Código flamenco con arranques desaforados
Enaguas blancas es un solo de danza, que logra escapar a las clasificaciones genéricas: ¿flamenco, danzas regionales españolas, danza contemporánea, teatro? Todo está allí, fusionado con habilidad y sutileza, a través del cuerpo de su exquisita intér prete, María Eugenia Seijó. Es ella quien ha imaginado este espectáculo que tiene un leve hilo narrativo, aunque escapa a tener un principio, un medio y un final determinados, sino sugeridos. Se trata de un recorrido por la vida de una mujer, en la que se reconocen su infancia, su crecimiento, la llegada del amor, una boda, tensiones, conflictos, la vejez y un proceso de liberación y de encuentro consigo misma, en tanto las capas de ropa van cayendo hasta quedar solo la última, la de unas románticas enaguas.
Para este relato el espectáculo utiliza fragmentos de textos, como el célebre Mujeres que corren con lobos, de Clarissa Pinkola Estés, o más escondidos, poemas contemporáneos de José Luis Ortiz Nuevo; también, imágenes: ilustraciones proyectadas sobre la pared, o la recopilación de besos famosos del final de Cinema paradiso. Se escucha el inicio de Remembranzas, de Juan Ramón Jiménez, y como una de las alusiones sociales y políticas, aquello de “¡ Malhaya quien nace yunque, en vez de nacer martillo!”, de La vida breve de Manuel de Falla.
Más allá de estos materiales, muchos de los cuales remiten a España, sorprende la eficacia para la selección y la resignificación de gestos, movimientos y objetos, que los vuelven casi universales. Por ejemplo, apenas con percusión sobre el cuerpo y unas castañuelas, Seijó es capaz de crear una máquina de coser; unos guantes rojos decantan su sensualidad hacia una amenaza como de posible fusil; un abanico, hábilmente manipulado, deviene aguja. Cada material determina breves escenas, a veces apenas enunciadas, apenas yuxtapuestas, con escasa edición, pero siempre con un grado de entrega, apasionamiento y verdad sin rodeos, sin pudores, poco frecuente en los escenarios de la danza.
La presencia de Seijó es poderosa, pero para ese efecto no necesita de los arranques desaforados que el código del flamenco pide, sino que tanto en el zapateo como en el trabajo de brazos y torso hay suavidad, musicalidad y fluidez, que inundan La Lunares, pequeña e intimista sala del barrio de Almagro. Allí, esta pequeña joya de humilde producción y profundo trabajo indaga en temáticas femeninas pero, sobre todo, en el poder de la danza sin etiquetas.