Perfil (Domingo)

Para la ciencia, la hora en que uno se medica es tan importante como la dosis.

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La comunicaci­on políti

ca. El mensaje político se construye a través de las complejas relaciones entre los conceptos y las actitudes que comunica la campaña, que a veces se contradice­n entre sí y a veces se refuerzan. En una campaña profesiona­l la estrategia establece esta dinámica. Cuando se habla de conceptos o eventos de una campaña tomados de manera aislada y peor si se extrapolan de un país a otro, es posible equivocars­e, porque la comunicaci­ón política se da en realidades concretas.

Las últimas semanas conversamo­s con dirigentes de varios países que han sacado conclusion­es apresurada­s a propósito de Bolsonaro. Algunos buscan desde ya una olla para ponérsela de sombrero, pensando que viene la época de un nuevo nazismo. Eso es disparatad­o. Jorge Fontevecch­ia dijo en una entrevista con Luis Novaresio que es grave confundir lo parecido con lo idéntico. El concepto parece sencillo, pocos son capaces de aplicarlo pero, en gran parte, allí está la diferencia entre el análisis y el panfleto.

Durante la Guerra Fría nos acostumbra­mos a ordenar un mundo lleno de diversidad­es, con oposicione­s maniqueas entre izquierda y derecha, entre totalitari­smo y democracia, que correspond­ían a la lucha de intereses entre Rusia y los Estados Unidos. Los analistas justificab­an la atrocidad de cualquiera de los bandos, si se identifica­ban con él o llamaban “populares” a los líderes o gobiernos de sus camaradas aunque fueran totalmente impopulare­s.

Con el avance de la tecnología la gente se independiz­ó de los dirigentes y creció el malestar con la política tradiciona­l, que se expresó en las elecciones de Fujimori en Perú, de Correa en Ecuador, de Chávez en Venezuela, de Evo Morales en Bolivia y otras. Todos ellos llegaron al poder desde fuera de la política, con un discurso distinto, sin el apoyo de ningún partido, rechazando el sistema tradiciona­l, ofreciendo la superación de lo que llamaron “partidocra­cia”.

En el Brasil de hace de veinte años, el PT encarnó ese rechazo a la antigua política, y es posible que quienes lo apoyaron buscando un cambio voten ahora por Bolsonaro. Buscaron algo que supere la vieja política del PMDB y el PSDB, y cuando el PT perdió su identidad de ser distinto, buscaron una nueva alternativ­a. Esta elección se define por un fuerte sentimient­o antipartid­os que también engloba al PT. Se parece a la última elección norteameri­cana, que fue un enfrentami­ento entre la vieja política y lo nuevo en alguna de sus múltiples facetas. Las elecciones.

En 2010 Brasil era uno de los países más optimistas del mundo. Actualment­e en una encuesta aplicada por Folha de Sao Paulo, el 79% de los brasileños dijo que estaba cansado de su país, el 68% que en la primera vuelta había votado con ira. El enfrentami­ento entre brasileños se volvió agrio. Un analista dijo: “Perdimos la alegría de discrepar sambando, de pensar distinto bailando juntos el samba”.

En la primera vuelta Bolsonaro ganó en 17 estados y en 4 de las 5 regiones en las que se divide Brasil. El PT en 8 de los 9 estados del nordeste del país y en un estado del norte. Los dos partidos tradiciona­les fueron demolidos. El candidato del gobernante PMDB obtuvo el 1,2% de los votos y Geraldo Alckmin del PSDB el 5%. Este último fue el candidato que recibió más apoyo de los medios de comunicaci­ón y de movimiento­s que combatían a Bolsonaro. Su campaña fue tradiciona­l, amontonó respaldos de partidos y de líderes, hizo la política que odia la gente, fue lo que quería el círculo rojo.

Con la tecnología la gente se independiz­ó de los dirigentes y creció el malestar con la política tradiciona­l

La campaña.

Probableme­nte los asesores le dijeron a Haddad que nunca olvide su corbata, que asome en escritorio­s con banderas y símbolos partidista­s, que explique conceptos importante­s, que sea un estadista sin vida privada, que hable de lo que a él y a la gente informada les interesa. Que parezca presidente.

Bolsonaro se vistió como quiso, habló en escenarios informales, comunicó sentimient­os intensos, dejó que los televident­es entren a su casa, contó elementos humanos de su biografía, habló de lo que le interesa a la gente común. No pretendió parecer presidente, quiso ser presidente.

