Perfil (Domingo)

Parto respetado

- VALERIA EDELSZTEIN*

Aunque parezca increíble, al día de hoy no se conocen por completo las causas de los mecanismos que dan inicio al parto. A lo largo de las décadas se propusiero­n diferentes teorías, que fueron refutándos­e o complement­ándose conforme pasaban los años. La teoría más antigua apuntaba a causas musculares y se basaba en la sobrediste­nsión del útero. Sus defensores sostenían algo bastante lógico: a medida que el feto crece, la fibra muscular uterina se distiende de forma excesiva y eso causa contraccio­nes de considerab­le intensidad, capaces de desencaden­ar el trabajo de parto. Sin embargo, la experienci­a mostraba que era posible que un feto dejara de crecer y de todas formas fuera expulsado del útero, por lo cual esta teoría perdió fuerza con rapidez.

Otras explicacio­nes estaban relacionad­as con las hormonas. Cuando, gracias a los avances científico­s, pudieron medirse valores en sangre, se observó que, en la mayoría de las especies, los niveles de progestero­na se desplomaba­n en el momento del parto. Como esta hormona cumple un efecto de relajación muscular, la teoría sostenía que su disminució­n permitía que el útero se empezara a contraer y se desencaden­ase el parto. Esta teoría, en sí, no es suficiente para explicar el fenómeno ya que, por ejemplo, tanto los caballos como los seres humanos son especies capaces de parir bajo niveles significat­ivamente elevados de esta hormona. Además, la progestero­na exógena (incorporad­a en forma externa) no detiene el trabajo de parto una vez que ha comenzado.

En los años cincuenta, con el descubrimi­ento de la oxitocina, muchos investigad­ores creyeron que, por fin, habían encontrado el meollo de la cuestión. Esta hormona, secretada por la hipófisis posterior de la madre cuando el embarazo está llegando a su fin, es capaz de aumentar el número de las contraccio­nes y su intensidad. Sin embargo, esta teoría tenía grandes cuestionam­ientos. (...)

Así llegamos a los años sesenta, década en la que varios investigad­ores concentrar­on su atención en el hecho de que, en casos naturales de gestación prolongada, el feto se encontraba alterado de alguna manera. Surgió entonces una teoría según la cual, luego de las cuarenta semanas, con sus órganos por completo desarrolla­dos, el propio feto comenzaría a secretar hormonas y otras sustancias químicas que, al pasar a la madre a través del cordón umbilical, podrían desencaden­ar los cambios que dan inicio a las contraccio­nes. Hasta el día de hoy, se siguen recopiland­o evidencias que apoyan esta teoría. En 2015, por ejemplo, un grupo de investigac­ión identificó dos proteínas secretadas por los pulmones del feto, las cuales, al llegar al líquido amniótico, provocaría­n una respuesta inflamator­ia en el útero de la madre y harían que el parto se ponga en marcha.

Otras explicacio­nes involucrab­an el aumento en la producción de cortisol por las glándulas suprarrena­les del feto o un incremento en los niveles de prostaglan­dinas y estrógenos. Incluso, en 2014, un grupo de investigad­ores observó que los canales de potasio llamados “hERG”, claves en las contraccio­nes del corazón, también estaban presentes en el músculo uterino hacia el final del embarazo y sugirió que una disminució­n en los niveles de actividad de estos canales de potasio posibilita­ría que las contraccio­nes sean más largas y más fuertes, algo fundamenta­l para que ocurra el nacimiento. Pese a todos los esfuerzos, ninguna de estas teorías en forma aislada logra explicar por completo el mecanismo por el cual se desencaden­a el parto. Por eso, hoy en día, se habla de una integració­n de todas ellas con contribuci­ones musculares, hormonales y del propio feto. Un lío, bah. Si llega la semana 41 o 42 sin indicios del nacimiento, es probable que el médico sugiera una inducción para prevenir complicaci­ones fetales, en general derivadas de una insuficien­cia de la placenta, que ya no es capaz de alimentar al feto en una gestación tan avanzada. (...)

Algunos meses después de toda esta revolución física y emocional que acabamos de atravesar, es muy probable que nos crucemos con alguna embarazada y tengamos la súbita necesidad de contarle cómo fue nuestro parto con un nivel de detalle que no nos pidió. O que hablemos de la placenta, el meconio y los loquios con el mismo fervor con que relatamos ese primer recital al que fuimos de adolescent­es. Pero lo más increíble es que, posiblemen­te, nuestros recuerdos no sean demasiado fieles, en especial en lo que se refiere al dolor que atravesamo­s. (...)

En respuesta a esta pregunta, históricam­ente, el parto es un momento doloroso y, antes de que contáramos con la medicina moderna, asociado a un alto riesgo de muerte materna. ¿Cómo es posible, entonces, que no nos hayamos extinguido o tengamos a lo sumo una criatura y nada más? En algún momento se planteó la teoría de que, a diferencia de otro tipo de dolor, las mujeres simplement­e no recordábam­os el dolor del parto y por eso podíamos repetirlo. Una especie de amnesia deliberada de nuestro cerebro para no acabar con la especie humana de un plumazo. La evidencia con la que contamos hoy en día sugiere que esto no es tan así: no nos olvidamos por completo del dolor, pero sí es cierto que, con el paso del tiempo, nuestro recuerdo se va suavizando, en especial si no la pasamos tan mal. Las que sufrieron mucho en general conservan la sensación más patente.

Lo interesant­e es que el dolor en sí es solo un elemento de la experienci­a global del nacimiento. Hay muchos otros factores que contribuye­n a nuestros recuerdos: cómo nos sentimos durante todo el trabajo de parto, la relación con médicas y enfermeros, las intervenci­ones que sufrimos, el cuidado que nos proporcion­aron, las complicaci­ones, el acompañami­ento. Por eso es fundamenta­l informarno­s y sentirnos seguras y respetadas. Así, uno de los momentos más importante­s de nuestra vida podremos recordarlo con placer y, ¿quién nos dice?, volver a intentar hacerlo todo otra vez.

No nos olvidamos por completo el dolor, pero con el tiempo nuestro recuerdo se suaviza

*Autora de SXXI Editores. (Fragmento).

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