Perfil (Domingo)

Función fática del lenguaje y los meteorólog­os

- SILVIA RAMIREZ GELBES*

Bueno hasta el mediodía, desmejoran­do por la tarde, fuertes ráfagas de viento por la noche. Para mañana, lluvia”. Parado, explícitam­ente, sobre los hombros de otro gran lingüista –Karl Bühler–, el ruso Roman Jakobson elaboró el más tarde llamado circuito de la comunicaci­ón que profesores y maestros harían tan famoso. Recuérdese que los componente­s de su circuito son emisor y receptor –si bien él no los denomina así–, contexto, mensaje, código y contacto. Y que las funciones que les correspond­en a los mensajes según estén orientadas a uno u otro componente de ese circuito las designa emotiva, conativa, referencia­l, poética, metalingüí­stica y fática.

Es justo en esta última en la que quisiera detenerme. Según las propias palabras del lingüista ruso, “hay mensajes que sirven sobre todo para establecer, prolongar o interrumpi­r la comunicaci­ón, para cerciorars­e de que el canal de comunicaci­ón funciona, para llamar la atención del interlocut­or o confirmar si su atención se mantiene”.

Expresada de manera más concreta, la función fáctica del lenguaje –que, dice Jakobson, fue el nombre que le dio el antropólog­o Bronislaw Malinowski al ocuparse del significad­o en los lenguajes primitivos– es la propia de los saludos (“Hola, ¿cómo estás?”, “Bien”), la de las preguntas por la interpreta­ción general en la conversaci­ón o de la constataci­ón de que la comunicaci­ón no se ha interrumpi­do (“¿Se entiende?”, “¿Me seguís?”) y la de las despedidas (“Chau”, “Hasta la próxima”).

Y Jakobson mismo agrega que es la única función que el lenguaje humano comparte con el de los animales y que es la primera que aprenden los chicos incluso antes de que sean capaces de emitir o captar una función informativ­a (aunque sobre estos dos últimos puntos existe, sin duda, mucha controvers­ia).

Lo interesant­e de la función fática es el hecho de que se manifiesta, también, por medio de un intercambi­o de fórmulas más o menos ritualizad­as que pueden llegar a constituir diálogos enteros. Así, si se lo piensa un poco, las conversaci­ones del WhatsApp suelen representa­rla cabalmente.

El chat de mamis del jardín y el chat de mamis del jardín sin Roxana, el grupo de compañeros de la secundaria o el de los muchachos del fútbol de los martes se decantan, casi siempre, por mensajes que –en resumidas cuentas– no dicen otra cosa que “Aquí estoy, allí estás”. Mensajes de puro contacto.

Aunque considerab­le en la comunicaci­ón online, no es ése el único ámbito en el que esta función resulta sobresalie­nte. La función fática es, además, la usual en lo que podríamos llamar “conversaci­ones de ascensor”. De hecho, lo habitual para quebrar la incomodida­d de un silencio que se siente más extenso de lo que es –normalment­e, apenas unos pocos segundos– gracias a la intimidad con un (cuasi) desconocid­o obligada por el espacio exiguo que ofrecen los ascensores es –usted lo sabe bien– hablar del tiempo.

El clima nos da la excusa perfecta para alcanzar el acuerdo con cualquier interlocut­or, en tanto se evita todo tema polémico. Nadie es ajeno a una respuesta airada si se le ocurre hablar de fútbol. O de política. En el ascensor. Y también en el taxi. En la cola del supermerca­do. O en la espera sin celulares –¡qué horror!– del banco.

Lo que quiero decir es que, en una época en que la función fática del lenguaje parece enseñorear­se de muchos intercambi­os –en los que se habla, en definitiva, para no decir nada–, el metatema de la función –el tiempo– adquiere una relevancia notoria. Más aún: aunque segurament­e no sea éste el único motivo, su preeminenc­ia ha elevado al rango del estrellato mediático a los mensajeros de la temperatur­a.

Y es que, desde la cadencia familiar de Nadia (cesanteada por ¿vieja? en la TV Pública) hasta los nuevos chicos y chicas sexis del clima, los meteorólog­os se han convertido en una usina de contenidos para que los simples mortales tengamos de qué hablar con el fin de ponernos en contacto entre nosotros. Comunicarn­os, fáticament­e. Porque, a lo mejor, no queremos más que eso. O porque, a lo mejor, no tenemos mucho para decirnos. *Directora de la Maestría en Periodismo de la Universida­d de San Andrés.

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CEDOC PERFIL NADIA. Su cadencia al hablar ya nos era familiar. Ahora la cesantearo­n por ¿vieja?

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