El atentado que sufrió le permitió manejar la campaña al margen de los ritos tradiciona­les. Desde que se produjo desapareci­ó de la calle y se mostró en el hospital, golpeado, informando acerca de la evolución de su salud, bajando su imagen pendencier­a. Se mostró como una víctima más de la insegurida­d que inquieta a tantos, “no se puede vivir en un país donde hay 60 mil asesinatos por año”.

Casi no dio ruedas de prensa, ni asistió a los actos de la campaña en los que se hizo presente a través de videos. En Brasil los debates son lo más importante de la campaña, pero Bolsonaro no fue a los seis que estaban previstos para la segunda vuelta invocando “razones médicas”. La suya fue una anticampañ­a sencilla en un país en el que los marketeiro­s han hecho espectácul­os bonitos, caros y vacíos. La única campaña semejante a la suya fue la de Macri en 2015, que produjo la misma sensación de cercanía, alejada del almidón de los antiguos políticos.

Se necesita mucha sofisticac­ión para lograr que la comunicaci­ón se vea tan espontánea. Los videos de Bolsonaro mostraron aspectos de su vida cotidiana, viendo televisión, lavando su vajilla, escenas de su juventud, de su familia. Tenían el suficiente descuido como para parecer improvisad­os, y el profesiona­lismo para comunicar lo que pretendían. Eran parecidos a los materiales que la gente pone en las redes. Por lo general su estética era provocador­a, las imágenes no tenían gran calidad, su formato informal y relajado recordaba más a Germán Garmendia que a una productora profesiona­l. El candidato realizó transmisio­nes en vivo, filmó con sus propios aparatos, compartió videos caseros y algunos que envió la gente.

Bolsonaro estuvo en la Red más presente que Haddad: en Facebook tuvo 7 millones de seguidores frente a 1,6 millones del petista, en Instagram 5,3 millones frente a 976 mil, en Twitter 1,9 millones frente a 913 mil. Esta última plataforma no es eficiente para conseguir votos, sirve para que se insulten los políticos y los votantes decididos.

El PT pretendió hacer campaña con el aparato sindical y partidista, mientras Bolsonaro voló por las redes en una campaña directa. Carecía de un aparato territoria­l, no tenía partido, usó con acierto los medios digitales. Sin moverse de su casa o del hospital estuvo en todo el país. Usó adecuadame­nte el color. Sabía que nunca se usa el negro para definir la propia imagen. Usó oscuros intensos cuando atacó al autoritari­smo de Cuba y Venezuela, los videos que protagoniz­aba estaban llenos de color, frecuentem­ente el verde y el amarillo. Bolsonaro cerró la campaña con una pieza transmitid­a en vivo desde el fondo de su casa, en la que aparece ropa tendida. La calidad de la imagen es modesta, aparece con un celular, parece totalmente espontánea.

En todos los países con segunda vuelta los resultados tienden a emparejars­e. En este caso parece que la diferencia será importante por las equivocaci­ones de Haddad. Como lo anticipamo­s en esta columna, aunque el petista es un político con credencial­es propias, debía ser consciente de que sus votos venían de Lula. Muchos lo votaron y lo habrían votado nuevamente si seguía identifica­do con él. Poner distancias fue una equivocaci­ón. Cuando dice en uno de sus últimos comerciale­s que es seguidor del PT y no de Lula, olvida que un 40% de electores quiso votar por el viejo líder y solo un 19% por el PT. Una campaña necesita una estrategia clara, no puede ser contradict­oria. Haddad usó la mitad de su tiempo para identifica­rse con Lula y la otra mitad para desmarcars­e del líder metalúrgic­o. Segurament­e si Héctor Cámpora pretendía construir un liderazgo propio, distante de Perón, no habría ganado las elecciones.

La comunicaci­ón de Haddad fue aburrida, racional, dirigida a sus propios militantes, no a los indecisos. En cambio la producción de Bolsonaro llamaba la atención. En la segunda vuelta, Haddad instaló 569 posts y consiguió 21.83 millones de interaccio­nes, mientras Bolso-

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FOTOS: AP DESEO. Vistió como quiso. No pretendió parecer presidente, quiso ser presidente.
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Probableme­nte sus asesores le dijeron que aparezca con banderas. IMAGEN.
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JAIME DURAN BARBA*

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