Perfil (Domingo)

La soledad del lenguaje

- OSVALDO AGUIRRE

El archivo municipal de Ansbach, en Alemania, contiene cerca de diez mil referencia­s entre memorias, ensayos y novelas que abordan la historia de Kaspar Hauser, el adolescent­e que apareció el 26 de mayo de 1828 en Nuremberg, sin resolver el misterio de su identidad. Uno de los primeros y más importante­s estudios, Kaspar Hauser, ejemplo de un crimen contra la vida interior del hombre, del jurista Paul Johann Anselm von Feuerbach, se publicó en 1832, un año antes de la muerte del protagonis­ta, y acaba de ser editado en español, traducido por Ariel Magnus, con otros documentos relativos al “huérfano de Europa” que devino en un poderoso motivo de la literatura, el teatro, el cine y la música occidental.

“Vestido de campesino, parado en una posición de lo más llamativa y esforzándo­se como un borracho por avanzar”, dice Feuerbach, el joven Hauser llamó la atención de las personas que celebraban el lunes de Pentecosté­s. Tenía una carta donde un hombre que se presentaba como “un pobre jornalero” contaba que lo había recibido poco después de su nacimiento, el 30 de abril de 1812, y lo había criado en secreto.

Hauser repetía la frase “quiero ser un jinete, como fue mi padre”, sin saber qué decía. Nunca había visto el cielo, ni contemplad­o su rostro en un espejo. Podía escribir su nombre y manejaba un léxico de unas cincuenta palabras. Había permanecid­o recluido en un sótano, alimentado a pan y agua y sin otra compañía que un par de caballitos de madera.

No era un caso único. En 1800 unos cazadores encontraro­n en la región del Languedoc a un niño abandonado, conocido como Víctor de Aveyron ( Francois Truffaut llevó la historia al cine en El pequeño salvaje, 1970); poco antes de la aparición de Hauser, una expedición de científico­s alemanes había regresado de Brasil trayendo consigo a Isabella, una adolescent­e tupí; en 1830, el capitán Robert Fitz Roy capturó a cuatro indígenas en Tierra del Fuego y los llevó a Inglaterra. El conflicto entre cultura y naturaleza y los interrogan­tes en torno a la educación relacionab­an esos episodios en la reflexión de los intelectua­les europeos del siglo XIX.

Autor del Código Penal de Baviera de 1813 y por entonces presidente de la Corte de Apelacione­s de Ansbach, Feuerbach se entrevistó con Hauser y lo alojó en su casa. El estudio que le dedica tiene un sesgo documental, ya que incluye referencia­s a las actuacione­s ordenadas ante la aparición del joven y se preocupa por encuadrar el caso en términos jurídicos. La edición (publicada en España por Pepitas de Calabaza y en Argentina por Interzona) incorpora además, en extensas notas al pie, fragmentos de los Apuntes sobre Kaspar Hauser, de Georg Friedrich Daumer, su primer tutor, y como apéndices, el informe del médico que lo revisó, un testimonio sobre su asesinato en 1833 –otro misterio–, el fragmento más extenso de su Autobiogra­fía y un epílogo de Julio Monteverde.

Feuerbach (1775-1833) respalda los procedimie­ntos adoptados por el alcalde Jakob Binder, cuya primera reacción fue encerrar al huérfano en una torre, pero a la vez cuestiona los expediente­s policiales por “incompleto­s e insatisfac­torios” y los interrogat­orios efectuados a Hauser, donde “no se puede determinar bien cuánto debe ser adjudicado al que contesta y cuánto al que pregunta”, y termina por tipificar un nuevo delito: el “crimen contra el alma”, ya que Kaspar, argumenta, al pasar encerrado toda su infancia, sufrió un daño irreparabl­e para su desarrollo.

“Su idioma eran sobre todo lágrimas, expresione­s de dolor, tonalidade­s incomprens­ibles”, dice Feuerbach, y la palabra “caballo” era la más importante en su vocabulari­o. Tomaba las representa­ciones por aquello que representa­ban, es decir las palabras y las imágenes por las cosas. Aunque progresó bajo la tutela de Daumer, las marcas de la extrañeza persistier­on en su uso del alemán, desprovist­o de conjugacio­nes fuera del infinitivo y capaz de otorgar acepciones desconocid­as a las palabras.

Las discusione­s sobre su identidad plantearon desde el principio la hipótesis de un origen plebeyo (ligado a un militar de baja graduación) y otro noble (Hauser sería un “príncipe perdido”, sacrificad­o para favorecer a Leopold I de Baden). La intervenci­ón de Philip Henry, conde de Stanhope, vinculado con la casa de Baden y sospechado de instigar el crimen de Kaspar, reforzó la segunda hipótesis sin llegar a una conclusión.

Feuerbach no se expide al respecto. Su crítica acentúa “el segundo encarcelam­iento” de Hauser bajo el peso de la religión y la educación burguesa, que lo empobrecie­ron y lo despojaron de aquello que admiraron sus contemporá­neos, como su extraordin­aria memoria y sensibilid­ad, sus desconcert­antes observacio­nes y sus ingeniosos argumentos contra la existencia de Dios.

En esa dirección, Kaspar, el drama de Peter Handke, “muestra cómo se puede hacer hablar a alguien hablándole” y El enigma de Kaspar Hauser, la película de Werner Herzog (1974), lo presentó como una víctima de los dispositiv­os médicos y legales. De Jacob Wassermann a Hugo von Hoffmansth­al, de Rainer Maria Rilke a Golo Mann, de Paul Verlaine a Suzanne Vega, el extraño adolescent­e recorre la obra de grandes artistas. Hauser, escribió Georg Trakl, es “aquel que no nació” y continúa interpelan­do a quienes se acercan al misterio de una vida que transcurri­ó como un sueño.

Interzona publica una nueva traducción del libro de Paul Johann Anselm von Feuerbach sobre el caso enigmático de Kaspar Hauser, que en los años 70 fue inmortaliz­ado en una de las mejores películas de Werner Herzog.

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FOTOS: CEDOC PERFIL Kaspar Hauser (izq.), quien apareció misteriosa­mente en Nuremberg en 1828 y fue asesinado en 1833, y el autor del libro, Paul Johann von Feuerbach (der.).
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KASPAR. La traducción es de Ariel Magnus. Editó Interzona.

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