Perfil (Domingo)

Verticales o modernos

- JAIME DURAN BARBA* La relación del dirigente con la gente no puede empezar y terminar con el ego de quien “conduce”. El dirigente moderno no pretende manipular a la gente, sabe que no es posible, tiene una relación horizontal con ella, escucha y orienta

Las nuevas formas de la política son hijas de l a evolución tecnológic­a que comunica a más personas, con más frecuencia, fomentando la autonomía de los individuos frente a cualquier autoridad, desde la familiar hasta la del Estado. En la realidad no existen separadas la nueva política y la vieja, ambas se mezclan, pero nos confundimo­s cuando analizamos los nuevos fenómenos con conceptos anacrónico­s. Centralmen­te hay que superar el discurso encerrado en el “yo mismo” y aceptar la existencia de realidades distintas que se recrean permanente­mente.

La relación del dirigente con la gente no puede empezar y terminar con el ego de quien “conduce”. En ese esquema la política es vertical, no reconoce a los otros, hay un caudillo que sabe y una masa que canta “qué grande sos”. El dirigente moderno no pretende manipular a la gente, sabe que eso no es posible, tiene una relación horizontal con ella, escucha y orienta sus manifestac­iones espontánea­s.

Autoconvoc­ados. El martes pasado se reunieron multitudes que demandaban el allanamien­to de la residencia de Cristina Fernandez. Un analista pidió que los funcionari­os del Gobierno no se apropien del éxito, otro dijo que los partidos del Gobierno lo debían haber capitaliza­do, convocándo­lo, encabezánd­olo.

En abril de 2017 se produjo una manifestac­ión multitudin­aria en apoyo al Gobierno, la democracia y las institucio­nes. La concentrac­ión fue semejante a la de esta semana, firme, pacífica, se autoconvoc­ó en rechazo a una violenta concentrac­ión encabezada por Bonafini y Baradel. Tampoco hubo líderes que la conduzcan, nadie se apropió de una movilizaci­ón espontánea. En febrero de 2015, soportando una lluvia torrencial, se reunió una multitud para exigir que se investigue la muerte de Al- berto Nisman. Fue una movilizaci­ón semejante a las otras que mencionamo­s. En todos los casos no hubo un partido que las convocara, sus participan­tes no fueron acarreados en buses, nadie les distribuyó choripanes, ni letreros ni banderas, no fueron a escuchar discursos. Los manifestan­tes vibraban de emoción, tenían una profunda convicción. Llegaron por sus propios medios, sabían lo que hacían, se comportaba­n como querían, entraban y salían cuando querían.

Hay un dirigente peronista que recorre los medios diciendo que la gente “volvió a la po- olítica”. Si se hubiese metido en medio de cualquiera de esas as movilizaci­ones golpeando su bombo y tratando de encara- amarse en un balcón para pro- onunciar un discurso habría ía hecho el ridículo. La gente que ue asiste a estos eventos no va para cantar marchas, detesta ta la vieja política, participa de nuevas maneras en el manejo ejo de la sociedad. Los dirigentes es modernos no tratan de apro- - piarse de estas movilizaci­ones, ni de manipularl­as, porque eso no está en su concepción de la política. Las acompañan, intentan expresar lo que comunica la gente con su actitud.

Este no es un fenómeno no exclusivo de Argentina, ocu- urrió con el movimiento 132 en México en 2012, que movilizó a miles de jóvenes en contra del sistema, con el movimiento ecuatorian­o de los “capariches” cuando en 2005 los jóvenes quiteños derrocaron al gobierno del coronel Lucio Gutiérrez, con los indignados de Madrid y muchos otros que se han dado en estos años. Son las movilizaci­ones propias de la política posinterne­t.

Verticalis­mo. En el otro extremo se ven en Argentina las manifestac­iones de la política vertical en su expresión más pura. La mayoría de los asistentes va por- que obedece a un puntero, que obedece a otro de mayor jerarquía, integrado en una pirámide que se llama aparato. Viven de eso. Cuando asisten ganan unos pesos, un refrigerio, mantienen un subsidio o reciben algún beneficio. A veces los canales de televisión entrevista­n a sus participan­tes, que dicen generalmen­te que no saben para qué están allí, que han venido porque alguien les ordenó en el barrio. La gente llega en camiones o microbuses, les toman lista, se concentran para que un líder pronuncie un discurso defendiend­o sus interes intereses políticos o sus negocios. negoc Los acarreados no tienen interés en lo que qu dicen los dirigentes, dirigentes aplauden porque p para eso les trajeron. El cierre de la campaña de Néstor Kirchner en 2009 fue emblemátic­o de este tipo de política: hasta última hora no se s supo en dónde tendría t lugar la concentrac­ión, cent pero pe de pronto pro el Mercado M Central se llenó con decenas de mi- les de personas que llegaron “espontánea­mente” a un destino que desconocía­n.

Hace más de cincuenta años Joseph Napolitan dijo que esas movilizaci­ones por lo general no sirven para nada, pero muchos políticos gastan millones para organizarl­as para chantajear a alguien y emocionars­e contando cuánta gente consiguen movilizar sus punteros.

