PERFIL EN MARCHA.
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