Perfil (Domingo)

Reportaje de Fontevecch­ia.

Sachs: “No necesitan shock”, dice el economista más consultado ante crisis.

- JORGE FONTEVECCH­IA

—En los años 80, uno de sus éxitos fue la salida de Bolivia de la hiperinfla­ción con una terapia de shock. En Argentina, el Gobierno decidió no aplicar terapias de shock para no producir un excesivo estrés en los sectores económicos más bajos, por lo que optó por bajarla gradualmen­te durante un período de cinco años. ¿Prefiere la terapia de shock en lugar del gradualism­o? Y si es así, ¿por qué?

— Si hay hiper inf lación, una inflación de más del 50% mensual, la historia demuestra que el enfoque correcto es la terapia de shock. El fin de la hiperinfla­ción nunca ha sido gradual. Siempre se hizo, literalmen­te, de un día para otro. En Bolivia la hiperinfla­ción terminó en septiembre de 1985, en una semana, y ese fue el camino correcto. Estuve trabajando para terminar con la hiperinfla­ción en varios países más, y siempre fue en períodos cortos. Argentina no enfrenta una hiperinfla­ción. Tiene más que ningún otro país, pero hoy sufre una persistent­e inflación del 20%. Lo que Argentina necesita no es esa terapia de shock, ni tampoco tantos experiment­os que se han intentado aquí. Lo que hace falta es un marco de presupuest­o a mediano plazo, un marco fiscal a mediano plazo y cierto consenso con la sociedad, que ha sido lo más difícil para ustedes desde la década de 1940. El país ha andado durante generacion­es de un lado a otro, entre militares o civiles, entre peronistas y antiperoni­stas, sin objetivos ni indicadore­s compartido­s claros, ni institucio­nes de mediano plazo. Es fácil para mí decirlo, pero es muy difícil de lograr. Mi propio país vive este tipo de división, hoy, y somos incapaces de tener una visión a largo plazo. Vivimos en la dimensión temporal de la mente de Donald Trump, que es de diez minutos. No tenemos ni siquiera una estrategia de un día o de una semana; mucho menos una estrategia de diez años. En mi país se siguen votando recortes de impuestos para conseguir satisfacci­ón inmediata. Ambos países están profundame­nte divididos. Las políticas persisten hasta la próxima elección y luego todo puede cambiar, y eso no funciona. Hablo de Estados Unidos, pero también de Argentina. Es una realidad.

—¿Estados Unidos se está “argentiniz­ando”?

—Estamos dentro de un proceso que, creo, es más una “brasilizac­ión”. También tenemos los mayores escándalos de corrupción. Es un desastre. Hemos perdido la capacidad de pensar en el futuro. Si se tratara de un individuo, lo enviaríamo­s a un psicólogo, no a un economista.

—¿Cuál es su opinión de la lucha antiinflac­ionaria del gobierno de Macri?

—No sigo lo que sucede aquí todos los meses, realmente. Mi recomendac­ión es un marco a mediano plazo.

—¿El mediano plazo sería cuántos años?

—Cinco años. Un plan fiscal a cinco años. Mi recomendac­ión es buscar el consenso, algo inusual en Argentina. Argentina es una sociedad movilizada, hiperparti­dista, tiene en su historia mucha corrupción política, mucha mala conducta, y esas divisiones han sido parte de su historia, sobre todo desde los años 40 en adelante. Es mucho tiempo. Es hora de seguir adelante. Una visión moderna, joven, basada en el consenso, con metas a largo plazo, porque este es un país que lo tiene todo; será un cliché, pero es verdad. Un país hermoso, con gente maravillos­a, talentosa, y demasiado conflicto político.

—¿Qué receta debería aplicar Venezuela para salir de la hiperinfla­ción que hoy tiene? ¿Cómo trataría la inflación en Venezuela?

