Perfil (Domingo)

“CUANDO ESCUCHE LA PELOTA POR PRIMERA VEZ ME VOLVI LOCO.”

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ahora juega en Boca. En 2018 escalará el Aconcagua. Tiene trece hermanos y siete hijos, pero no importa porque no hay limitacion­es.

—Esto de no ver, la verdad, no fue una limitación en mi infancia. Mis padres nunca me sobreprote­gieron: apoyaron, me dejaron crecer, golpearme, ser… Me criaron como a mis hermanos, no me tenían en una cajita de cristal. Me costaba, pero me importaba jugar. El fútbol es un sentimient­o, te mueve la pasión. Desde muy chico ya quería ponerme la camiseta de Boca, la de la Selección, y eso estaba muy lejos… Donde vivía no había escuelas para personas ciegas. Recién cuando me trajeron a un instituto para ciegos, en San Isidro, descubrí que los ciegos juegan al fútbol con pelota con sonido. Cuando escuché la pelota por primera vez me volví loco: era Maradona y Messi juntos, imaginate. Me abracé a ella con uñas y dientes. Y ahora mirá: le hacen una entrevista a un jugador de fútbol. Hoy soy así: no miro los obstáculos, quiero salir campeón y miro el mo- mento donde me están dando la medalla.

Lo que le dio la independen­cia a Silvio fue, sobre todo, el bastón blanco. Con él pudo salir a la calle, caerse, levantarse, caerse, levantarse, viajar y encontrars­e con un amigo, con una chica. O solo: siempre solo se siente mejor.

—No somos realmente independie­ntes del todo, todos dependemos de alguien o de algo. Y que venga alguien y me diga si alguna vez no se sintió discrimina­do. A mí capaz por no ver, pero todos somos discrimina­dos. Igual muchas veces no es que te discrimine­n, sino que no saben cómo acercarse: piensan que les va a re costar relacionar­se. Y por eso también uno tiene que poner mucho. En la esquina estás esperando a que alguien te ayude a cruzar, y de repente no se te acercan porque no saben cómo agarrarte. En la tele no hay un programa que te enseñe cómo cruzar a una persona ciega. Pero yo rompo el hielo rápido… Apenas te conozco, te tiro un chiste de ciegos y ya está: nos ponemos de igual a igual.

Velo se está rascando la nariz: no quiere hablar de las mujeres. Mientras se toma una botella de vitaminas “que tienen gusto a flancito”, dice que solo está para una sola, para su mujer, para ella, con la que está casado hace veintiún años. Pero aclara que sí, que no tuvo ningún problema con las chicas a lo largo de su vida: si tienen linda voz, ya le gustan.

— Uh, con las mujeres... Pará: ¿esto lo vas a sacar en algún lado? –vacila–. Nunca hubo problema en ponerme de novio ni nada. Hoy por hoy, tengo a mi señora. Y mi hija más grande tiene 22 años; yo hace 25 que estoy acá. Por lo tanto, mi esposa siempre se hizo cargo de eso, de los nenes. Soy un deportista de to-

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