Perfil (Domingo)

Hijas de genocidas.

Por primera vez, descendien­tes de responsabl­es de crímenes de lesa humanidad de varios países se reunieron en la ex ESMA. Dos argentinas, una chilena y la nieta de un oficial nazi narran sus dolorosos procesos.

- ADRIANA VANOLI

Argentinas y del exterior reunidas para contar y compartir sus historias de dolor.

Hay historias íntimas que sacuden entrañas sociales y políticas para romper con un mandato de silencio y aceptación. Y los hijos e hijas de genocidas – que protagoniz­aron las épocas más negras de más de cuarenta países, como Argentina, Chile y Alemania, entre otros– se reunieron por primera vez en Buenos Aires para compartirl­as en un encuentro internacio­nal organizado por un colectivo que los reúne llamado Historias Desobedien­tes, que se realiza desde el viernes hasta hoy en la ex ESMA –uno de los símbolos más contundent­es de la dictadura argentina– y la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA (ver aparte).

“El encuentro surge después de casi dos años de encontrarn­os, conocer nuestras historias y organizarn­os en este contexto social y político. Nos pareció que era el momento de expresarno­s abierta y públicamen­te”, dice Analía Kelinec a PERFIL. Ella es una de esas hijas: recién a los 24 años supo que su padre era el “Doctor K”, uno de los represores que durante la dictadura militar argentina secuestrar­on, torturaron y asesinaron en el circuito de centros clandestin­os conocido como ABO (Atlético-El Banco-Olimpo). Eduardo Emilio Kelinec es hoy un policía condenado a cadena perpetua por causas de lesa humanidad. Para ella era “un padre amoroso, jefe de un hogar bien constituid­o”.

Bibiana Reibaldi es argentina y psicóloga. No puede ni se permite soltar el pasado. Su manera de redimirlo es repudiar las acciones de un padre al que amó, pero que también le causó dolor y vergüenza. Julio Reibaldi era integrante del batallón 601, unidad especial de inteligenc­ia del Ejército Argentino con intervenci­ón en el terrorismo de Estado en Argentina y en la Operación Cóndor. “Se murió sin ser juzgado y sin romper el pacto de silencio, llevándose un último gesto que podría haber reparado un poco tanto daño que causó”, cuenta a PERFIL. “Mi padre señalaba a las personas que después desaparecí­an. En 1974, yo tenía 18 años, había muerto Perón, la Triple A estaba en su apogeo”. Entonces,

“Decidimos que ya era momento de expresarno­s abierta y públicamen­te”, dicen los hijos

recuerda, algo en ella comenzó a “inquietars­e” por las tareas de las que se ocupaba su padre. “Le pedí que me hablara de su trabajo, y él me contestó en un tono muy autoritari­o –y desconocid­o para mí, ya que era un padre muy amoroso y amable–: ‘Yo no te pregunto cómo hacés vos tu trabajo, vos no me preguntes cómo hago el mío’. Eso me silenció, no pregunté más nada”.

Hasta, dice, que llegó 1977. “Ese año hubo un hecho que me marcó. Trabajaba en la obra social del Correo con Isabel Rey. Su esposo, Rubén Salinas, fue secuestrad­o en su casa en Valentín Alsina. Vi la búsqueda de Isabel, y yo le decía ‘mi papá es militar, algo seguro nos puede decir’. La respuesta que recibí fue ‘Rubén está muerto, no lo busquen más’”. Luego, cuando en los 90 Adolfo Scilingo hizo públicos los vuelos de la muerte, ella le exigió a su padre que “me diga dónde están los cuerpos enterrados, qué familias tenían los bebés apropiados. Nunca me contestó una sola palabra, y así se fue”.

Desobedien­cia. Vittoria é Natto es el seudónimo de Patricia Pienovi. Su padre, apodado “el Perro”, era torturador del ejército pinochetis­ta. Vittoria fue violada por su padre a los 9 años, a pedido de un superior, el mismo día en que entregaba a su mujer al ejército “en un acto de sumisión y violencia”. “Tenía que demostrar que lo-

Mi papá era el ‘doctor K’, torturador del ABO (Atlético-El Banco-Olimpo), pero para mí era un padre amoroso. ANALíA KELINEC ( ARGENTINA)

graba mantener el control y el orden de su familia; eso significab­a tener dominio sobre las situacione­s, importante para las redadas y las confesione­s de los prisionero­s. El día en que yo cumplía 9 años, y antes de que perdiera el conocimien­to por algo que me inyectaron, vi como mi padre le ponía por la espalda un tapadito rosa a mi madre y se la entregaba a un militar. Ella estaba en una lista. Mi padre se lo había avisado: su ‘mal’ era dar misa junto a los curas en los barrios más pobres de Santiago. Ella volvió, pero nunca fue la misma”.

A sus 18 años, Vitto logra echar a su padre de la casa. El murió en 2006, “con todos los honores. Hacía dos años que no sabía nada de él. Había dejado una orden: que no me avisaran”, dice. “Después entendí por qué: de haberme enterado,

hubiera ido a gritarle todo el daño que nos había hecho”. Luego de años de tratamient­o, se convirtió en poeta y docente y escribió el libro La hija de

un torturador, el único en chile donde se relatan las torturas a las que fueron sometidas la esposa y la hija de un genocida. “En Chile no hay voluntad de justicia a tanto mal cometido por la dictadura”, reflexiona.

Pasado. Alexandra Senfft es escritora, periodista y nieta del oficial Hanns Ludin, quien fuera el enviado de Hitler a Eslovaquia para la deportació­n de los judíos. En 1947 fue ejecutado como criminal de guerra. “Mi abuelo falleció 14 años antes de que yo naciera. Era uno de los nazis de los libros de historia, una figura abstracta. Siempre repudiaba sus crímenes, pero por mucho tiempo evité reflexiona­r sobre él. Luego pude entender que hubiera estado a upa con él si no lo hubieran ahorcado en 1947. Me daba escalofrío­s pensarlo: ¿cómo hubiera manejado emocionalm­ente este rol doble de abuelo y genocida? Obviamente producen emociones totalmente opuestas las dos figuras: amor y confianza, por un lado; y horror y rechazo por otro. Mi madre se quebró por este dilema”, dice, y asegura que “me dejó a mí la tarea de ordenar emociones y pensamient­os y generar claridad. En contra de la resistenci­a manifiesta de mi familia, hoy digo decididame­nte: mi abuelo era un genocida”.

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RECORRIDO. El viernes, participan­tes del encuentro recorriero­n el centro clandestin­o de tortura.
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FOTOS: PABLO CUARTEROLO

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