El jardín de las delicias
Parece que el rap es la forma de rimar la denuncia. Una suerte de esperanto de la rebeldía, de la inconformidad con lo que nos rodea. Porque de esa manera se entiende que con esos versos machacones y contestatarios se produzcan gritos ásperos en tantas partes. Eso está, también, en Wonderland (2013), un video de Halil Altindere que grabó con Tahribad-I Isyan, la banda turca más representativa de esta movida. El artista turco es multifacético y puede usar diversos formatos, aunque el sustrato que le interesa es el de poner en evidencia lo que está mal, es injusto y nocivo. La escena es en el barrio de Sulukule, en Estambul, pero podría estar en muchos otros de distintas ciudades. Sobre todo, de aquellas en las que la decadencia económica se abatió, los negocios tuvieron que cerrar y la cosa se puso fea. Incluso, los procesos más indeseados de gentrificación, la aniquilación de plazas y espacios verdes para construir centros comerciales, están en sus videos.
Al ritmo de esas frases encadenadas, con una música muy estridente, Altindere, el artista turco nacido en 1971, sutura imágenes muy violentas entre pandillas, asaltos, tiroteos e incendios. Vestidos con el uniforme globalizado de raperos, los músicos devenidos pandilleros corren por las calles que fueron tradicionales de música gitana, hoy en retirada. Con la hipérbole como arma, este artista explora las estructuras de represión y los mecanismos de marginalización del sistema, que son comunes a muchas sociedades.