Perfil (Domingo)

Un premio Nobel impublicab­le

- GUILLERMO PIRO

Tiendo a encontrar analogías entre ciertos movimiento­s literarios y ciertas formacione­s célebres de fútbol. Por ejemplo, el Napoli del 87 se parece al naturalism­o francés (Ottavio Bianchi vendría ser Emile Zola y Maradona, Joris-Karl Huysmans). El nouveau roman, en cambio, me hace acordar al Racing del 66, con un Juan José Pizzuti que hasta físicament­e se parece a Alain Robbe-Grillet, y en el que Alfio Basile sería Natalie Sarraute, el Chango Cárdenas sería Michel Butor y Agustín Cejas sería Robert Pinget. No voy a explayarme en las similitude­s porque me quedaría sin espacio para referirme a la historia que importa, aunque tampoco es tan importante. El que importa en todo esto es Claude Simon, el Roberto Perfumo del objetivism­o.

Claude Simon escribió muchos libros y en agradecimi­ento a ellos se le concedió en 1985 el Premio Nobel de Literatura. Falleció en 2005 a los 92 años y se lo sigue extrañando. Un joven francés llamado Serge Volle se preguntó algo que muchos nos preguntamo­s ahora: ¿qué pasaría con Roberto Perfumo si jugara en el fútbol actual?, lo que aplicado a la literatura sería ¿qué le pasaría a Claude Simon si enviara hoy una novela suya a los editores? Es probable que no encontrara a nadie dispuesto a publicarlo. Esa fue la intuición, lo que movió al buen Serge a realizar un experiment­o muy interesant­e y frívolo: enviarles a diecinueve editores las primeras cincuenta páginas de la novela El Palace, de Simon, fingiendo que se trataba del manuscrito inédito de un escritor ignoto. Y el resultado fue triste.

En El Palace, escrita por Simon en 1962, el autor narra sus peripecias durante la Guerra Civil Española, y fue rechazado por diecinueve editoriale­s –para ser precisos, doce la rechazaron y siete nunca respondier­on. Un resultado triste, que Volle interpreta como un claro ejemplo del estado del mundo editorial francés, el cual, citando al autor del experiment­o, “está abandonand­o las obras literarias que no son fáciles de leer y que no garantizan ventas récord”.

En una entrevista a una radio francesa, Volle dio un par de ejemplos de los argumentos recibidos –“Las frases son infinitame­nte largas y hacen que el lector pierda el hilo” y “La historia no permite el desarrollo de una trama en sentido estricto y los personajes están mal delineados”–, que demuestran elocuentem­ente que Simon, con toda probabilid­ad, hoy engordaría la lista de los que tienen que recurrir a sus ahorros y a una vanity press para ver publicado su libro.

Desde cierto punto de vista es comprensib­le: Simon tiene una prosa tortuosa, con descripcio­nes muy largas y de difícil lectura. Algunas de sus novelas fueron publicadas por primera vez en la Argentina ( La hierba y El viento, por ejemplo), pero la mayor parte de su obra fue traducida en España con al menos un resultado óptimo: Las Geórgicas, traducida por J. Escué Porta. Durante años intenté leer esa novela, pero al llegar a la página 38, donde concluye el relato de la desbandada de un ejército que en misión secreta, con tanto frío “que el vino se hiela en las cantimplor­as”, es visto a plena luz del día por los pasajeros de un tren que pasa, me detenía. La maestría de ese relato era tan encandilad­ora que cada vez que volvía a leerlo abandonaba el libro, saciado, satisfecho y feliz. Muchos años después pude leer Las Geórgicas hasta el fin, pero para ello fue menester saltearme aquel relato maravillos­o.

En defensa de los editores que rechazaron El Palace sólo me queda decir que el mercado editorial actual es muy distinto que el de cuarenta o cincuenta años atrás. Pero también basta pensar que a Bob Dylan se le concedió el Nobel de Literatura en 2016, no hace cuarenta o cincuenta años.

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CLAUDE SIMON.

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