VISIBILIDAD, MARKETING Y DINERO
Se acaban de anunciar el Premio Alfaguara y el Premio Biblioteca Breve Seix Barral, concursos importantes en nuestra lengua. ¿Pero qué lugar ocupan estos concursos dentro de la industria editorial? ¿Hay temas que se van poniendo de moda? Estos interrogantes los responden varios escritores premiados y no premiados y el agente literario Guillermo Schavelzon.
La ceremonia que anunció al mexicano Jorge Volpi como ganador del XXI Premio Alfaguara y los 175 mil dólares correspondientes fue transmitida en vivo desde Madrid a las oficinas de Random House México, Argentina y Perú; en todas ellas había periodistas que aprovecharon para hacer algunas consultas al ganador, cosa que en parte también hizo el jurado presidido por Fernando Savater e integrado por dos escritores –uno de ellos nacido en Francia, Mathias Enard–, una directora de cine y el director de Librerías Gandhi de México, Emilio Achar. Cuando este último intervino, dijo: “Quiero felicitarte como amigo y como escritor”. Sería poco prudente poner en duda el fallo de este concurso, más allá de la amistad de uno de los jurados con el ganador, pero este caso sirve para hacer algunas interrogantes sobre qué son exactamente los concursos literarios, qué intereses están en juego, qué grado de trasparencia existe, si hay novelas y libros de cuentos concursables, si hay temas de moda.
El agente literario Guillermo Schavelzon, representante de Ricardo Piglia y otros escritores de prestigio, cree que hay que distinguir entre los concursos que otorgan Estados o instituciones, “cuyo objetivo nunca está del todo claro”, y los que otorgan las editoriales comerciales, como Planeta o Alfaguara. Estos últimos “son excelentes operaciones de marketing, una forma que tiene la industria editorial de promover de una manera sobresaliente un libro. Por eso las editoriales organizan y financian premios, porque es una gran promoción, de ese autor, de este libro, del catálogo, de su posicionamiento en los puntos de venta”. Hace veinte años, Schavelzon y Piglia fueron víctimas de una acusación de fraude en el Premio Planeta Argentina, que Piglia ganó y de cuyo jurado Schavelzon era parte, junto a los escritores Augusto Roa Bastos, Mario Benedetti, Tomás Eloy Martínez y María Esther de Miguel. La revista Trespuntos calificó a Plata quemada, de Piglia, como “la novela del fraude”, ya que, según denunciaba la cronista Claudia Acuña, el propio autor había anunciado que su novela saldría en diciembre de ese año en Seix Barral, uno de los sellos del Grupo Editorial Planeta. Pero además el reglamento del concurso establecía que no podían aspirar al premio novelas previamente contratadas por “cualquier editorial”. El principal damnificado y finalista del premio, Gustavo Nielsen, decidió llevar el premio a juicio, demanda que finalmente ganó, y tuvo que ser indemnizado. Pese a ello, Nielsen coincide con Schavelzon en que los concursos pueden ser “un simple servicio de propaganda de una editorial”, aunque para él sería “para promocionar al caballo del comisario”; sin embargo, no desconoce que también pueden ser una “búsqueda franca y limpia de nuevos valores y/o nuevos libros”. El caso de los premios impugnados no es nuevo en Argentina. En 2007, Fogwill fue inhabilitado en el Premio Municipal de Buenos Aires bienio 2000-2001, ya que había ganado el Nacional 1995-1998. El problema surgió cuando el anuncio del ganador de este último fue dado a conocer en 2004; sin saber que había sido ganado el Nacional, Fogwill participó, y después de la impugnación escribió una carta en la que consignaba que “obtuve el Premio Nacional de Novela en abril de 2004. Para entonces, si no fuese por las demoras en la gestión de la Ciudad, el Premio Municipal bien pudo haberse laudado”. Pero no fue
el primer inconveniente con un premio que tuvo el autor de Los pichiciegos y Vivir afuera. En 1980 ganó el concurso Cola-Cola con Mis muertos punk pero se negó a cumplir con una de las cláusulas del premio, aunque con el dinero, como contó Daniel Link en una nota en Página/12, fundó la editorial Tierra Baldía, en la que publicó Austria-Hungría, de Néstor Perlongher, y Poemas, de Osvaldo Lamborghini. Sin embargo, como aclara Oscar Steimberg en Fogwill, una memoria coral, “no creo que haya necesitado mucho de esa plata”.