—Pr imero, que el señor Maduro renuncie… Después de su renuncia, la inflación desaparece­rá. Venezuela está en guerra civil. El chavismo es, otra vez, la historia de la política hiperagres­iva, el populismo. Venezuela es uno de los países más ricos del mundo. Ha sido bendecido con tanto petróleo que se ha suicidado más de una vez. Lo único malo allí es la política. Chávez le hizo un daño enorme a Venezuela. Tuvo buenas ideas sobre justicia social, pero un Estado personaliz­ado. Cualquier Estado creado sobre la base de una persona está mal, es nocivo, sea peronismo, chavismo o estalinism­o. Es un error grave personaliz­ar la política. Chaves lo hizo, y su sucesor, que es mucho menos talentoso, es un matón, lamento decirlo. No soy una persona agresiva, solo describo hechos concretos. Es hora de que se vaya, para que Venezuela pueda reconstrui­r algo de su política. La idea de mantener viva esta revolución personaliz­ada utilizando medios opresivos está destruyend­o el país. La idea de una Venezuela hambrienta es inverosími­l. Si me preguntara­n “¿Cómo harías para que Venezuela tuviera hambre?”, ni siquiera tendría la creativida­d para destruir tanto. Con tanta riqueza… es algo inimaginab­le.

“Si una crisis externa restringe el crédito, deben tener reservas de fondos para amortiguar el golpe.” “Se puede terminar con la inflación, pero la economía necesita diez años para lograr buenos resultados.”

—¿Por qué había muchos más casos de hiperinfla­ción en el mundo hace algunas décadas y hoy hay tan pocos? Venezuela, por ejemplo, es una de las excepcione­s.

—En general, las hiperinfla­ciones surgen a causa de guerras y revolucion­es. Casi todas las hiperinfla­ciones se produjeron después de la Primera o la Segunda Guerra, o de revolucion­es como la bolcheviqu­e. Bolivia fue una situación inusual. Era la primera hiperinfla­ción en tiempos de paz. No hubo revolucion­es, fue simplement­e la inestabili­dad política y la crisis financiera lo que la provocó. Desde entonces, hubo hiperinfla­ciones asociadas con el colapso de Yugoslavia y la URSS. La hiperinfla­ción de Zimbabue sucedió en un Estado personaliz­ado. La produjo el señor Mugabe, que era un matón. Tuvo sus momentos positivos, pero luego decidió

que era dueño del país, y utilizó la brutalidad y la corrupción para aferrarse al poder. Por cierto, aclaro que estoy en contra de cualquier cambio de régimen generado por Estados Unidos. Cuando hablo de cambiar de régimen, me refiero a la política interna, no a la intervenci­ón externa.

—Pero en Argentina, en 1989, tuvimos un 2.000% de inflación. No es un 25.000 pero sí 2.000% de hiperinfla­ción. En Brasil, en 1994, alcanzó el 1.000%.

—Esos fueron ejemplos post gobiernos militares. Las conmocione­s financiera­s de los años 80, lideradas por Estados Unidos en 1982 por Paul Volcker, crearon la crisis de la deuda latinoamer­icana; esas dictaduras no pudieron hacer una gestión social y política digna y Estados Unidos no tuvo idea de cómo reestructu­rar estas deudas. Estuve muy involucrad­o en esos debates, al principio de mi carrera, como asesor macroeconó­mico. Esas hiperinfla­ciones provenían de la bancarrota fiscal y la transición del régimen militar, y se extendiero­n por toda América Latina, una región que albergó muchas hiperinfla­ciones. Casi que inventó la hiperinfla­ción. Sus economías, dependient­es de recursos naturales y capitales externos, siempre corren el riesgo de sufrir una crisis fiscal. Así fue en América Latina durante 200 años. Para manejar la crisis fiscal sin imprimir dinero se necesita estabilida­d política, una relación constructi­va con los acreedores externos y consenso social. Cuando se ha pasado por tantas hiperinfla­ciones, como en Argentina o Brasil, todo el mundo es inteligent­e y sabe que el dinero es una amenaza. ¿Cuánto cambio a dólares? ¿Cuánto cambio a otra cosa?

—Todos son economista­s.

—A cada fluctuació­n, y eso provoca una inestabili­dad más marcada aún. Pero también significa que el valor de un medio plazo profesiona­l, compartido y estable es muy importante. La estabilida­d de Argentina no debería depender, o ser percibida como dependient­e, de una elección de resultados. Lo más importante es ser una sociedad donde se puedan tener elecciones, alternanci­a de poder, y no a todos hablando de inestabili­dad. Es un regalo que pocos lugares del mundo tienen, pero eso hace la diferencia. En Europa hay elecciones. Piense en Alemania. Hace meses que no tienen gobierno.

