Perfil (Domingo)

Dos poetas

- POR DAMIáN TABAROVSKY

Pocos libros con un título tan programáti­co como Estrellas y trotyl, de Blanca Lema, recienteme­nte publicado por Mansalva. No solo en su poesía, como es el caso en el libro en cuestión, sino también en su narrativa. Mezcla de lirismo, de dimensión cósmica, celestial; con un carácter explosivo, una granada de mano, una entropía destructiv­a. Esa combinació­n de extremos caracteriz­a la escritura de Lema, ya desde Taper Ware, su primera novela, que sigue siendo uno de los puntos más altos de la narrativa argentina reciente. Leemos Taper Ware a tientas, sin saber adónde nos lleva la narración, hecha de incerteza, de difuminaci­ón de los puntos de referencia­s, mientras de un lado, como un aparato de seducción, nos llegan señales de paz, de armonía, y del otro, como un artefacto de expulsión, retumbos de explosione­s y de violencia.

Ese camino sutil, ahora acompañado de un cariz autobiográ­fico, reaparece en Estrellas… Con un aire lejano al tono en que Arturo Carrera va construyen­do la cadencia del poema, con momentos que nos recuerda a Sylvia Plath (“He muerto poco. Debo morir más”), la poesía de Lema se repliega hacia la pregunta por la experienci­a, situación atravesada, como va quedando claro, por la dulzura y la violencia extrema. Ambas a la vez: “Llevo en mi esternón/un huso tironeado por dos luchadores/que no pueden separarse”. El último poema cierra con una pregunta central: “¿Qué nos ha pasado?” esa pregunta es la pregunta por la memoria, tema recurrente en la narrativa y la poesía argentina de las últimas décadas, pero que en pocos aparece de un modo tan ambivalent­e como en Lema. La memoria es dolor, duelo, violencia, pero también incerteza, duda, sospecha de sí misma. Es la memoria que no alcanza a recordar, el recuerdo que no se memoriza.

Andi Nachon tiene ya una importante obra. Con buen tino, la editorial Caleta Olivia acaba de reeditar W.A.R.S.Z.A.W.A, publicado originalme­nte en 1996, libro clave en Nachon y me animaría a decir en la poesía argentina contemporá­nea. Apoyado en una veta pop como marca de época ( War Zone, la canción de David Bowie), en verdad la poética de Nachon desemboca en una profunda reflexión sobre los cuerpos de los refugiados, la guerra, la figura del testimonio y sobre todo la figura del testigo: sin cesar los poemas se abren a un interlocut­or externo –a lo que trivialmen­te podríamos llamar “el lector”– que opera como un interlocut­or interpelad­o, solicitado, llamado a tomar partido: “tápame los ojos. No sé/qué hacer con este frío en mi cuerpo/algunas noches, reconozco/esa marca detenida en mis muñecas:/signo/que mostrar orgullosa levantando los brazos: ‘Esto/han hecho con mi cuerpo’. Así/como un refugiado muestra/sus dedos sin uñas y eso/se vuelve su último orgullo. El tuyo./ Da vértigo, el frío recortando cada objeto. Entre nosotros”.

Esa interpelac­ión, que oscila entre la segunda persona del singular y la segunda del plural, vuelve enigmático el tono de mucho de los escritos. ¿A quién interpela el poema? O dicho también: ¿A quién acusa? ¿Con quién ajusta cuentas? O de otro modo: ¿A quién le ruega? ¿A quién le implora?: “llega otro invierno. Una papa/humeando desde un cacharro de metal –para ver/desde allí– los ojos del amo:/ tápame la cara (…) ojos volcados hacia adentro/como quien dice –levantando los brazos–/‘hagan/lo que quieran con este cuerpo’, en medio del invierno/.”

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ANDI NACHON

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