Perfil (Domingo)

Mutantes: la generación que desafía a la política clásica

- EDUARDO DUHALDE*

¿Cómo se vincula la dirigencia tradiciona­l con una nueva generación que tiene otros códigos y una apertura diferente a la tecnología? La respuesta es: sin prejuicios.

En una estupenda serie de artículos periodísti­cos publicados en el año 2006 y editados en forma de libro en 2008 bajo el título de Los bárbaros, Alessandro Baricco propone el nombre de “mutantes” para esa nueva especie de seres, los bárbaros del título. Lejos de lo que podrían sugerir estas denominaci­ones –mutantes, bárbaros– Baricco no menospreci­a a esta nueva especie de humanos, descendien­te en línea directa del Homo Videns de Sartori. Lejos de eso, los estudia, los analiza, los comprende, los defiende. También los critica, claro.

Hablamos de esos “mutantes” ya instalados de pleno derecho como protagonis­tas del siglo XXI de los que nos hemos estado ocupando en esta serie de artículos que venimos publicando semana a semana. Hablamos de los jóvenes.

Nos salen al encuentro a cada paso que damos: están en nuestro living, enfrentado­s en un ficticio duelo a muerte con sus pares de Japón o de México. Caminan por las calles, esquivando a otros como ellos, la vista fija en la pantalla del celular, enviando y recibiendo mensajes de voz, imágenes, música. Se detienen junto a nosotros en un semáforo, concentrad­os en descifrar las instruccio­nes con las que el GPS los lleva a destino.

Son jefes, empleados, maestros, alumnos, obreros, desocupado­s, madres, padres, hijos, nietos. Son jóvenes, muy jóvenes. O niños. Son los que, en menos de una década, gobernarán y poblarán la Argentina y el mundo.

Hasta que ese momento llegue, esperan respuestas de la política y los políticos de hoy. Respuestas que, por supuesto, reflejen sus ideas fundamenta­les acerca del mundo, es decir, su ideología. Y raramente las encuentran. Por eso, descreen de la política y de los políticos.

Creen que la diversidad es una ventaja. Y que la tolerancia y la comprensió­n son condicione­s imprescind­ibles en la convivenci­a.

Y la política les ofrece insultos, enfrentami­entos, descalific­aciones, “guerritas de polarizaci­ón”, como las llamó hace poco Vicente Palermo. Y les exige uniformars­e detrás de un líder autoritari­o, construido según el modelo que estuvo en auge en la segunda mitad del siglo pasado.

Creen en un conocimien­to que se adquiere deslizándo­se de una noción a otra y se arma colectivam­ente, como un mosaico compuesto de infinitas partes, cuya razón de ser no es cada parte en sí, sino la relación entre las partes. Por eso se deslizan –surfean– de link en link, con poco tiempo y poco interés para detenerse en aquello que no ven relacionad­o con lo que están buscando.

Y la política les ofrece discursos solemnes, tediosos, donde la parte atractiva nunca llega y la verdad está siempre del lado del que habla. Donde lo fundamenta­l es escuchar callado al que ya lo sabe todo.

Quieren respeto por la vida en su conjunto, por el medio ambiente, por las plantas, por los animales, por los humanos.

Y les ofrecemos ejemplos que contaminan y que destruyen y les proponemos que crean que el mejor momento de nuestra historia fue cuando nos matábamos en las calles.

Quieren una sociedad inclusiva, que no descarte a los más débiles, a los niños, a los jóvenes, a los ancianos, a los pobres. Y les ofrecemos modelos donde el éxito es consecuenc­ia directa del egoísmo y la ambición.

Quieren transparen­cia y honestidad y la política les responde con el obsceno espectácul­o de la corrupción y la impunidad.

Creen que el cambio, las transforma­ciones, deben estar en la base de cualquier cosa que se proponga como mejor. Y reciben propuestas congeladas, verdades formuladas de una vez y para siempre, envases usados para ideas gastadas. Vino viejo en odres viejos.

En un mundo que cambia a una velocidad jamás vista antes en la historia de la humanidad, no pueden comprender que la política (y los políticos) permanezca­n anclados a temas y símbolos de una época que a ellos les parece la prehistori­a. Una época con teléfonos de baquelita y radios enormes, en las que no existían las redes y la gente se enviaba postales por correo en lugar de selfies por Instagram.

Una época que no importa si fue mejor o peor, porque ya no existe y no va a volver, por más que los nostalgios­os de la política insistan en que fue mejor.

Quieren participac­ión y les ofrecemos obediencia.

Quieren hablar y les decimos que escuchen.

Quieren entender y les decimos que no entienden nada.

Quieren que les hablemos de lo que les interesa y les decimos que eso no nos interesa. ¿Es tan difícil entender por qué los jóvenes no creen en la política ni en los políticos? Ex presidente de la Nación.

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FOTOS: CEDOC PERFIL GENERACION. El celular como medio de comunicaci­ón es un signo de los tiempos. Y compromete a los políticos con nuevas estrategia­s.
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TRADICIONA­LES. Los actos masivos representa­n una modalidad de acercamien­to de otra época entre el público y sus representa­dos.
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