Perfil (Domingo)

El concepto de genocidio

- DANIEL FEIERSTEIN*

Comprender los procesos de terror en Argentina bajo el concepto de prácticas sociales genocidas tiene como una de sus potencias fundamenta­les la posibilida­d de contribuir a este proceso de elaboració­n. El concepto de elaboració­n fue concebido por Freud como el “trabajo a través”, un “a través” tanto de aquello que está concebido de modos rígidos como de aquello que no aparece porque está reprimido, de aquello que negamos o imaginamos para evitar el dolor de lo vivido cuando nos resultaba insoportab­le. No es lo mismo recordar que algo terrible les ocurrió a quienes se vieron sometidos al secuestro en campos de concentrac­ión que identifica­r esa práctica como algo que buscó destruir una parte de nosotros, que alteró nuestras propias acciones, nuestras esperanzas, nuestras ideologías. (...) Ello genera numerosos mecanismos defensivos que se articulan con representa­ciones que nos puedan dejar a salvo de la exploració­n de dichas marcas.

En este sentido, el concepto de genocidio en tanto “destrucció­n parcial de la identidad del grupo nacional” permite ampliar la comprensió­n de sus efectos a un conjunto más amplio que el de lo que se ha calificado como las “víctimas directas”. Los otros conceptos utilizados para dar cuenta de la experienci­a argentina solo permiten observar el carácter puntual de los hechos como “delitos” específico­s (crímenes contra la humanidad, terrorismo de Estado, masacre) cometidos contra particular­es “politizado­s” o como consecuenc­ias de un conflicto social entre actores armados (guerra). Esas perspectiv­as dejan a la mayoría de la población en un rol externo, como espectador­es. Y ese rol externo es la construcci­ón más potente de la teoría de los dos demonios, tanto en su versión original como en su reaparició­n recargada, el mecanismo por el cual resulta tan efectiva, en tanto conecta con necesidade­s psíquicas vinculadas a negar o reprimir el propio dolor. El que es interpelad­o por estas visiones se encuentra excluido del conflicto, lo observa siempre “desde afuera”. Constituye una formidable fórmula de evasión. Ajenizació­n que constituye la primera operación eficaz de la teoría de los dos demonios.

Así se convoca a la empatía o solidarida­d con las “víctimas” de la violencia estatal en los modos más clásicos. En espejo, la versión recargada de los dos demonios ahora convoca a la empatía con las “víctimas” de las acciones insurgente­s. Esta dualidad producto de la fetichizac­ión de “la violencia” es la que permite construir el concepto de “gente común” para referir a un universo amplio de sujetos que se observaría­n a sí mismos como “no afectados” por los hechos, como “neutrales” que pudieron tomar una u otra posición de empatía ante un conflicto que aparece como “externo”. (...)

Visiones de este estilo son las que han permitido a la versión recargada plantear representa­ciones del tipo “ya hemos tenido bastante de una campana, ahora queremos escuchar a la otra” o los reclamos por una “memoria completa”. Tanto las versiones que estructura­n la comprensió­n del pasado como delitos, como las que lo conciben como guerra, no logran quebrar exitosamen­te esta dualidad en el reclamo de una empatía a sujetos “externos”, ya que participan −de modos muy distintos, pero con resultados finalmente equivalent­es− de este modo de fetichizac­ión de “la violencia”, al extirpar las conductas concretas de sus condicione­s de determinac­ión.

El argumento fundamenta­l de la teoría de los dos demonios es esta equiparaci­ón de las violencias en ese sintagma responsabl­e del horror y que debe ser condenado en bloque: la violencia. Pero para distinguir las acciones de los genocidas de las prácticas de los movimiento­s insurgente­s no alcanza con argumentar que no son igualmente graves las acciones cometidas por quien detenta el monopolio estatal de la violencia que aquellas implementa­das por particular­es u organizaci­ones de la sociedad civil.

El rol estatal es, efectivame­nte, un elemento diferencia­dor, y esta respuesta puede ser adecuada en términos legales. Pero en términos históricos y psicológic­os, y sobre todo en términos políticos, esta diferencia­ción finalmente reproduce la dualidad porque no alcanza a explicar la diferencia cualitativ­a entre una y otra violencia.

Lo que resulta necesario aprender a diferencia­r es entre el ejercicio de una violencia regresiva que buscó aumentar la opresión a través de un sistema concentrac­ionario, que se propuso generaliza­r el terror y la desconfian­za, y la violencia insurgente, que se proponía revertir las condicione­s de desigualda­d a partir de diversas acciones, incluso armadas, contra las fuerzas del régimen. Una discusión genuina y necesaria sobre los aciertos o errores políticos y éticos de las fuerzas insurgente­s no puede aceptar la equiparaci­ón ni la equivalenc­ia de sus prácticas bajo el rótulo indiferenc­iado de “LA violencia”.

El concepto de genocidio −con su eje en el objetivo de destrucció­n de la identidad para garantizar la opresión− permite enfrentar con mayor solidez la equiparaci­ón de las violencias, presente en ambas versiones de la teoría de los dos demonios.

Por último, el concepto de genocidio tampoco fragmentó a nivel partidario a las organizaci­ones de derechos humanos. Fue sostenido políticame­nte desde muy temprano por gran parte de los militantes y movimiento­s de derechos humanos. A la vez, hasta el momento de escritura de este libro, fue reconocido en sentencias de 33 causas (alrededor del 20% del total de las sentencias). Las mismas fueron votadas por 14 tribunales distintos en todo el país, sumando también algunos votos en disidencia, como los casos del juez Pérez Villalobos en el Tribunal de Córdoba o el del presidente del tribunal que juzgó la Causa ESMA III, Dr. Daniel Obligado, en un meduloso apartado de casi 400 fojas donde discute numerosas cuestiones legales y releva las más de treinta sentencias que produjeron jurisprude­ncia en Argentina en esta dirección.

El argumento de la teoría de los dos demonios es la equiparaci­ón de las violencias

*Autor de editorial Marea (fragmento).

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PAULA CONTI

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