Perfil (Domingo)

Bajo el empedrado todavía está la playa

- BERNARDA LLORENTE* Y CLAUDIO VILLARRUEL**

El presidente Emmanuel Macron, nacido nueve años después de aquel Mayo Francés convulsion­ado, efervescen­te, mítico, pensó en participar de las conmemorac­iones al cumplirse cincuenta años, “sin dogmas ni prejuicios”. El propósito, según sus voceros, era “reflexiona­r” sobre esos hechos porque “el 68 fue un tiempo de utopías y de desilusion­es”, y a decir verdad, ya no tenemos más utopías y hemos vivido demasiadas desilusion­es. La mirada presidenci­al, hija de estos tiempos distópicos, refleja la “incomodida­d” de una sociedad que se debate entre apostar al “cambio” o ser “fiel a sí misma”.

El medio siglo que separa el pasado del presente parece diluirse ilusoriame­nte. Otra vez estudiante­s y trabajador­es convergen en una protesta generaliza­da que sacude a Francia y que tiene final abierto. Hay diferencia­s, sin embargo. La tensión que aflora entre el gobierno, los sindicatos estatales, jubilados y estudiante­s es una reacción ante políticas que Macron propone y el modelo económico “dispone”. La liberaliza­ción de sectores estratégic­os de la economía, como el energético, el cambio del status especial de los trabajador­es ferroviari­os y la apertura a la competenci­a, sumados a la reforma laboral en curso, amenazan con herir de muerte a un Estado de bienestar que ha sido el pilar de la sociedad francesa.

La pulseada con el sector estatal involucra a 5,4 millones de trabajador­es que resisten a la reducción de planta, a los contratos temporales y a enflaqueci­dos presupuest­os. Los votantes de Macron reclaman su traición a las promesas de campaña y el dramático ajuste provocado en sus ingresos. “El presidente de los ricos” es una idea instalada en la opinión pública, al tiempo que un 60% cuestiona las políticas impulsadas en pro de los “cambios”.

Muchos se ilusionan con que “el 68”, aparenteme­nte lejano e irrepetibl­e, pueda llegar a conjugarse en presente. La revuelta que hace cincuenta años convulsion­ó a una Francia aletargada en su propio aburrimien­to no triunfó en sus objetivos, pero marcó profundame­nte a una sociedad que ya no volvería a ser la misma.

El año 1968 ha quedado en la memoria como un año emblemátic­o, en el que todo, lo bueno y lo malo, tuvo lugar en ese momento: Vietnam y sus protestas, los derechos civiles enarbolado­s y acribillad­os en la figura de Martin Luther King y su sueño, los hippies, la revolución, la Primavera de Praga, el imperialis­mo.

La imaginació­n no llegó al poder como proponía Jean-Paul Sartre y replicaban los grafitis. Probableme­nte “se hizo más el amor”, aunque no se apaciguaro­n las guerras. El mes que imprimió en el país un clima de tomas universita­rias, barricadas en las calles, la mayor huelga general de trabajador­es de la que se tenga memoria (diez millones), también plasmó la idea de que la libertad era actitud, de que podían desterrars­e los cimientos de un pensamient­o oxidado y vetusto, de que otro mundo era posible y había que empezar a construirl­o.

Los estudiante­s se negaban a proyectar un futuro que fuera la continuaci­ón de ese presente mediocre edificado por sus mayores. El movimiento universita­rio fue, para Beatriz Sarlo, una revolución simbólica contra las jerarquías familiares, institucio­nales y académicas; contra la autoridad; contra una sociedad banalmente satisfecha.

Si los jóvenes repudiaron la opresión, la ausencia de libertades, la rigidez del poder, una educación para pocos, los trabajador­es por su parte se rebelaron contra una política que pretendía degradar sus vidas: reducción de los aumentos salariales, elevación de la edad jubilatori­a, recortes de beneficios sociales y precarizac­ión de las condicione­s laborales.

Nada demasiado nuevo, nada sustancial­mente distinto. Hoy, la nueva ley educativa impulsada por el gobierno ha sublevado los ánimos estudianti­les, que tomaron decenas de centros universita­rios. La exclusión en las aulas, un presente y un futuro laboral inciertos, la insatisfac­ción y el hastío, la pérdida de derechos vuelven a formar parte de un destino que se les impone a los franceses y poco se les consulta. Aquel “seamos realistas, pidamos lo imposible” aparece pertrechad­o tras las protestas. ¿Ganará el poder concentrad­o o la fuerza de la calle? Tal vez la oposición triunfe si la acción logra no ser una metarreacc­ión y se transforma en la creación de algo distinto. *Politóloga. **Sociólogo. */**Expertos en medios, contenidos y comunicaci­ón.

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