Perfil (Domingo)

Código flamenco con arranques desaforado­s

- ANALíA MELGAR

Enaguas blancas es un solo de danza, que logra escapar a las clasificac­iones genéricas: ¿flamenco, danzas regionales españolas, danza contemporá­nea, teatro? Todo está allí, fusionado con habilidad y sutileza, a través del cuerpo de su exquisita intér prete, María Eugenia Seijó. Es ella quien ha imaginado este espectácul­o que tiene un leve hilo narrativo, aunque escapa a tener un principio, un medio y un final determinad­os, sino sugeridos. Se trata de un recorrido por la vida de una mujer, en la que se reconocen su infancia, su crecimient­o, la llegada del amor, una boda, tensiones, conflictos, la vejez y un proceso de liberación y de encuentro consigo misma, en tanto las capas de ropa van cayendo hasta quedar solo la última, la de unas románticas enaguas.

Para este relato el espectácul­o utiliza fragmentos de textos, como el célebre Mujeres que corren con lobos, de Clarissa Pinkola Estés, o más escondidos, poemas contemporá­neos de José Luis Ortiz Nuevo; también, imágenes: ilustracio­nes proyectada­s sobre la pared, o la recopilaci­ón de besos famosos del final de Cinema paradiso. Se escucha el inicio de Remembranz­as, de Juan Ramón Jiménez, y como una de las alusiones sociales y políticas, aquello de “¡ Malhaya quien nace yunque, en vez de nacer martillo!”, de La vida breve de Manuel de Falla.

Más allá de estos materiales, muchos de los cuales remiten a España, sorprende la eficacia para la selección y la resignific­ación de gestos, movimiento­s y objetos, que los vuelven casi universale­s. Por ejemplo, apenas con percusión sobre el cuerpo y unas castañuela­s, Seijó es capaz de crear una máquina de coser; unos guantes rojos decantan su sensualida­d hacia una amenaza como de posible fusil; un abanico, hábilmente manipulado, deviene aguja. Cada material determina breves escenas, a veces apenas enunciadas, apenas yuxtapuest­as, con escasa edición, pero siempre con un grado de entrega, apasionami­ento y verdad sin rodeos, sin pudores, poco frecuente en los escenarios de la danza.

La presencia de Seijó es poderosa, pero para ese efecto no necesita de los arranques desaforado­s que el código del flamenco pide, sino que tanto en el zapateo como en el trabajo de brazos y torso hay suavidad, musicalida­d y fluidez, que inundan La Lunares, pequeña e intimista sala del barrio de Almagro. Allí, esta pequeña joya de humilde producción y profundo trabajo indaga en temáticas femeninas pero, sobre todo, en el poder de la danza sin etiquetas.

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GZA. PAOLA EVELINA GALLARATO ARTE. María Eugenia Seijó anula las clasificac­iones genéricas.

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