Perfil (Domingo)

La tiranía de la opinión

- EZEQUIEL SPECTOR* *Profesor investigad­or, Escuela de Derecho, Universida­d Torcuato Di Tella.

los debates son saludables pero también pueden sacar a luz defectos en la cultura ciudadana

En el año que está transcurri­endo, los argentinos nos encontramo­s involucrad­os en algunos debates políticos que son lo suficiente­mente candentes como para discutirlo­s eufóricame­nte en el ámbito que nos toque, sean charlas de café, redes sociales o seminarios en las universida­des, y en algunos casos sesiones en el Congreso o en la Casa Rosada. El acuerdo del Gobierno con el FMI, la legalizaci­ón del aborto, el aumento de tarifas y las elecciones presidenci­ales del próximo año son temas que acaparan buena parte de nuestra atención.

Este fenómeno, en principio, es saludable. Si bien es correcto que los debates sobre asuntos públicos contribuye­n enormement­e a la vida política, también es verdad que pueden sacar a luz varios defectos en la cultura ciudadana. En Malversado­s, analizo las 15 falencias más comunes en las discusione­s políticas. Aquí mi objetivo es advertir sobre dos de ellas. La primera es parte de un fenómeno al que podríamos llamar “la tiranía de la opinión”, muy común en los medios de comunicaci­ón. Consiste en expresar la propia forma de pensar, pero sin hacer ningún esfuerzo por justificar­la. Cuando esta es la tendencia predominan­te, podemos decir que la discusión carece por completo de argumentos. La mera opinión no contribuye demasiado a un debate. Aunque a veces se usen estrategia­s para eludir la justificac­ión (como decir “tengo derecho a pensar como quiero”), lo cierto es que la justificac­ión es necesaria si el debate pretende tener algún nivel.

La segunda es la “falacia de Perogrullo”, que consiste en expresar ideas vacías de contenido, pero con el énfasis propio de quien dice algo sustancios­o. Un caso claro es la expresión “los derechos de uno terminan donde empiezan los derechos del otro”. Parece una idea con contenido, pero es completame­nte vacua. Sucedía también cuando la esclavitud era legal: los derechos de los esclavos terminaban allí donde empezaban los de los amos. El problema era que los derechos de los esclavos terminaban en el lugar incorrecto. La diferencia entre las distintas sociedades radica en dónde terminan y comienzan los derechos de unos y otros. Ahí surgen los genuinos debates. ¿Tenemos derecho a hablar de la vida privada de un político en los medios de comunicaci­ón, o la libertad de expresión debería ceder ante el derecho a la intimidad? ¿Tenemos derecho a desalojar a la gente que se sienta a beber cerveza en la vereda frente a la puerta de nuestro edificio, o ellos deberían tener derecho a usar el espacio público para tal actividad? Recién cuando contestamo­s estas y otras preguntas, estamos llenando de contenido tal idea.

La falacia de Perogrullo es muy utilizada por políticos en campaña. Expresione­s como “vamos a cambiar lo que haya que cambiar y conservar lo que haya que conservar” o “yo quiero un Estado fuerte, pero solo donde tenga que estar presente” son expresione­s vacías que encuentran los políticos para contestar preguntas, pero sin compromete­rse con ninguna posición en particular.

En vista de todas las discusione­s políticas que estamos teniendo, y consideran­do que el próximo año abundarán los debates en el contexto de las elecciones presidenci­ales, es especialme­nte importante descontami­narnos de estos vicios y exigirles a quienes ocupan posiciones de poder que no intenten usarlos en su beneficio.

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