Perfil (Domingo)

Al pie de la letra

- LAURA ISOLA

Somos lo suficiente­mente borgeanos para dejar de serlo. Hay dos (o tres) formas de salir de esto: una es la Fogwill, que escribió la nouvelle Help a él, que da vuelta las letras de El Aleph y lo llena de droga y de sexo. Lo destripa y distorsion­a el nombre con el espejo: eso que el autor de Historia universal de la infamia abominaba. Una lectura a contrapelo que toma a la literatura al pie de la letra. Otra es la de Josefina Ludmer, una reflexión como vía intelectua­l de escape: “¿Desde dónde se podría leer a Borges para salir de él? Esta es la pregunta recurrente que me hago desde que llegué a Buenos Aires, en mayo, y me encontré con el centenario. Me encontré con Borges en la calle, la televisión, la radio, las exposicion­es, los suplemento­s de los domingos y las encuestas de opinión, y hasta con el homenaje de los niños de escuelas primarias construyen­do laberintos”. La proliferac­ión de Borges se parece demasiado a la que él mismo atribuye a Orbis Tertius: “Manuales, antologías, resúmenes, versiones literales, reimpresio­nes autorizada­s y piráticas de la Obra Mayor de los Hombres abarrotaro­n la Tierra”. La tercera prescinde de la literatura. Es la de Fabio Kacero. Ese ejercicio de duplicar es coincident­e con otro: la caligrafía de Borges se replica en un manuscrito que copia Pierre Menard, autor del Quijote. Ese exacto cuento, ensayo sobre el plagio, adquiere en el gesto de Kacero relevancia inusitada. ¿Cómo citar a Borges sin caer en las fórmulas gastadas de su estilo exquisito? O lo que es más notable y difícil: Kacero logra escribir después de Borges. Y su respuesta no es literaria sino literal y, por lo tanto, perfecta.

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