El metafísico del teatro
La conexión argentina con Antonin Artaud constituye una historia demasiado rica como para sintetizarla en breve espacio. Se inicia tempranamente, con la labor de los primeros surrealistas argentinos (Aldo Pellegrini, entre ellos) a finales de los años 20. En 1932 la revista Sur publica el ensayo El teatro alquímico, más tarde recogido por Artaud en El teatro y su doble (1938). La primera traducción al castellano del texto integral de El teatro y su doble se concretó en Buenos Aires, en diciembre de 1964, por Editorial Sudamericana, firmada por Enrique Alonso y Francisco Abelenda (seudónimo de Francisco “Paco” Porrúa). La contratapa era tan elocuente que sin duda debió mover un amplio público, y no solo del campo teatral: “Una famosa colección de ensayos que descubre la urgente necesidad de una profunda y total revolución en el teatro occidental moderno. ‘ El teatro y su doble –escribió Jean Louis Barrault– es sin comparación posible lo más importante que se haya escrito sobre teatro en el siglo XX… Es necesario leerlo y releerlo. Artaud es el metafísico del teatro’”. Un joven Eduardo “Tato” Pavlovsky se devora el libro y lo cita varias veces en su ensayo Algunos conceptos sobre el teatro de vanguardia (prólogo de su Teatro de vanguardia II, 1967). Pavlovsky dice que persigue “la búsqueda de una realidad total”, y que si bien esto “puede dar una imagen confusa en un primer momento, es una distinta manera de apreciar nuestra realidad circundante en forma pluridimensional. Experiencia total, realidad total, búsqueda de distintas dimensiones, dice Artaud”. Rubén de León, protagonista de la movida teatral del Instituto Di Tella y de la renovación en los 60 y 70, escribe: “Antonin Artaud hubo uno solo. Pero hay un Artaud para cada uno de nosotros. Nuestra experiencia nos condujo al ‘callejón sin salida’ de vida y obra llamado Artaud. Sus principios fueron las armas que utilizamos para defender nuestros descubrimientos”. En ese contexto Alberto Cousté compone y dirige Artaud 66 y Antología del Teatro de la Crueldad con el grupo Teatro de la Peste. En 1971 se publica Textos, de Artaud, con traducciones de Alejandra Pizarnik y Antonio López Crespo (Editorial Aquarius). Pizarnik suma un prólogo luminoso, donde se lee: “Aquella afirmación de Hölderlin de que ‘la poesía es un juego peligroso’ tiene su equivalente real en algunos sacrificios célebres: el sufrimiento de Baudelaire, el suicidio de Nerval, el precoz silencio de Rimbaud, la misteriosa y fugaz presencia de Lautréamont, la vida y la obra de Artaud... Estos poetas, y unos pocos más, tienen en común el haber anulado –o querido anular– la distancia que la sociedad obliga a establecer entre la poesía y la vida”. Pizarnik afirma: “Hay una palabra que Artaud reitera a lo largo de sus escritos: eficacia. Ella se relaciona estrechamente con su necesidad de metafísica en actividad, y usada por Artaud quiere decir que el arte –o la cultura en general– ha de ser eficaz en la misma manera en que nos es eficaz el aparato respiratorio”. Otro momento radiante acontece en 1973 con Artaud, el disco de Pescado Rabioso/Luis Alberto Spinetta, quien reflexionó: “Yo le dediqué ese disco a Artaud pero en ningún momento tomé sus obras como punto de partida. El disco fue una respuesta –insignificante tal vez– al sufrimiento que te acarrea leer sus obras”. A través de los años Editorial Argonauta dio a conocer numerosas traducciones de sus textos: Carta a los poderes, Heliogábalo o el anarquista coronado, Van Gogh el suicidado por la sociedad, o la selección de poemas en la magnífica Antología de la poesía surrealista de Aldo Pellegrini. Están en Buenos Aires los discos originales en los que Artaud grabó en París, en 1946, Para acabar con el juicio de Dios. Los trajo a la Argentina Juan Andralis, y gracias a su hijo Pablo se los pudo escuchar en una desbordada Sala Batato Barea en el encuentro sobre Artaud que organizamos en el Centro Cultural Rojas en 2002. De distintas maneras, Artaud está cada vez más presente en la cultura argentina.