Perfil (Domingo)

Huerto lleno de deliciosas palabras

- LAURA ISOLA

Como una reformulac­ión del jardín, donde la impronta vegetal está muy presente, la artista Nicola Costantino (Rosario, 1964) presenta en la Usina del Arte la instalació­n “Pardés”, donde se imbrican diversas fuerzas de la naturaleza y personajes indefinido­s. La exposición puede visitarse hasta el domingo 1º de julio. Imperdible.

Cuatro sabios entraron al Pardés: Ben A zái, Ben Zomá, Ajer y Rabí Akiva. Ben A zái vio y murió, Ben Zomá observó y enloqueció, Ajer cortó las amarras, Rabí Akiva salió en paz”. Así aparece en el Talmud esta mención, una de tantas que también están en la Torá, al prado o huerto, que es lo que significa Pardés. Sin embargo, lejos de ser únicamente un sitio, un lugar en particular, es un campo de significac­ión y lucha por el sentido. Cada consonante de esa palabra se correspond­e con una forma de conocimien­to, en tanto cada sabio será su modelo. La P (Pshat)

El cuerpo de la artista, transmutad­o en ninfa, virgen, diosa o demiurgo

es la manera literal, lo que para el primero fue definitivo en ese contacto material como fin en sí mismo. Por su parte, la R (Remez) indica que se puede ir un poco más allá. Insinuar, entonces, pondría a la deriva la comprensió­n que, sin medida, se parece a la locura. El sabio, más imaginativ­o que cauteloso, olvidó el discernimi­ento. La D se refiere a la palabra Drash, que es interpreta­r. Esa aparente liberación es, en definitiva, para este principio del saber un corte y un abandono en el camino de la Torá. Por último, el sabio que entra y sale en paz es el de la S, la de Sod, que es el secreto. Ahí reside la manera perfecta de conocimien­to: la capa final de sentido es secreta. No radica en el hecho de que no pueda ser contado o develado sino porque, incluso, cuando supuestame­nte hemos entendido su significad­o, este continúa siendo un misterio.

Con esta pequeña explicació­n que está en el conjunto de los textos que contienen la ley y el patrimonio identitari­o del pueblo judío, junto con la ley de Moisés, se puede entrar en Pardés, la instalació­n de Nicola Costantino en la Usina del Arte. En referencia literal a ese nombre tan completo, la impronta vegetal está muy presente. El piso tapizado de hojas mete un poco de otoño en la sala. Como complement­o, las paredes recubierta­s de imágenes que remedan a un bosque. Verdes intensos en abigarrada­s formas son la arboleda de la sabiduría.

El cuerpo de la artista, transmutad­o en ninfa, virgen, diosa o demiurgo que promueve un arribo complejo. Ella se vuelve pieza de arte, sujeto que se objetiva en un modelo único de estilo artístico. No es la primera vez que Costantino se “hace presente” en sus obras. Aquí es la que recibe con los manjares en la mesa servida. La que dará de comer las delicias de ese huerto que está sembrado de palabras e imágenes. En ese desdoblami­ento produce inquietud y confianza. La cer- teza de su cuerpo presente, la validación de su arte, la rúbrica intensa de todos sus poros en escena. Por el contrario, pero como complement­o, la incertidum­bre de una mirada penetrante que nos observa en el tránsito por el laberinto. No puede dejarnos con nuestros pensamient­os. El crujido de cada paso retumba en el hecho de que estamos siendo llevados y todavía no sabemos adónde.

Un poco de eso se trata esta pieza: de conocer y desconocer. De andar por esos pasillos a la busca de lo que sigue. El arte como una forma de condena y de atrape en entorno de máxima belleza. La duplicidad que opera en lo emotivo: por el placer de caminar y oler los matices del perfume de las plantas, percibir los ruiditos al aplastar la fronda bajo la suela, tentar la sorpresa. Asimismo, mantenerse alerta y expectante: un animal acechado.

En la construcci­ón de ese espacio real se enhebra el imaginario, la contracara que está en el género fantástico, ese que vincula un mundo con otro. Una vez definidas cuántas y cómo son las posibilida­des del relato fantástico –el crítico literario Tzvetan Todorov abunda en detalles–, aparece la que ofrece el pasaje entre las dos instancias. Por lo pronto, en general es bastante rudimentar­io: será la poción mágica de Dr. Jekyll, el espejo de Alicia, el ropero en Narnia, las galerías de Buenos Aires y París de Julio Cortázar, incluso el sueño, entre algunos muchos. No importa demasiado con qué se pasa –ahí los lectores somos bastante creyentes–, sino qué hay del otro lado o cómo se vuelve. Para Beatriz Sarlo, en Una literatura de pasajes Cortázar practica una especializ­ación de lo fantástico. El pasaje de lo real a lo imaginario es una toponimia más que una construcci­ón mental. Por eso, ella agrega: “Si los espacios permanecen cerrados son nuestra condena; pero cuando se comunican dejan abierta la posibilida­d de lo siniestro”.

En un punto del recorrido de la instalació­n de Costantino, casi al final, hay dos pequeños agujeros para mirar del otro lado. Una impercepti­ble hendija que conecta con dificultad esos dos ambientes. Será cuestión de ver qué hay allí. Luego, saber con cuál de los cuatro sabios nos identifica­remos a la salida.

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FOTOS: GUSTAVO LOWRY. GENTILEZA DE LA ARTISTA NATURALEZA DE LA FORMA. El piso tapizado de hojas mete un poco de otoño en la sala de la Usina del Arte dedicada a la instalació­n.
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 ??  ?? REAL IMAGINARIO. Las paredes recubierta­s de imágenes que remedan a un bosque. Verdes intensos en abigarrada­s formas.
REAL IMAGINARIO. Las paredes recubierta­s de imágenes que remedan a un bosque. Verdes intensos en abigarrada­s formas.

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