Perfil (Domingo)

Panchos en la Feria

- POR DAMIáN TABAROVSKY

Una vez el editor de una prestigios­ísima editorial independie­nte porteña –con sede en Villa Crespo cerca de la frontera con Palermo– me contó una anécdota que le ocurrió en la Feria de Frankfurt. Era la hora del almuerzo y los restaurant­es dentro de la Feria salían una fortuna. Había también una serie de sandwicher­ías, pero había que comer el tentempié en unas escalinata­s llenas de gente, lo que hacía probable que se encontrara con algún conocido. Harto de la sociabilid­ad que correspond­e desarrolla­r en esos eventos, eligió otra opción para poder estar solo y en silencio, actividad rarísima de conseguir durante esos cuatro días de octubre. En la planta baja hay una inmensa explanada con bares baratos donde comer al aire libre. Pero también estaban llenos de gente. Un poco perdido, comenzó a caminar por esa explanada rumbo hacia donde no había nadie. Lejos, en un lugar realmente apartado, encontró un puesto de panchos barato, para comer de parado y solo, sin una sola persona alrededor. Nada mejor. Cuando probó los panchos, resultó que eran exquisitos. Puesto a conversar con el vendedor –que era turco y hablaba un inglés aproximati­vo, pero mucho mejor que el nulo alemán del editor– se enteró de que el secreto del maravillos­o sabor residía en que le agregaba una pizca de paprika al agua. Eso era un miércoles. Repitió la visita el jueves con igual éxito, bajo una llovizna gélida que solo fue doblegada por la tibieza sin igual del alimento. Entusiasma­do, el viernes se dirigió raudo hacia su momento de paz. Pero al acercarse al sitio le llamó la atención la inmensa cantidad de gente que había. Se acercó un poco más, y más le llamó la atención la cantidad de focos, luces, micrófonos y gente curiosa. Era evidente que estaban grabando o filmando algo. Cuando se acercó definitiva­mente a la panchería, vio que estaban filmando el programa de televisión de Anthony Bourdain. Mala suerte para el editor: según me contó, nunca pudo ver el capítulo dedicado a su reducto secreto.

Yo tampoco lo vi, pero en cambio vi decenas y decenas de emisiones del show de Bourdain. Siempre me encantó su capacidad (o la de la producción del programa) de encontrar la buena comida en los lugares populares. Cuando vino a Buenos Aires filmó en la pizzería El Cuartito (yo prefiero la Imperio de Chacarita, pero El Cuartito no está mal tampoco). Ahora que murió (se suicidó hace unos días, colgándose con el cinturón de su bata en la habitación de un hotel en Francia), leyendo notas sobre él me enteré de que estaba trabajando en un programa sobre Uruguay para entender cómo, en unas décadas, el país había pasado de una dictadura a ser una sociedad francament­e progresist­a. Con esas preguntas interrogab­a a la comida, al acto de comer acompañado (o solo: recuerdo un programa en el que recomendab­a los mejores lugares para comer solo en el estado de Kentucky).

Sus libros son menos interesant­es que su programa de TV, carecen de esa espontanei­dad que caracteriz­a su aparición en la pantalla (o esa puesta en escena guionada de la espontanei­dad, la televisión es eso). El programa de Bourdain simplement­e era inteligent­e (la televisión habitualme­nte no es eso). Aquí hace años también hubo un programa muy inteligent­e sobre cocina, en el viejo canal municipal Ciudad Abierta. Se llamaba Menú porteño. No sé si se lo encuentra en Youtube. Si está, vale la pena verlo.

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ANTHONY BOURDAIN

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