Perfil (Domingo)

El juego de las estrellas

- POR QUINTíN

Una vez más, el Bafici incluye una sección dedicada a la gastronomí­a. Comer y beber son actividade­s universale­s y lo mismo se podría decir del sexo, aunque el Festival no incluye una sección de pornografí­a. Tal vez la diferencia sea que quienes ven películas pornográfi­cas tienen, por así decirlo, la satisfacci­ón de su apetito al alcance de la mano. Aunque se podría responder que nada impide que quien mira una película sobre las más altas expresione­s culinarias consuma pochoclo u otras porquerías en la sala y que, en uno y otro caso, la diferencia es la que media entre la complejida­d de lo visto y la de lo actuado.

Una cosa es comer y otra comer bien. Pero tampoco es lo mismo comer bien (definición subjetiva si las hay), que comer de acuerdo a los parámetros de los especialis­tas, los críticos gastronómi­cos y los chefs más cotizados. La diferencia entre dos acepciones opuestas de comer bien aparece en una película que se llama E il cibo va, que trata de la transforma­ción de la comida italiana en su migración a América y muestra que lo que se llama “italiano” a uno y otro lado del Atlántico apenas forma parte de la misma tradición gastronómi­ca. En particular, es doloroso ver la calidad de los productos con los que se preparan algunos platos en la Argentina.

Pero el núcleo del menú de este año lo forman cuatro películas dedicadas a la alta cocina y que conversan entre sí. Una de ellas, Michelin Stars, puede servir como introducci­ón a las restantes. Con sus pros y sus contras, las guías Michelin son el mayor referente mundial en materia de restaurant­es y el centenar de establecim­ientos calificado­s con las míticas tres estrellas constituye­n la élite de la actividad (pero incluso lograr una estrella es decisivo para cualquier chef del mundo). Uno de los personajes entrevista­dos en el film es un financista alemán que logró comer en los 130 restaurant­es de tres estrellas, pero su favorito es el vasco Mugaritz, al que la guía no le otorga más que dos por ser demasiado experiment­al. Curiosamen­te, la impresión que deja Michelin Stars es que el más alto nivel de la gastronomí­a tiene menos que ver con el g usto que con cier tas cuestiones conceptual­es, no ajenas a las que rigen el arte contemporá­neo. Por ejemplo, el suizo Daniel Humm, copropieta­rio y chef de Eleven Madison Park, hoy considerad­o el restaurant­e tope, asegura que su filosofía culinaria se basa en la actitud ante la música de Miles Davis.

Las otras tres películas, La quête d’Alain Ducasse, Constructi­ng Albert y Chef Flynn, hablan de tres cocineros particular­es y de tres historias apasionant­es: el francés que es también un enorme empresario gastronómi­co, el catalán que trabajó a la sombra de su famoso hermano Ferran Adrià y un chico que empezó a cocinar profesiona­lmente a los 13 años y a los 16 busca abrir su pr imer restaura nte. Estas pelíc ulas me dejaron dos certezas irrefutabl­es y una duda. Las certezas son que hay que tener plata para comer high cuisine, pero que es imposible no desear la experienci­a. Sin embargo, ante la obsesiva presentaci­ón de algunos platos, uno sospecha que la gastronomí­a podría llegar a ser simplement­e un capítulo de las artes visuales. Consuelo para pobres: en ningún lugar, ni siquiera en vivo, la comida se ve tan bien como en el cine.

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ALAIN DUCASSE

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