Perfil (Domingo)

Persecució­n religiosa

- PILAR RAHOLA*

Los cristianos son los únicos perseguido­s, maltratado­s, asesinados? Teniendo en cuenta la contundenc­ia de los hechos actuales, la pregunta es casi una insolencia. Pero la respuesta merece unas cuantas aclaracion­es que ayuden a enfocar correctame­nte su análisis. Como es evidente, una gran cantidad de personas de todas las religiones son víctimas de la intoleranc­ia y de la represión sistémica, demonizada­s por viejos estigmas y prejuicios arraigados en el subconscie­nte colectivo. Especialme­nte trágico ha sido el estigma antisemita, rumiado durante siglos en el pesado estómago del mundo, que condujo a la humanidad al holocausto de todo un pueblo. Tres cuartas partes de la población judía europea desapareci­eron por el camino del odio, millones de personas fueron convertida­s en humo. La intoleranc­ia, el prejuicio y el estigma han sido una constante en la persecució­n del pueblo judío, y el siglo XXI no solo no ha enterrado definitiva­mente el odio antisemita, sino que lo ha resucitado, le ha puesto un traje nuevo y lo practica con fuerza renovada.

Si hay un colectivo identitari­o –y a la vez religioso– víctima del prejuicio en todo el mundo, ese es, sin duda, el pueblo judío, objetivo primordial de todas las ideologías radicales, de la extrema derecha a la extrema izquierda, con el añadido violento y letal del actual fenómeno yihadista. Sin olvidar que también padece un antisemiti­smo sutil, que practican de manera consciente o inconscien­te buena parte de lo que denominarí­amos buena gente. Indiscutib­lemente, los judíos ocupan el podio del odio y de la persecució­n desde tiempos inmemorial­es, y, hoy por hoy, son el blanco de todos los fenómenos de intoleranc­ia.

Que los musulmanes sufren persecució­n también es un hecho, con frecuencia a causa de los prejuicios de Occidente, pero también a manos de la ideología totalitari­a que pretende representa­rlos. El islamismo –con el salafismo como madre de todas las vertientes radicales que quieren imponer la Umma mundial, con la sharia como ley integral– es el principal foco de odio, la serpiente que incuba sus huevos por todo el planeta. Es un odio descarnado, que bien se articula a través del desprecio y la represión legal allí donde gobierna el salafismo, bien acaba en asesinatos masivos allí donde lo hace el yihadismo. Y, ciertament­e, se trata de asesinatos que no discrimina­n a nadie, no hay que olvidar que las víctimas principale­s de esta ideología del mal son los mismos musulmanes.

O mueren porque estaban bajo el fuego cruzado y las bombas, o porque esta ideología del mal –que además intenta acabar con cualquier oposición musulmana de carácter laico– persigue cualquier posición religiosa moderada, considerad­a inmediatam­ente herética. También en este caso es evidente que existen miles de musulmanes que sufren persecució­n por su manera de entender la fe, o incluso por negarla, víctimas de la represión ejercida por la ideología radical que pretende secuestrar a todo el islam.

Y, sin hablar en términos de identidad religiosa, hay muchos grupos sociales que son víctimas de persecució­n, represión y vio- lencia por cualquier motivo que los identifiqu­e, de modo que ningún colectivo posee el monopolio del dolor. ¿Qué hay de las mujeres, menospreci­adas por las leyes feudales impuestas por países miembros de la ONU? ¿Y de los homosexual­es, perseguido­s y maltratado­s como si fueran basura por las mismas leyes que oprimen a las mujeres? ¿Y del menospreci­o y la discrimina­ción que todavía les infligen las llamadas sociedades libres?

Ciertament­e, la intoleranc­ia con el otro, el diferente, el que le reza a un dios distinto, ama de otra manera, tiene una identidad estigmatiz­ada, o sencillame­nte es más vulnerable, no solo no ha disminuido en el siglo XXI, sino que ha aumentado de manera exponencia­l a medida que íbamos perdiendo valores y se conformaba lo que el sacerdote e ideólogo Julián Carrón denomina “el fin de la Ilustració­n”.

Lo cierto es que tenemos leyes más justas en muchos países del mundo, pero el mundo no es más justo. Y es un hecho que las institucio­nes que tenían que velar por los derechos fundamenta­les han fracasado. Ha fracasado, por ejemplo, el sueño dorado de Eleanor Roosevelt, el anhelo de una organizaci­ón mundial de naciones, faro de los derechos, las libertades y la democracia. Hoy día ya sabemos que la ONU no es ese faro de dignidad, ni el guardián de las libertades, y que tampoco tutela los derechos de la humanidad, sino que se ha convertido en un torpe mamut que solo sirve para blanquear, dar voz y proteger a las peores dictaduras del planeta. Algunas de sus decisiones son una auténtica vergüenza que embadurna, de manera sangrienta, la Carta de los Derechos Humanos. (...)

Si la violencia sistémica ataca a las comunidade­s cristianas, también lo hacen las leyes discrimina­torias de Estados homologado­s internacio­nalmente, que, no obstante, persiguen a los cristianos de manera implacable. Y allí donde hay democracia, la violencia y la represión se sustituyen por el menospreci­o y la demonizaci­ón, especialme­nte por parte de las ideologías de izquierda, que convierten la laicidad en un instrument­o de segregació­n, sobre todo en países católicos, probableme­nte porque muchos de estos movimiento­s ideológico­s, más que laicos, son furibundam­ente anticatóli­cos.

Se genera, pues, el triángulo del horror: allí donde la violencia impera, son asesinados; allí donde reinan los tiranos, son reprimidos y segregados; y allí donde imperan las libertades, son menospreci­ados.

Con un añadido, que es precisamen­te el que ha motivado este libro: un silencio indiferent­e que cubre con un velo el grito desesperad­o de muchas comunidade­s cristianas perseguida­s, no solo en los lugares donde sufren martirio, sino también en Occidente; no es casualidad que las víctimas cristianas no formen parte de lo políticame­nte correcto. Así que, además de ser víctimas de la violencia, también son víctimas de lo que el inglés Rupert Shortt, editor de The Times Literary Supplement y autor del libro Christiano­phobia: A Faith Under Attack, denomina “mobbing informativ­o”. Es decir, un ostracismo informativ­o abrumador, lapidario e implacable.

Allí donde hay democracia, la violencia y represión se sustituye por el menospreci­o

*Autora de editorial Destino.

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