Gente achicada
La película Pequeña gran vida, de Alexander Payne, que combina la ciencia ficción con la sociología, plantea la teoría de solucionar los problemas económicos derivados de la superpoblación achicando a las personas que se presten a semejante experimento, reduciendo así sus gastos cotidianos.
El cine ya había abordado desde distintos ángulos la posibilidad de achicar a las personas. El increíble hombre menguante, de Jack Arnold, fue en 1957 la precursora y quedó como una película de culto. La historia comienza cuando un joven (Grant Williams) está tomando sol con su mujer a bordo de un yate y se ve envuelto por una misteriosa nube con partículas radiactivas. Durante los días siguientes nota que gradualmente comienza a achicarse y se reduce a una altura de 5 centímetros. Su ropa ya no se ajusta a su nuevo tamaño y, además de perder su trabajo, pasa a vivir en una casa de muñecas y se convierte en una curiosidad. Le resulta imposible desenvolverse sin ayuda y debe luchar con armas como un alfiler contra el ataque de una araña o de un gato. Los asombrosos efectos especiales lograban armonizar el diminuto tamaño del personaje con objetos como alcantarillas, tijeras, carreteles o fósforos.
En 1981 se retomó la temática en La increíble mujer menguante, el primer film de Joel Schumacher protagonizado por Lily Tomlin. Allí un ama de casa toma contacto con componentes químicos de un perfume que le trae su marido e inesperadamente su tamaño se empieza a reducir hasta llegar a los 30 centímetros. La trama, en tono de comedia, la muestra alternativamente como una curiosidad periodística en la televisión y como el objetivo de unos malvados científicos que planean raptarla y aplicar el método de reducción de personas para dominar el mundo.
La película más bizarra con esta temática es La rebelión de los muñecos, rodada por Bert I. Gordon en 1958, en la que un fabricante de muñecas, para mitigar su soledad, crea una máquina que reduce de tamaño a varios jóvenes a quienes secuestra y de noche los guarda en tubos de vidrio y de día les convida champagne y los obliga a bailar el rock and roll sobre una mesa.
Lo más interesante de estos planteos está expresado en el monólogo final del film de Jack Arnold, que estimula la autoestima del público a partir de la idea de que todos los seres, aun los que puedan parecer insignificantes, tienen una misión en la vida.