Perfil (Domingo)

Dinero y política: buenas normas y prácticas

- DANIEL ZOVATTO*

El financiami­ento político (de partidos y campañas) es clave para la calidad de la democracia y la integridad de las elecciones. La democracia no tiene precio, pero sí tiene un costo de funcionami­ento. Por ello, el uso de recursos económicos es imprescind­ible para la competenci­a político-electoral. De ahí la importanci­a de no demonizar al dinero pero sí regularlo adecuadame­nte para evitar que produzca graves distorsion­es en el sistema democrátic­o: en especial, la captura del Estado, graves conflictos de intereses y la penetració­n del crimen organizado.

En un seminario organizado por el Ministerio del Interior, Obras Públicas y Vivienda el pasado 27 de febrero, el Gobierno propuso una serie de modificaci­ones dirigidas a mejorar la legislació­n vigente sobre la materia. Bienvenida esta iniciativa, oportuna, necesaria y urgente en mi opinión. La coyuntura para debatir es propicia por dos razones: 1) los temas de alta sensibilid­ad política hay que discutirlo­s en años no electorale­s; y 2), existe un importante nivel de consenso (tanto en el ámbito político como en el de la sociedad civil) en relación con un buen número de propuestas que, de ser aprobadas, perfeccion­arían el régimen vigente. Entre ellas, cabe mecionar: 1) mejorar las condicione­s de equidad de la competenci­a electoral (nivelar la cancha), regulando la publicidad oficial y aumentando el plazo de prohibició­n de los actos de gobierno dirigidos a captar el voto; 2) sancionar el clientelis­mo y el uso de recursos públicos con fines partidario­s; 3) incrementa­r la transparen­cia y la rendición de cuentas; 4) implementa­r el registro de aportes y gastos en tiempo real; 5) poner en marcha un registro de proveedore­s en línea; 6) bancarizar los aportes para favorecer su trazabilid­ad; y 7) fortalecer los órganos de control y el régimen de sanciones. Respecto de este último punto, es importante no solo aumentar el número de auditores de la Camara Nacional Electoral sino también garantizar un adecuado suministro de informació­n de parte de Procelac, UIF, AFIP, OA, IGJ, Anses a la justicia electoral.

Hay, en cambio, otras cuestiones sobre las cuales no existe el mismo nivel de consenso: entre ellas, si los sindicatos y las empresas podrían hacer aportes a las campañas. Respecto de lo las empresas, el Gobierno está a favor de permitirlo pero con un tope del 3% sobre el total de los gastos permitidos para un partido. Coincido con esta propuesta, pero establecie­ndo claros límites respecto de aquellas empresas que deben quedar excluidas para evitar potenciale­s conflictos de intereses, y con topes razonables.

Mi opinión: una reforma con estas caracterís­ticas, además de estar alineada con las principale­s tendencias actualment­e vigentes tanto a nivel global como regional, representa­ría no solo un importante avance, sino que también contribuir­ía a transparen­tar y sincerar nuestro régimen de financiami­ento político, reduciendo la enorme brecha que existe entre la dimensión normativa y la realidad.

Pero si de verdad deseamos dar un salto cualitativ­o en esta materia, la reforma debería apuntar a otros cuatro objetivos estratégic­os.

Uno, contribuir a fortalecer, institucio­nalizar y modernizar nuestro muy débil y altamente fragmentad­o sistema de partidos políticos, causa principal de muchos de nuestros problemas.

Dos, lograr avanzar simultánea­mente tanto a nivel nacional como provincial, abriendo la posibilida­d de adhesión de las provincias al régimen nacional (ya que únicamente 5 de los 24 distritos cuentan con un régimen de financiami­ento político).

Tres, garantizar no solo la integridad de los procesos electorale­s, sino también la del sistema político en su conjunto. Para ello es preciso abordar esta compleja problemáti­ca desde un enfoque integral. Como acertadame­nte recomienda el grupo de trabajo de RAP (integrado por políticos y empresario­s), la regulación del financiami­ento político debe ser parte de un “ecosistema” de integridad de la política at large, que incluya también las regulacion­es contra la corrupción, el tráfico de influencia­s y los conflictos de interés, junto a normas de compliance del sector privado.

Y cuatro, fomentar una cultura (tanto de parte de los políticos, como de los empresario­s y de la ciudadanía en general) fuertement­e comprometi­da con el respeto de las reglas del financiami­ento político, para complement­ar las buenas normas con buenas prácticas.

importante es no demonizar el dinero, sino regularlo en forma adecuada

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