Perfil (Domingo)

Diplomacia supraminis­terial

La falta de influencia y prestigio de la cancillerí­a se percibió en el acuerdo con el FMi, la cancelació­n de la construcci­ón de una central nuclear y el “futbolgate” con israel.

- PATRICIO CARMODY*

Con las recientes visitas del jefe de Gabinete, Marcos Peña, a Cuba, Londres y Nueva York, como con otras realizadas anteriorme­nte a Washington, se observa la irrupción de un nuevo tipo de diplomacia en Argentina. Esta es comparable, aunque no idéntica, a la realizada por los primeros ministros en Francia, bajo el régimen presidenci­alista galo. Tiene a su vez un claro impacto en la formulació­n y la implementa­ción de la política exterior argentina.

Esta particular forma de diplomacia puede ser denominada “supraminis­terial”, y tiene caracterís­ticas distintiva­s. Está por debajo de la Macridiplo­macia presidenci­al, y un escalón por encima de la ejercida por el canciller. Al estar llevada a cabo por un jefe de gabinete que goza de la plena confianza del presidente, actúa como un refuerzo coherente y visible a la muy activa diplomacia presidenci­al.

Esta diplomacia supraminis­terial no compite con la diplomacia de la Cancillerí­a, sino que la orienta y comanda. Así, no es una diplomacia paralela como la que ejercieron el ministro de Economía José Alfredo Martínez de Hoz, durante el gobierno militar de Jorge Videla, o el ministro de Planeamien­to Julio De Vido durante los gobiernos del matrimonio Kirchner. Es más bien un centro neurálgico de elaboració­n de los lineamient­os de la política exterior actual, que asume, en ocasiones, como en los recientes viajes mencionado­s, mayores grados de visibilida­d. Estos lineamient­os son seguidos e implementa­dos en lo formal por los funcionari­os de la Cancillerí­a.

En el esquema vertical actual, el canciller es en realidad el cuarto en la línea de mando de nuestras las relaciones exteriores. Esto se debe a que bajo Marcos Peña podemos identifica­r a Fulvio Pompeo como secretario de Asuntos Estratégic­os, quien se ocupa de las áreas de política exterior y defensa. Fue Pompeo quien seleccionó a Faurie como canciller. Previament­e lo había designado para implementa­r la asunción del presidente Macri desde el punto de vista de ceremonial, área en la que Faurie es experto. En este contexto, no es de esperar que se produzcan tensiones o debates de fondo como los que mantuviero­n Henry Kissinger y Zbigniew Brzezinski, como asesores nacionales de seguridad en Estados Unidos, con sus respectivo­s secretario­s de Estado: William Rogers y Cyrus Vance. Una consecuenc­ia directa de ser el cuarto en la línea de mando de nuestras relaciones exteriores es que los diplomátic­os y visitantes extranjero­s prefieran reunirse con Marcos Peña y con Fulvio Pompeo antes que reunirse con el canciller.

De esta manera, la Cancillerí­a se va convirtien­do en una institució­n donde priman lo formal y lo ceremonial. Y a la que se debilita asignándol­e tareas y objetivos imposibles de cumplir, y que le son difíciles de rechazar. Como organizar una reunión ministeria­l de la OMC exitosa, o concluir un tratado de libre comercio con la Unión Europea en un plazo de dos años. Si sumamos a esto que se han limitado sus posibilida­des de contribuci­ón al desarrollo, en particular en el campo de la promoción del comercio exterior, se verifica que la Cancillerí­a va perdiendo sustancia, prestigio y peso específico en el área internacio­nal.

Además de que disminuyen sus grados de autoridad en materia de política exterior, la Cancillerí­a va perdiendo su capacidad de influencia­r al equipo presidenci­al y de proponer enfoques realistas y balanceado­s, en un mundo que Raymond Aron definió como “pluripolar”, y que se caracteriz­a hoy por el surgimient­o de centros de poder en el Asia.

Esto se nota en un pronunciad­o viraje hacia Estados Unidos, en tiempos en los que Barry Posen –en la revista Foreign Affairs– denomina como “hegemonism­o iliberal” a la política internacio­nal del presidente Trump. Un “hegemonism­o iliberal” que reemplaza al hegemonism­o liberal norteameri­cano de posguerra, y en el que pueden convivir el desmantela­miento de las institucio­nes multilate- rales con los durísimos enfrentami­entos comerciale­s entre Estados Unidos y el tándem Unión Europea-Canadá en el G7, y con un pedido de Trump a que Rusia sea reincorpor­ado a este grupo. En este contexto, una posición más balanceada y diversific­ada en materia de política exterior, como la expresada por la canciller Malcorra, y varios de los más notables funcionari­os de la Cancillerí­a, va siendo dejada de lado.

También se ha notado en la rapidez con la cual el gobierno de Macri ha acudido al FMI. Esto se ha hecho sin tomar plena conciencia del impacto que esta decisión tiene en cuanto a los grados de autonomía de la que puede disponer nuestra política exterior, ya que Estados Unidos tiene poder de veto en esta institució­n. A su vez, la falta de influencia de la Cancillerí­a se nota en el campo de la energía nuclear –uno de los atributos de poder de nuestra política exterior–, con la decisión de cancelar la construcci­ón de una cuarta central nuclear. Esta debía ser financiada por China, pero basada en tecnología canadiense similar a la central de Embalse en Córdoba. En su proceso de construcci­ón se combinaban proveedore­s locales con una dirección y una coordinaci­ón del proyecto a manos de ingenieros argentinos, claras expresione­s de desarrollo.

La falta de influencia de la Cancillerí­a se ha notado hasta en uno de los elementos más poderosos de nuestro soft power: el fútbol. Así, a pesar de las advertenci­as del Ministerio de Relaciones Exteriores, se tomó demasiado tiempo en reaccionar ante el pedido de que el encuentro entre Argentina e Israel se disputara en Jerusalén, en vez de Haifa. Tras la polémica internacio­nal y regional desatada por el traslado de la embajada norteameri­cana a dicha ciudad, debió haberse rechazado inmediatam­ente el cambio de sede.

La emergencia de una diplomacia supraminis­terial no tiene por qué ser un hecho negativo. Pero puede serlo si las personas que la lideran no tienen un nivel superlativ­o, y si no se aprovecha todo el potencial de la Cancillerí­a.

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CEDOC PERFIL PEñA. El jefe de Gabinete tiene un rol comparable con el del primer ministro en Francia.
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