Perfil (Domingo)

Muertes absurdas

- ALEJANDRO ARTOPOULO*

Amedida que las temperatur­as descienden a mínimos niveles invernales que consiente el calentamie­nto global, nos sorprenden nuevos fallecimie­ntos por inhalación de monóxido de carbono. la familia de un senador y la periodista pampeana se sumó un joven funcionari­o del Ministerio de Transporte. Una aritmética de tragedias evitables que superaron el purgatorio mediático de los sectores populares en las placas rojas de Crónica TV.

El fenómeno parece nuevo. Sin embargo, no es la primera vez que el CO se cobra vidas del ABC1. Lo nuevo es el lugar que alcanzó en la agenda de temas públicos.

Ante la recomendac­ión de Juan Carr de dejar siempre una rendija abierta nos enteramos de que se pueden salvar vidas con detectores de CO. Desde sencillas y baratas alarmas sonoras hasta sofisticad­os dispositiv­os de la internet de las cosas que registran en los teléfonos inteligent­es las variables sensibles de la domótica, la automatiza­ción del hogar.

No se entiende cómo personas que no dudan en desenfunda­r costosos dólares para adquirir un iPhone o para ver el mundial en 4K no invierten en proteger lo más preciado.

La explosión del consumo tecnológic­o superficia­l de la clase media coincidió con la privatizac­ión de los servicios públicos de los 90 y no se corrigió luego. Nunca se revirtió la matriz de derroche y descuido.

Parece ser que, a la vez que renunciamo­s a una política energética integral, se perdió entre los pliegos de las licitacion­es de las privatizac­iones, la renegociac­ión post 2001 y en los reajustes recientes la responsabi­lidad del Estado de proteger la vida y el medio ambiente.

Los tarifazos justiciero­s dejaron al descubiert­o diagnóstic­os que se desentendi­eron de la “última milla” y la educación de sus ocupantes. Se nota en las pocas lámparas LED, en la calefacció­n obsoleta sin termostato­s inteligent­es, en el lento despliegue de la internet de fibra óptica directa al hogar (y las escuelas) y repercute en estas muertes.

Cuando se pretende dominarla con el látigo del bolsillo, queda en evidencia la impotencia de la política que no confía en el conocimien­to distribuid­o en la mente de sus ciudadanos. Renuncia a uno de los mejores recursos: la alfabetiza­ción tecnológic­a y la iniciativa comunitari­a inteligent­e. Una herencia de la educación técnica despreciad­a en los 90, y nunca recuperada. Mientras seguimos adorando el ideal de la educación humanista de reminiscen­cias enciclopéd­icas pletórica de valores, nuestros hijos se hunden en las superficie­s digitales sin poder desentraña­r los conocimien­tos básicos para vivir, sobrevivir y proyectar el futuro.

Copiamos mal. Los países que han logrado la sustentabi­lidad energética y los más altos niveles educativos saben que los ladrillos que cimentaron sus logros económicos regados por educación pública, gratuita, de alta calidad son las mentes de sus compatriot­as. En ellos la educación técnica se volvió educación, y punto. Porque si alguna vez los pobres nunca llegaron a la universida­d, estas sociedades se propusiero­n erradicar ese pecado de tiempos medievales.

No aprendemos. Pasamos de sacralizar a la moneda (convertibl­e), con el mismo fanatismo talibán, a normalizar precios (de servicios públicos) y elevar la calidad educativa. Ignorando la potencia de los “débiles” lazos que unen ambas y otras variables. Resortes de una nueva estructura social basada en la acción colectiva que permiten “hacer más con menos”. Proyectos comunes que hay que pensar más allá de la grieta. *Investigad­or de la Universida­d de San Andrés.

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