Se dan premios en todo el mundo, y a veces ocurren coincidencias en los temas. El año pasado, los dos concursos más importantes de Francia –Goncourt y el Renaudot– eligieron novelas sobre el nazismo: El orden del día, de Eric Vuillard, que trata del momento en que Adolf Hitler se convierte en canciller en 1933 y de su ascenso político, y La desaparición de Josef Mengele, de Olivier Guez, que narra la huida del doctor Mengele, el famoso Angel de la Muerte, desde Buenos Aires hasta su muerte en una favela brasileña. Ambas novelas serán publicadas este año por Tusquets. Nielsen también escribió una novela con un personaje nazi de Auschwitz, pero el editor Fernando Esteves le dijo que para publicar algo así necesitaban algún premio que la avalara, así que se postuló al Premio Antorchas, que ganó finalmente: “Esteves cumplió con su palabra, aunque no pudimos sacarle a César Aira, que había sido jurado, una mínima frase para avalar la lectura desde la contratapa. No quiso porque el libro era muy sucio, muy ‘jevi’”.
Del Premio Alfaguara se ha dicho que siempre está conectado con la actualidad de alguna forma. Eduardo Sacheri se adjudicó en 2016 este premio con una novela que fue definida como una metáfora de 2001, y este año, con Una novela criminal, Volpi no ha sido la excepción, ya que la trama se ancla en la detención de un ciudadano mexicano y una ciudadana francesa acusados de integrar una banda criminal. “En los días siguientes”, dice la gacetilla del premio, “los detenidos sufrirán torturas, se les negarán sus derechos y la lista de acusaciones irá en aumento”. Es imposible no referirse a las novelas de violencia, vinculadas al narcotráfico, que se han publicado en los últimos años en México, partiendo por 2666, que si bien no fue escrita por un mexicano sino por el chileno-español Roberto Bolaño, inaugura una senda en la que la narrativa mexicana se ha encarrilado por años.
Para Gabriela Cabezón Cámara, autora de Las aventuras de la China Iron, las coincidencias de temas en algunos concursos se deben a que los propios escritores “intentan pensar novelas que creen que serán del gusto del jurado del premio, tanto en el tema como en el estilo. O del momento político”. Para Patricio Pron –autor de No derrames tus lágrimas por nadie que viva en estas calles (Premio Alcides Greca 2017) y que ha sido jurado en algunos concursos–, en cambio, el tema es solo un elemento más y las circunstancias por las cuales un autor gana o es premiado depende de muchos factores: “A veces, lo ‘premiable’ está determinado por las expectativas comerciales de la editorial que convoca al premio, a veces por la conformación del jurado, a veces por el ‘jurado de preselección’ (que por lo general hace su tarea bajo pésimas condiciones laborales y con una enorme presión temporaria), a veces por las alianzas previas y ocasionales que se establezcan entre los jurados durante la deliberación del premio, a veces por la calidad de los libros presentados, a veces por la falta de ‘algo mejor’, a veces por las ideas preconcebidas que se tengan acerca del autor o la autora que se presenta al premio (si la presentación no se hace bajo pseudónimo), a veces por la capacidad de presión del agente que planta un manuscrito de autor de su agencia entre los finalistas, a veces por algún tipo de alternancia que el premio tenga como regla (entre hombres y mujeres o entre latinoamericanos y españoles), a veces por la determinación por parte de una institución o empresa de penetrar en algún mercado nacional en el que no haya entrado todavía”. Los factores se multiplican tanto como los participantes en los concursos, que, como en el Alfaguara o en el Biblioteca Breve de Seix Barral (que se acaba de otorgar a Agustín Fernández Mallo), puede llegar a ser entre 500 y 700. Agustina Bazterrica ganó el último Premio Clarín de Novela con Cadáver exquisito y concuerda con Pron en la cantidad de variables que están presentes en un concurso, aunque ella le sumaría el azar: “A veces, el jurado no premia lo mejor desde el punto de vista de la calidad literaria y elige lo que más le gustó por la temática desarrollada, el mensaje potente o la actualidad de la trama”. Si el azar no se puede controlar, la temática a desarrollar sí. Por otro lado, para esta autora los textos muy experimentales tienen menos posibilidades de ganar un concurso