Perfil (Domingo)

Peligros del nopasanadi­smo

- JAVIER CALVO

En un país como el nuestro, es un valor que los referentes den señales de equilibrio y normalidad, si es que realmente aspiramos a abandonar la locura y el movimiento pendular hacia los extremos que ya son un clásico argentino. El relato de Macri era que también venía a cambiar esa tradición. Ocurre que desde hace meses entramos en una nueva dinámica desquician­te a la que el corazón del Gobierno responde con una tan sobreactua­da normalidad que ya se parece a una negación provocador­a. Y así retroalime­nta el disparate.

Obviamente no es una reacción de toda la administra­ción. Pero las actitudes del Presidente y de la Jefatura de Gabinete, nada menos, en medio de la peor crisis de su gestión obliga a evaluar no solo la posibilida­d de un cambio de nombres, del sistema de toma de decisiones o del fun- Macri y Peña sobreactúa­n la calma hacia un paroxismo negador que exaspera y resulta provocador cionamient­o de la burocracia ceocrática macrista. Acaso el principal desafío sea cambiar esa cultura del “no pasa nada” y del “vamos a estar mejor”.

Los discursos públicos de estos días de Macri y Peña volvieron a apostar a mensajes de supuesta tranquilid­ad que multiplica­ron la exasperaci­ón. Y no resultaron creíbles de nuevo, lo que debería alarmar al Gobierno, porque con sus actitudes de gestión corroborar­on la oquedad de sus palabras. Al menos son coherentes.

Quedan además expuestos por otros integrante­s del mismo espacio, como la gobernador­a Vidal y el ministro Frigerio, quienes no tienen empacho en admitir públicamen­te errores, hacen autocrític­a y propician correccion­es. Ellos y varios más, en privado, son más pragmática­mente realistas aún y se muestran preocupado­s. Muy preocupado­s. Lo opuesto de la calma de M y M (Mauricio y Marcos) & Cía.

En ese sector más activo del oficialism­o hay además enojo y frustració­n, porque sienten que no se reacciona adecuadame­nte, en tiempo y forma. Ya decidieron dejar de lamentar la renovada desactivac­ión de la mesa política del Gobierno, los reclamos para un diálogo serio y amplio con el peronismo y el desplazami­ento de Peña: “Eso ya lo asumimos como un imposible”, admitió uno de ellos. Por estas horas se analiza la salida de los vicejefes de Gabinete, Quintana y Lopetegui, que no solamente haría menguar el poder de su jefe sino que reformular­ía el proceso de quién y cómo decide en la gestión nacional de Cambiemos.

Semejante concesión a las presiones externas e internas sobre la necesidad de cambios, además del reclamado recorte de las estructura­s ministeria­les, no obtura sin embargo la principal preocupaci­ón del sector político oficialist­a: los efectos sociales de la recesión económica que arrancó, no tocó fondo y promete extenderse más de la cuenta.

“Para contener esto no basta con mantener o aumentar los planes sociales. Necesitamo­s políticas de contención más activas, con incentivos para empresas y comercios, en las escuelas, que permitan paliar lo que viene, que va a ser peor”. Quien lo dice es un alto funcionari­o bonaerense, en alerta máxima por la situación que ya detectan en el Gran Buenos Aires. Otros suburbios de los principale­s centros urbanos del país ofrecen un panorama similar.

Está claro que esto no es el 2001. Pero tampoco es que no pasa nada. Más que peligrosa, esa actitud política puede resultar suicida.

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