La democracia considerada como un ‘work in progress’
“Democracia en obra” es el título es una megaexhibición colectiva y multidisciplinaria que aborda la democracia, sus valores y fundamentos, así como una mirada a la experiencia democrática en la Argentina y en el mundo. La exposición es una oportunidad para reflexionar sobre el presente y promover nuevas formas de pensar y ver el futuro.
La democracia que supimos conseguir cumple 35 años. Por lo tanto, es un tiempo suficiente para entenderla algo, pensarla un poco y evaluarla casi toda en su propio devenir. Sobre todo, cuando ha sido sopesada con el hecho de perderla, comparada con las dictaduras que la derrocaron, por lo menos, a lo largo del siglo XX. Esa duración de más de tres décadas promueve una constatación, entre tantas. La democracia más como complejidad y problema, como ajustes y desacuerdos, consensos y discrepancias. Un terreno fértil en pactos y negociaciones. La tierra de los conflictos y las disputas. Un sitio de contradicciones, alianzas, convenios y oposiciones.
En la escarpada comarca del disenso y la concordia estamos hace rato. Durante ese lapso, la producción de las artes visuales –también de las otras– fue intensa y prolífera. No necesariamente la propuesta fue en este sentido: indagar el vasto repertorio que ha brindado este período. Sin embargo, esas obras realizadas durante estos últimos años podrían estar en conso- nancia con un estado de situación y con un presente de las artes. Esa podría haber sido la premisa inicial de los curadores de Democracia en obra, la muestra que se exhibe en el CCK. Con el pequeño juego de palabras del título traer el sentido literal, la exposición de un recorte de lo hecho, al tiempo que provocar el diferido: la democracia como construcción. El work in progress ciudadano, político y cultural de esta forma de gobierno.
Los artistas que la integran son 36 en total, 25 argentinos y 11 extranjeros, que fueron seleccionados por el grupo curatorial integrado por Laura Bucellato, Ana María Battistozzi, Renato Rita y Gabriela Urtiaga, la curadora general del CCK. Agrupados en las salas del segundo y cuarto piso, trazaron un mapa conceptual para espacializar las obras. A partir de temas o palabras fuerza, se organizan submuestras colectivas y exhibiciones individuales que podrían funcionar como orquesta y ejecutante, como coro y solista.
Asimismo, el gran acierto de esta propuesta fue tomar un conjunto de la producción artística como documentos para pensar cómo la democracia se pensó a sí misma. Qué hay del orden de lo pensable en esas
producciones de los últimos años del siglo XX y comienzos de esta centuria. “Mi proyecto –escribió Alain Badiou en El
Siglo– es el de mantenernos tan cerca como sea posible de las subjetividades del siglo. No de cualquier subjetividad, sino de aquélla que se refiere precisamente al siglo como tal. Los documentos privilegiados serán, para nosotros, los textos (o los cuadros, o las secuencias) que recurren al sentido del siglo para los actores del siglo mismo. El método será el siguiente: extraer de la producción del siglo algunos documentos, algunos rasgos que indiquen cómo el siglo se tomó como objeto de su propio pensamiento. Y más exactamente, cómo el siglo pensó su pensamiento, cómo identificó la singularidad pensante de su relación con la historicidad de su pensamiento.” Si cambiamos “siglo” por “democracia” estaremos cerca de este mismo método.
A su vez, cada módulo tiene una frase de pensadores muy variados, desde Octavio Paz hasta Nelson Mandela, de Paulo Freire y de Antonio Gramsci. Estas citas retumban más o menos acertadamente en las salas que presentan. El recorte, indispensable y siempre caprichoso, opera como disparador de nuevos significados. Sacadas de contexto, las ideas impactan sobre el sentido que se le quiso dar a las salas con las obras que las habitan y corren distinta suerte. Algunas son literales y la suerte es buena: Celebrar la diversidad es una de ellas. El espacio en el que Chiachio & Giannone montaron su ta ller, cosie - ron y bordaron durante meses banderas, murales y cuadros, al tiempo que propusieron una nueva historia del arte que retome alianzas con los artistas que hicieron posible un pensamiento y una práctica en la diversidad, lleva la contundente frase de Carlos Jáuregui: “En una sociedad que nos educa para la vergüenza, el orgullo es una respuesta política”.
Por el contrario, la cita de Gramsci, “La crisis consiste precisamente en que lo viejo está muriendo y lo nuevo no acaba de nacer”, como introducción de uno de los espacios con potentes obras de Federico Peralta Ramos, Cristina Piffer, Liv Schulman, Mondongo, entre otros, queda un poco descolgada. Es auspicioso que se rescate al gran filósofo italiano pero la complejidad de su pensamiento queda un poco lavada. Parece más un aforismo simplón que la espesura de los escritos revolucionarios del au- tor de Cuadernos de la cárcel.
Por su parte, lo que la exposición logra en su conjunto es presentar un panorama extenso y variado, al tiempo que permite hacer inferencias fuertes para un balance. Por un lado, las deudas de la democracia están a la vista: lo económico, la precariedad de la política, la falta de consistencia en el proceso institucional se puede leer a partir de las obras mencionadas, pero también en Alicia Herrero, Horacio Zabala y Pablo Suárez, entre otros. Por otro, las grandes victorias, las de los derechos individuales. En ese aspecto, lo íntimo como proceso de acción, algo de lucha y práctica individual, en el caso de la instalación de Carlos Herrera, o la luminosa sala dedicada a la diversidad, son ejemplos de esto. Lo que en democracia hemos podido construir es menos una cultura política y económica estable que un fervoroso intento de ampliar derechos y pluralidad de voces. Eso, sí, parece haberse logrado.