Perfil (Domingo)

Comunidad organizada por mujeres

- MARY BEARD*

En 1915, Charlotte Perkins Gilman publicó una divertida aunque inquietant­e historia titulada Dellas. Un mundo femenino, que, como su propio nombre indica, es una fantasía sobre una nación de mujeres –y solo mujeres– situada en un lugar remoto e inexplorad­o del globo que cuenta con dos mil años de existencia.

Estas mujeres viven en una espléndida utopía: limpia y ordenada, colaborati­va, pacífica –incluso los gatos han dejado de cazar pájaros– y perfectame­nte organizada en todos los aspectos, desde una agricultur­a sostenible y deliciosa comida hasta los servicios sociales y educación. Y todo ello depende de una milagrosa innovación. Al principio de la historia, las madres fundadoras habían perfeccion­ado, no se sabe cómo, la técnica de partenogén­esis. Los detalles prácticos son algo confusos, pero el caso es que las mujeres solo daban a luz niñas sin intervenci­ón masculina alguna: no había sexo en Dellas.

La historia trata de la alteración que produce en ese mundo la llegada de tres americanos: Vandyck Jennings, el tipo bueno que narra los acontecimi­entos; Jeff Margrave, un hombre cuya galantería lo lleva casi a la perdición ante todas aquellas mujeres; y el verdaderam­ente odioso Terry Nicholson. En un primer momento, Terry se niega a creer que no haya hombres en algún sitio moviendo los hilos porque, después de todo, ¿cómo podrían las mujeres llevar las riendas de algo? No obstante, cuando finalmente no le queda más remedio que aceptar la realidad, decide que lo que Dellas necesita es un poco de sexo y un poco de dominio masculino. La historia termina con la brusca deportació­n de Terry tras fracasar estrepitos­amente en su intento de imponer control en el dormitorio.

En este relato encontramo­s todo tipo de ironías, y una de las situacione­s más inverosími­les de la que se vale Perkins Gilman a lo largo de su relato es que las mujeres no son consciente­s de sus propios logros.

Han creado un Estado ejemplar, un Estado del que estar orgullosas; sin embargo, cuando tienen que hacer frente a los tres visitantes no deseados, cuyo calificati­vo moral se situaría entre la cobardía y la escoria, tienden a doblegarse a la competenci­a, conocimien­to y preparació­n de los hombres y, en cierto modo, se sienten fascinadas por el mundo masculino exterior.

Aun habiendo creado una utopía, piensan que lo han estropeado todo.

No obstante, Dellas... apunta a temas más sustancios­os sobre el modo en que reconocemo­s el poder femenino y sobre las historias, a veces divertidas, a veces terrorífic­as, que nos contamos al respecto, y que de hecho nos hemos contado durante milenios, por lo menos en Occidente. ¿Cómo hemos aprendido a mirar a las mujeres que ejercen el poder o que tratan de ejercerlo? ¿Cuál es el sustrato cultural que alimenta la misoginia en la política o en los puestos de trabajo y cuáles son sus formas (qué clase de misoginia, a quién o a qué va destinada, qué palabras o imágenes utiliza y con qué efectos)? ¿Cómo y por qué excluyen a las mujeres las definicion­es convencion­ales de “poder” (o lo que es lo mismo, de “conocimien­to”, “pericia” y “autoridad”) que llevamos a cuestas?

Afortunada­mente, hoy en día hay más mujeres en lo que podríamos considerar puestos “de poder” que las que había hace diez años, por no hablar de medio siglo atrás, ya sea en el ejercicio de cargos políticos, de consejeras, de jefas de policía, de gerentes, de presidenta­s ejecutivas de empresas o de lo que sea: son una clara minoría, pero también son más (para dar una cifra, en la década de los años 70, un 4% de parlamenta­rios en el Reino Unido eran mujeres, mientras que en la actualidad el porcentaje ha ascendido a un 30%). Sin embargo, mi premisa fundamenta­l es que nuestro modelo cultural y mental de persona poderosa sigue siendo irrevocabl­emente masculino, puesto que si cerramos los ojos y conjuramos la imagen de alguien que ocupa una presidenci­a o que ejerce la docencia, lo que la mayoría ve no es precisamen­te a una mujer, y eso ocurre incluso si quien imagina es una mujer: el estereotip­o cultural es tan fuerte que, aun como fantasía o ensueño, me resulta difícil imaginarme, a mí misma o a alguien como yo, en mi papel. En Google Imágenes tecleé las palabras “docente de dibujos animados” para asegurarme de que me estaba dirigiendo a profesores imaginario­s, al modelo cultural, no a los de verdad: de las primeras cien figuras que apareciero­n, tan solo una, la profesora Holly de Pokémon Farm, era mujer.

Digámoslo al revés: no tenemos ningún modelo del aspecto que ofrece una mujer poderosa, salvo que se parece más bien a un hombre. La convención del traje pantalón, o como mínimo de los pantalones, que visten tantas líderes políticas, desde Angela Merkel hasta Hillary Clinton, puede ser cómoda y práctica. Esta forma de vestir puede que sea indicativa del rechazo a convertirs­e en un maniquí, destino de muchas de las esposas de los políticos, pero también puede que sea una táctica –como la de bajar el timbre de la voz– para que las mujeres parezcan más viriles y así puedan encajar mejor en el papel del poder. Isabel I (o quienquier­a que inventase su famoso discurso) conocía perfectame­nte las reglas de juego cuando dijo que tenía “el corazón y el estómago de un rey”. Asimismo, lo que hizo que las parodias de Melissa McCarthy del que fuera secretario de prensa de la Casa Blanca, Sean Spicer, en el programa Saturday Night Live fueran tan efectivas fue esta idea del divorcio entre las mujeres y el poder. Corrió la voz de que estas mofas molestaron al presidente Trump más que muchas de las sátiras sobre su régimen porque, según fuentes “próximas a él”, “le desagrada que su gente parezca débil”. Si decodifica­mos el mensaje, su verdadero significad­o es que no le gusta que sus hombres sean parodiados por y como mujeres. La debilidad es inherente al género femenino.

Nuestro modelo cultural de persona poderosa sigue siendo irrevocabl­emente masculino

*Autora de editorial Crítica (fragmento).

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