Perfil (Domingo)

La señora de…

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En el memorial de Colonia en Alemania que recuerda su nombre, junto al de sus padres y hermanos, figura como Dr. Luise Straus-Ernst. También en la placa recordator­ia frente a su casa en la calle Emma de la misma ciudad. Lo que abre y cierra esa forma nominativa es la tensión que fue su vida: un título de Doctora en Historia del Arte a comienzos del siglo XX, al tiempo que ser la primera esposa de Max Ernst. Luise StrausErns­t vivió en esa dicotomía de la Alemania liberal antes del nazismo y el sometimien­to a su marido.

Luego fue abandonada por él y su periplo tomó otro camino. El de París donde intentó refugiarse y tratar de emigrar a Estados Unidos, algo que nunca pudo hacer. Murió en Auschwitz a los 51. Pero antes fue Notre Dame de Dada. Nuestra dama de la vanguardia se rodeó de artistas e intelectua­les y recuperó su soberanía. Volvió a escribir artículos y como pudo dedicarse al trabajo intelectua­l. Al tiempo que extrañaba a Jimmy, el hijo que tuvo con Ernst y dicen fue, entre otras cosas, uno de los motivos de alejamient­o del pintor. O por lo menos es lo que escribió ella en unas memorias en las que no solo se puede leer su biografía sino cómo eran las mujeres jóvenes en la década del 30. “Me había convertido en una copia disminuida de su persona”, dijo en Nomadengut, libro donde confesó que el niño la separó de Ernst. Parece que los vanguardis­tas eran una cosa para afuera, la liberalida­d, el repudio a la moral burguesa y el abandono de los códigos vigentes, pero cuando llegaban a la casa querían la cena servida y las pantuflas dispuestas. Esa alergia por el convencion­alismo también la tenía Luise, pero fue ella la que aceptó trabajos fuera del ámbito artístico, por ejemplo vendiendo medias en unos almacenes, para que no faltase de nada en una casa donde también debía ejercer “de cálida anfitriona”.

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