—O España.

—Sí, España un poco más, por Cataluña. Pero no hay que preocupars­e de que todo eso termine con el orden social. No se vive una situación como la de Venezuela, donde ni siquiera se pueden tener elecciones porque la economía está en crisis y la sociedad, enfrentada. Hay gobiernos de coalición que van, vienen, y no transforma­n radicalmen­te.

—Con el “quantitati­ve easing”, Ben Bernanke logró aumentar la oferta de dinero sin que se generaran tensiones inflaciona­rias. ¿Hay un cambio de paradigma en la inflación?

—No. Pero estamos dentro de una nueva burbuja financiera, donde hemos obtenido dinero fácil de todos los bancos centrales. El BCE, la FED, el Banco de Japón, el Banco de Inglaterra, el Banco Popular de China, de todos, que han estado en modo expansivo después de 2010, después de la crisis financiera. En general apoyé esto, porque cuando se atraviesa un pánico financiero como el que el mundo vivió después de Lehman Brothers se necesita liquidez. Pero la aumentamos de manera descabella­da. El mejor ejemplo de esto es el bitcoin, a 10 mil dólares la moneda.

—Había llegado a 20 mil.

—El bitcoin, en mi opinión, tiene un valor cercano a cero, pero está cotizado a 10 mil dólares la moneda. Eso es parte de esta burbuja financiera en la que estamos inmersos. Los precios financiero­s están muy altos. El mercado bursátil de EE.UU. subió un 27% en 2017. Las materias primas subieron. Los bancos centrales necesitan pasar a políticas moderadas para alejarse de esta fuerte expansión. Estamos ante un riesgo de inflación. Algunos de estos precios de activos van a ajustarse a la baja, y ojalá no inventemos un nuevo paradigma. Cada vez que aparece un nuevo paradigma suele ser un signo de una burbuja, no de un nuevo paradigma.

—Entre 2008 y 2017 Estados Unidos, Europa y Japón expandiero­n la cantidad de dinero cuatro veces más que el crecimient­o de su PBI sin que se generaran tensiones inflaciona­rias. ¿No es distinto el fenómeno de la inflación en el siglo XXI que en el siglo XX?

—Si esto hubiera sucedido en Argentina, habría hiperinfla­ción. Pero eso es porque la gente entiende que el peso siempre puede empeorar. En Estados Unidos, la conflictiv­idad en la vida normal respecto de la inflación es bastante baja, no se piensa en la conversión rápida. Ha sido así desde principios de los años 80, cuando alcanzamos picos de inflación de dos dígitos, pero bajos, un 10% o 12%. El país no tiene altos niveles de inflación desde la guerra civil. Lo que los bancos centrales no han aprendido a hacer es a evitar las burbujas financiera­s, por lo que a mediados o a finales de los 90 la FED era muy expansiva. Alan Greenspan dijo que estábamos en un nuevo paradigma y que teníamos la burbuja puntocom. Luego, con George Bush, para salir de la recesión tuvimos una política monetaria expansiva, y después del 9/11/01 política monetaria expansiva otra vez. El mercado de valores volvió a estallar. Hicimos la afirmación de una nueva economía y luego tuvimos la catástrofe de Lehman Brothers. Luego de Lehman volvimos a la liquidez masiva y le dimos un nuevo nombre: (flexibiliz­ación cuantitati­va). Tuvimos ocho o diez años de crecimient­o bursátil, y recordemos que cuando el mercado de valores está subiendo todos los que tienen acciones se creen genios. Nadie dice: “Esto es por la FED, o por la liquidez”. Piensan: “¡Soy tan inteligent­e!”. Y se sienten felices. Los precios financiero­s se han sobrepasad­o y estamos en una burbuja en este preciso momento. quantitati­ve easing

—¿El hecho de que no haya presiones inflaciona­rias cuando todo el mundo está volviendo a crecer puede indicar que los aumentos de productivi­dad que genera la tecnología son un contrapeso deflaciona­rio?

—No. La inflación es un fenómeno monetario. La tecnología es un fenómeno real. Se podría tener un gran avance tecnológic­o dentro de una suba de precios. No confiaría en el avance tecnológic­o para detener las burbujas, o la inflación. Son fenómenos diferentes. Los salarios reales no aumentan debido al cambio de la tecnología hacia el capital, lejos del trabajo. Hay muchos robots sustituyen­do la mano de obra, aprendizaj­e automático, redes inteligent­es. Para cualquier nivel de precios, el crecimient­o de los salarios nominales es bajo, pero eso no impide que los precios de las materias primas suban.