que textos que sintonicen con lo que está pasando. Cadáver exquisito trata, por ejemplo, de un virus que afecta a la carne animal, entonces, como no se puede comer más se recurre a la carne humana. Si bien Bazterrica cree que es un tema crudo, es evidente que hace referencia a la industria alimentaria, muy cuestionada en los últimos años; el libro de no ficción Malcomidos, de Soledad Barruti, podría ser un antecedente de esta novela. En este punto, queda más o menos claro que los ganadores de los concursos literarios no son los mejores autores de su tiempo, precisamente por la cantidad de factores que influyen. Parece ser que a medida que el premio crece en importancia, no solo en cantidad de dinero, estos factores aumentan. De este modo, en el Premio Nobel se agrega otro factor, como señala Patricio Pron, porque ni Borges ni el poeta chileno Nicanor Parra, muerto hace poco, lo obtuvieron pese a que “ganaron todos o casi todos los premios que había en su época, excepto (naturalmente) el Nobel, que es un premio ligado a unos valores humanistas que ni la obra de Borges ni la de Parra comparten y que además está más ligado a la agenda política internacional del momento (tal como esta es percibida en los países escandinavos) que a un juicio sobre la importancia o la influencia de un escritor en su lengua”. En otras palabras, se puede ser un autor fundamental en una lengua y aun así no ganar el Nobel, o, al contrario, la influencia en su lengua puede ser escasa y así y todo obtener este premio. Vale la pena preguntarse nuevamente para qué sirven los premios, más allá de ser excelentes operaciones de marketing.
Eduardo Sacheri explica que, en lo personal, para un escritor el premio modifica bastante la vida cotidiana, porque implica que “vos tengas que visitar numerosos países, presentando el libro a lo largo de ese año, entonces no solo es un año en el que viajás mucho, sino en el que te exponés mucho, ya que en cada país que visitás podés someterte a diez o doce entrevistas por día, lo que significa un ritmo realmente agotador”. Como contrapartida, desde el punto de vista profesional-literario es una “estupenda oportunidad”, porque la visibilidad en librerías es tal que se puede llegar a lectores que de otro modo no sería posible. Sacheri es profesor de Historia en una secundaria: en los últimos años solo ha dado clases los lunes, de modo que los viajes los planificaba de martes en adelante. Su relación con los alumnos, ahora que su nombre y su cara son un poco más conocidos, es más o menos la misma, aunque “en la primera clase creen que te conocen, pero creo que lo que realmente define tu vínculo es lo que pasa a lo largo del año en el aula”.
A veces, un premio puede dar el empujoncito que faltaba para lograr que una editorial como Tusquets se atreva con una autora debutante. Fue lo que sucedió con la joven Leila Sucari, que en 2016 se adjudicó el premio de novela del Fondo Nacional de las Artes con Adentro tampoco hay luz: “Cuando terminé la novela sentí que necesitaba algo externo –como por ejemplo postularme a un premio– para darle un cierre definitivo, así que me puse a buscar qué había y la mandé al Fondo”. Sucari es consciente de que como escritor o escritora no se puede vivir de la literatura, pero el dinero de los premios siempre ayuda [ver recuadro sobre Peter Handke y el dinero de los premios]. Otra cosa que tiene clara es que ganar un concurso no es “sinónimo de ser un buen escritor, así como también es absurdo pensar que no ganar signifique que tu obra sea menor”. En este sentido, el jurado sigue siendo importante. No es lo mismo que un premio como Alfaguara lo integren dos escritores, un librero, un cineasta y un filósofo que cinco escritores de prestigio. Por eso Guillermo Schavelzon, parafraseando al célebre editor Kurt Wolff en el sentido de que a un editor se lo juzga por lo que publica y no por lo que no publica, afirma que “hay que atenerse al prestigio (no desprestigio) de quienes integran los jurados”, porque “hay mucha gente muy seria a quien nadie le dirá nunca a quién premiar”. Quizá solo así se puedan atenuar los múltiples factores extraliterarios que influyen en la elección de un ganador.
Schavelzon cree que hay que distinguir entre los concursos que otorgan Estados o instituciones y los que otorgan las editoriales comerciales, como Planeta o Alfaguara