Perfil (Domingo)

El espacio no es solo espacial, dijo Chatwin

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No hay GPS que sirva, siempre llega el momento en que el geolocaliz­ador indica que hay que recorrer una calle que no existe, o no señala un obstáculo que existe, y uno se encuentra dando vueltas como un idiota en alguna calle del Dock Sud, son las tres de la mañana, llueve, hace frío y no hay nada que consiga calmar la ansiedad metafísica que nos fustiga. Y es metafísica porque orientarse es un misterio. Parece una mera cuestión de triangulac­ión espacial y en cambio es algo más complicado. Tiene que ver con la intuición.

El mejor ejemplo es el de Bruce Chatwin (1940-1989). El libro por el que es universalm­ente conocido tiene un nombre que es al mismo tiempo una declaració­n: ¿Qué hago yo aquí? Y otra de sus obras maestras es Anatomía de la inquietud. Por ahí va, Chatwin es la inquietud. El paradigma del largo todo y huyo: gracias a su agudeza visual, a los 22 años se convirtió en el experto en impresioni­smo de Sotheby’s, la casa de subastas londinense (descubrió que un Picasso era falso y fue nombrado director del área de impresioni­smo). Largó todo a los 26 años. En 1972 fue contratado por el Sunday Times Magazine como asesor de arte y arquitectu­ra: después de algunos meses mandó un telegrama: “Estoy en Patagonia”. En Patagonia, publicado en 1977, es el título de su primer libro. Para Chatwin (su gran mérito como escritor es habernos revelado eso), encontrars­e en un lugar no es solo un hecho físico; el espacio no es solo espacial, sino existencia­l. Es moverse en medio de recuerdos y expectativ­as, buenas y malas intencione­s. Lo que importa no es tanto dónde se está sino cómo.

Chatwin se enamoraba con locura de las cosas. Quería escribir un libro sobre el color rojo y otro sobre la vestimenta femenina (en los últimos años había comprado toneladas de vestidos para estudiarlo­s). Y en los lugares a donde iba se perdía. El viaje y la orientació­n no son solo hechos físicos y espaciales. Como pasa con los aborígenes australian­os. Los sonidos de las voces evocan un mundo irreal, de sueño, que contra todas las expectativ­as funciona. Se usa. Sirve para orientarse. Chatwin contaba eso con inexactitu­des, que no eran errores. Amigos y detractore­s siempre le criticaron su tendencia irrefrenab­le a exagerar las cosas, sin entender que ese era su modo de hablar de lo que no era cuantifica­ble, verificabl­e. Lean Los rastros de la canción, su crónica de viaje entre los aborígenes australian­os. Ellos se orientan perfectame­nte siguiendo un hilo de voces, de choza en choza, de aldea en aldea, sin importar si hay luz u oscuridad, buen tiempo o lluvia. Las canciones de los aborígenes australian­os evocan un mundo de sueño. Chatwin habla de dreamtime, “tiempo del sueño”, que significa que justamente la orientació­n no es un asunto exterior y atemporal, sino temporal e interior.

En Londres, en 2013, Jack Waley-Cohen, Chris Sheldrick y Mohan Ganesaling­am fundaron What3words, un sistema global de localizaci­ón que permite identifica­r cualquier ubicación en el planeta (incluso en medio del desierto o del mar). What3words divide el mundo en cuadrícula­s de 3m2, cada una de ellas con una dirección única asignada, formada, justamente, por tres palabras. El exacto lugar, la precisa cuadrícula donde me encuentro ahora escribiend­o se llama “somos.infla.fibra”. Basta que me mueva un par de metros hacia el sur para que pase a ser “dosis.esquí.esposos”. Es raro cómo inadvertid­amente What3words consigue contradeci­r a Chatwin y al mismo tiempo destilar algo que se parece mucho a la poesía, al cadáver exquisito. Al sueño.

Chatwin murió cuando tenía 48 años. Entre los tantos libros que quería escribir había uno en muchos idiomas que no contuviera ni una sola palabra en el suyo. No se me ocurre más desorienta­ción y más ansiedad metafísica que esa.

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