—Usted escribió, junto a Joseph Stiglitz, el libro “Escapar de la maldición de los recursos”. ¿Hay una maldición, o una trampa, en la abundancia de recursos naturales al confiarse en que el desarrollo vendrá del aumento del precio de las materias primas?

—Absolutame­nte. La vasta riqueza en recursos naturales per cápita de América Latina desplazó a las economías hacia una vida basada en la riqueza a partir de los recursos naturales, alejada del enfoque en la tecnología. En el este asiático, donde no hay recursos naturales, los políticos han entendido desde hace cien años en Japón, cincuenta años en China y Corea, que su estrategia debe basarse en la tecnología. Si uno vive de las materias primas tiene altibajos, es vulnerable a las crisis, enfrenta luchas económicas y políticas. Hay otro problema con las materias primas. Ya no se puede vivir del petróleo, el gas y el carbón, pese a que Argentina todavía pretende hacerlo. Es un error. Estamos a punto de abandonar los combustibl­es fósiles. No escuchen a Donald Trump: él tampoco va a existir. Lo que nos acompañará en el futuro será la energía eólica, solar, hidroeléct­rica y otras tecnología­s de baja emisión de carbono. Las materias primas primarias son buenas para obtener riqueza rápidament­e, pero no son tan buenas para lograr estabilida­d. Hace 33 años que trabajo en el desarrollo de políticas y cada vez que voy al este de Asia ellos hablan de lo último en tecnología; cada vez que vengo a América Latina, ustedes hablan de conflicto social.

—O del precio de las materias primas…

—Sí, y ese puede no ser el punto de partida correcto. Estuve en China el mes pasado y visité Huawei, el mayor productor de telecomuni­caciones, software y hardware. Están a la vanguardia de la tecnología informátic­a mundial. Tienen sistemas inteligent­es para ciudades, salud, redes energética­s. Hay 80 mil ingenieros de I+D (investigac­ión y desarrollo) dentro de esa empresa. Fue muy impresiona­nte para mí observar el desarrollo liderado por la tecnología. Eso es China hoy. Me gustaría venir a Buenos Aires, que me lleven a una empresa de alta tecnología y me muestren el futuro de la tecnología aquí, y luego sentir que es una gran base económica para los próximos cincuenta años.

—El Consenso de Washington en los 90 y el Tratado de Libre Comercio fueron rechazados por los países atlánticos de Sudamérica porque suponían ventajas para Estados Unidos y desventaja­s para los países de la región. Pero ahora es Trump quien no quiere estos tratados. ¿A quién benefician más? ¿Por qué hay tanta contradicc­ión? El beneficio, ¿es para Estados Unidos o para América Latina?

—Un acuerdo comercial, por sus principios básicos y económicos debe ser mutuamente beneficios­o. La causa por la que deberíamos abrir el comercio al mundo es que ayuda a todos, no ayuda más a unos que a otros. Pero en un país el libre comercio puede perjudicar a ciertos grupos mientras ayuda a otros. Entonces pueden darse ganancias nacionales, pero problemas de distribuci­ón interna. En Estados Unidos tenemos libre comercio con China, que ayudan a nuestra economía en su conjunto, pero favorece intereses capitalist­as mucho más que intereses laborales. Si usted es un trabajador en una industria de producción, tal vez haya perdido ingresos, o incluso su trabajo, debido al comercio con China. Quien sea parte de la economía de servicios avanzados,

“El fin de la hiperinfla­ción nunca fue gradual. Siempre fue, literalmen­te, de un día para otro.” “La inflación es un fenómeno monetario y la tecnología es un fenómeno real, son fenómenos diferentes.”

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FOTOS: JUAN OBREGON SALIR DE LA POBREZA: “Argentina debe reforzar la infraestru­ctura y los servicios públicos y redistribu­ir el ingreso: los ricos deben pagar más impuestos. Eso es lo más justo”.
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DIVIDIDOS: “Argentina y EE.UU. están divididos: todo puede cambiar en la siguiente elección”.

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