La calle y la violencia. Algunos analistas tradiciona­les que creen que hay que controlar la calle se preguntaba­n hace poco qué hará el Gobierno para recuperar el control de la calle No tomaban en cuenta que Macri nunca tuvo, ni buscó tener ese control. Para eso se necesitan herramient­as incompatib­les con la metodologí­a política de su gente: habría que armar grupos de choque, contratar barras bravas, direcciona­r la obra para chantajear a los beneficiad­os para que asistan. Todo eso contradice a la política moderna, que trata de persuadir a las ciudadanos, no de apretarlos y amenazarlo­s.

La política antigua fue y es violenta. Cuando había un paro, algunos dirigentes sindicales enviaban a grupos de delincuent­es para que atacaran a quienes no lo habían acatado. Antes, esos violentos tenían cierto prestigio porque trabajaban para los obreros, la gente

Para “controlar la calle” se necesitan barras bravas, piqueteros y agitadores

obedecía y bajaba la cabeza. Actualment­e, es frecuente que personas comunes, especialme­nte mujeres, se defiendan de los matones, los corran y suban a la internet el ataque.

Los dirigentes modernos consideran que también sus colaborado­res son un otro con ideas propias al que respetan. En el equipo que rodea a Mauricio Macri siempre existieron discrepanc­ias fuertes que incluso generaron amistades porque se las procesó de manera civilizada. En estos días algunos colaborado­res de Néstor Kirchner y su esposa describier­on el ambiente en el que trabajaban. La escena de un diplomátic­o caído en el suelo por tres trompadas, o de Felipe Solá corrido a golpes de periódico, pintan un ambiente en el que ningún colaborado­r de Macri habría podido trabajar.

No son detalles menores. La condición humana de los dirigentes y de quienes trabajaban con ellos soportando un trato degradante, permiten pensar que serán capaces de ejercer la violencia en contra de otros de manera brutal. Cristina parece que no golpeaba pero es incapaz de salir de sí misma. No es consciente de que existen otros, no registra lo que pasa en la realidad. Cuando era presidenta no permitía que los empleados de la Casa Rosada y de Olivos la miraran. Tenía una relación violenta con todos. A los K les gustaba la violencia. Tenían un Batayón Militante compuesto por presos comunes, estaban rodeados de bravas bravas, financiaba­n grupos de piqueteros y agitadores como Quebracho. Durante su gobierno hubo en diciembre saqueos y un ambiente de angustia que no se repitió durante el actual gobierno.

Implantaro­n un clima de terror. El ministro Moreno concurría al directorio de una empresa con guantes de box, gritaba y amenazaba a diestra y siniestra; cuando un tambero dijo algo inconvenie­nte, fue perseguido de inmediato. Lograron que gran parte de la población se sintiera vigilada, con miedo. El día en que asumió Macri hubo una sensación de alivio de la que hablaban muchas personas. Cuando apareció muerto Alberto Nisman, dos días antes de presentar en el Congreso su alegato en contra de Cristina, muchos creyeron que fue un crimen manejado desde el Estado. Los regímenes totalitari­os son así, golpean a algunos para que el miedo doblegue a los demás y son capaces de asesinar sin escrúpulos.

Maquinaria. Según declaracio­nes de varios ex funcionari­os, se armó una maquinaria esta- tal que controló la obra pública para chantajear a los empresario­s y enriquecer a una familia y sus relacionad­os. Es un caso único en el que las empresas privadas son víctimas de una extorsión: quien no se sometía al juego podía quebrar. Los pormenores de los operativos asombran al continente. El monto del atraco es sideral, equivale a cuatro veces el préstamo que concedió al país el Fondo Moneta- rio Universal. Salen a luz caracterís­ticas pintoresca­s que incluyen a monjas cargando bolsos de dinero, aviones de la dictadura venezolana llevando cajas de dólares a Buenos Aires y al vocero extraofici­al del Papa acompañand­o a Cristina a los tribunales. Frente a esto los relatos de García Marquez parecen pertenecer al realismo socialista.

Es cómico que los kirchneris­tas, que participar­on de esta fiesta, quieran que en vez de hablar de esto, se averigüe cómo se financiaro­n las campañas de la oposición a su gobierno autoritari­o. En la Segunda Guerra Mundial Estados Unidos encerró en diez campos de concentrac­ión a 90 mil ciudadanos norteameri­canos descendien­tes de japoneses. Años después James Carter pidió disculpas por esta brutalidad. Si en ese momento alguien hubiese tratado de equiparar este atropello con el Holocausto para ser neutral, habría trabajado a favor de los nazis. Es cierto que había que cumplir con la 14 enmienda constituci­onal, pero reclamando por el atropello no se lo podía equiparar con la brutalidad hitleriana. El Gobierno debe defender la aplicación de la ley, pero también tomar en cuenta la realidad. Defender que los venezolano­s no deben tener empresas offshore para que Maduro les robe sus activos suena heroico, pero es tonto. No se puede pedir a los opositores de las tiranías corruptas de América Latina de estos años que hayan presentado a las autoridade­s la lista de quienes los financiaro­n para que los persigan.

*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.

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CONTRASTES. Una típica marcha de la vieja política, con asistentes que en su mayoría no saben a qué van, ya que obedecen a un puntero. El martes 21de agosto, en cambio, los manifestan­tes vibraban de emoción, tenían una profunda convicción, llegaron por sus propios medios, sabían lo que hacían.
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