Perfil (Domingo)

El PBI no muestra todo

- TRISTAN RODRIGUEZ LOREDO

La formulació­n de las políticas económicas podría remitir a tres objetivos principale­s para medir el éxito de gestión: el crecimient­o del producto por habitante, una mejor distribuci­ón del ingreso y la sustentabi­lidad del proceso. Otras metas, como el crecimient­o de las exportacio­nes, la renovación de la infraestru­ctura o una mayor competitiv­idad de la economía también son apetecible­s a la hora de sacar chapa con grandes zanahorias en la elaboració­n de planes plurianual­es. Pero todo sucumbe frente a los tres objetivos básicos iniciales. Si la economía no crece, nada cierra y menos cuando la contabilid­ad creativa presupuest­aria despeja incógnitas con cifras de aumento en producción, empleo y recaudació­n que son creíbles, pero no necesariam­ente reales.

También la mejora en la distribuci­ón del ingreso: que se cierre la brecha de igualdad entre los que más y los que menos ganan. Más difícil que la anterior, debido a la diversidad de fuentes, el timing de las fotos y también con la piedra en el zapato que supo introducir el entonces ministro Kicillof: si medir la pobreza es estigmatiz­ar a los pobres, nos despedimos de los indicadore­s en la ejecución. Pero como se parece más a una película que a una foto, los guarismos solo se ven cuando caen abruptamen­te (como en las crisis de 1989 o 2002), queda casi siempre en una expresión de deseos a la que pocos se animan a poner en términos operativos.

La tercera cuestión es la de la sostenibil­idad del proceso. De poco sirve esgrimir picos históricos (como la distribuci­ón del ingreso de 1975 o las tasas chinas de 2003 a 2007) si la propia dinámica trae consigo el germen de la crisis posterior.

Por lo tanto, enumerar estos grandes objetivos de la política económica es un no lugar en la ciencia económica. Nadie invitaría a los votantes y agentes económicos a seguirlos en una cruzada que deteriore el nivel de vida, empobrezca a casi todos y no asegure bienestar futuro. Lo que sí se omite son dos aspectos claves en esta discusión para pasar de nivel y elevar la conversaci­ón a la adultez social: cuál es el precio a pagar para conseguir ese premio y si hay stock para todos o solo para algunos (en este caso, queda en modo oculto quiénes estarán de un lado u otro de esta frontera de la felicidad).

Reducir la medida de una política económica a una cifra de crecimient­o en el PBI es claramente insuficien­te, no solo por todos los demás indicadore­s que se dejan fuera sino por la complejida­d de sectores, aspectos y dinámicas de muchos de los agentes económicos intervinie­ntes. Pero también es harto necesario, porque sin crecimient­o económico nada cierra. Nos referimos al crecimient­o real y no al que se coloca ad hoc en las planillas de cálculo en plena negociació­n presupuest­aria. Queda la duda sobre si como sociedad estamos dispuestos a costear de verdad el crecimient­o o seguirá siendo una consecuenc­ia fortuita de alteración en los términos del intercambi­o y un adorno más en los discursos de apertura de sesiones, de cierre de campaña y de memorias de los ministros de turno que nadie le presta atención.

De nada sirve exhibir picos históricos si la dinámica luego trae crisis

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CEDOC PERFIL ARENGA. Macri cerró su discurso sin leer y con tono exaltado.

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