La muerte del padre
El manifiesto es a la vanguardia lo que el musgo a la piedra: viene adherido, casi no hay uno sin el otro. En general, tanto los movimientos de renovación artística de comienzos como de mediados del siglo pasado los escribieron. Esos textos fueron declaraciones de principios, ars poética, lo que sí y lo que no, fundacionales, autoritarios, únicos. Fueron de enunciación colectiva, juveniles y parricidas. Se debía “matar al padre”, estéticamente hablando. Vivre et laisser mourir ou la Fin tragique de Marcel Duchamp, de Eduardo Arroyo (España, 1937-2018), Gilles Aillaud (Francia, 1928-2005) y Antonio Recalcati (Italia, 1938), el políptico de más de 8 metros que está en el Museo Reina Sofía, participa de este modo de reacción. Fue realizado en 1965 y lo que representa es la muerte de Marcel Duchamp. “Es un pequeño cómic donde Marcel Duchamp sube las escaleras de su casa para ir a su estudio y ahí se encuentra a tres gánsteres, tres torturadores, que empiezan a interrogarlo, que empiezan a pedirle cuentas de lo que ha hecho, y siempre a causa de sus obras. Lo responsabilizamos de lo que ha hecho en el arte. Vuelan bofetadas, hay escenas duras en el cuadro, escenas prácticamente de tortura”, lo explicaba Arroyo en una entrevista como si contara una historia. Llevan el cajón del difunto padre de la vanguardia moderna Rauschenberg, Oldenburg, Martial Raysse, Warhol, Restany y Arman. Además en otras de las piezas que integran esta suerte de tira de historieta están representadas varias de las obras del autor: El gran vidrio, La fontaine y Desnudo bajando una escalera. Esta “muerte” de Marcel Duchamp produjo un auténtico escándalo en la vida intelectual francesa de esos años 60. El grupo surrealista firma un manifiesto contra los tres autores de la pintura. Una paradoja (o una hipocresía) si se tiene en cuenta que ellos mismos hicieron lo propio un poco antes.