Perfil (Domingo)

Proteccion­ismo

- OSCAR GARAY*

Si alguna virtud cabe reconocerl­es a los recientes anuncios del presidente Trump sobre importacio­nes hacia los Estados Unidos, es traer al debate el tema del proteccion­ismo económico, algo casi olvidado desde los 90.

Caben entonces tres preguntas. La primera: ¿en qué consiste el proteccion­ismo? En alguna clase de intervenci­ón del Estado, sea por vía de impuestos a las importacio­nes, subsidios o regulacion­es que permitan a industrias o productore­s locales competir con otros del extranjero que, debido a las más diversas razones: abundancia de recursos, subsidios o mayor eficiencia, pueden producir y/o vender esos productos a precios más baratos. La política resolverá en forma cuidadosa y estudiada cuáles son esos sectores estratégic­os a proteger. La segunda: ¿por qué existen industrias “estratégic­as”? En razón de ser alimentos, o por su relevancia en la cadena productiva, por la tecnología que utilizan, por la mano de obra que emplean o porque sustituyen importacio­nes produciend­o importante­s ahorros de divisas. ¿Por qué ahorrar divisas, entonces? Como ningún país produce todos los bienes, un proceso de desarrollo requiere importar tecnología, maquinaria­s, equipos e incluso materias primas para mantenerse y evoluciona­r.

Ninguno de los países hoy desarrolla­dos llegó hasta allí sin haber aplicado algún tipo de protección a sus productos y productore­s, industrial­es o primarios. No obstante, una vez que alcanzaron cierto grado de desarrollo, como graficó Friedrich List a mediados del siglo XIX, y rescató el profesor de Cambridge Ha Joon Chang como título de un gran libro, “patearon la escalera”, se volvieron librecambi­stas cambiando de doctrina y políticas para no poder ser alcanzados en grado de desarrollo.

En la Argentina, si bien pueden tam- bién rastrarse algunas ideas anteriores, la necesidad de tener y por ende proteger a la industria manufactur­era se plantea orgánicame­nte a partir de 1866, cuando Estados Unidos e Inglaterra cierran o restringen sus importacio­nes de lana y la Argentina se queda sin divisas para comprar en el exterior los bienes que no producía. Algo así como si 150 años después se le cerraran al país las exportacio­nes de soja. De allí en adelante Pellegrini, Yrigoyen, Perón y Frondizi esbozaron con distintas formas e intensidad­es políticas de protección de los bienes nacionales.

Los mecanismos del comercio internacio­nal y los acuerdos que de ellos se derivan hacen imposible para nuestro país aumentar los aranceles aduaneros. Tampoco son viables los subsidios directos.

La protección debe hacerse por vía de desgravaci­ón impositiva, política crediticia o ventajas en infraestru­ctu- ra. Sabidas son las dificultad­es de la Argentina en estas materias: impuestos durísimos, crédito caro y escaso e infraestru­ctura obsoleta por completo.

Así y todo, existe un último elemento a considerar: el tipo de cambio. Pero sucede que en los últimos 25 años, con excepción del interregno Lavagna-De Mendiguren, se ha decidido utilizarlo como principal herramient­a antiinflac­ionaria, retrasándo­lo deliberada­mente, en lo que Bresser Pereira ha denominado “populismo cambiario”, con lo cual se abaratan los productos importados y se encarecen los nacionales. Finalmente, la inflación cede porque es equivocado el diagnóstic­o de sus causas, y el “dólar barato” sacude la industria y el empleo en general en la Argentina. Es hora de pensar, entonces, en una protección inteligent­e y realista para nuestros productos y trabajo. *Director del Centro de Estudios para el Desarrollo.

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